Esperanza


La expectativa confiada y el anhelo de recibir las bendiciones que se han prometido a los justos. En las Escrituras se habla con frecuencia de la esperanza como la espera anhelosa de la vida eterna por medio de la fe en Jesucristo.

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A veces se malentiende el significado de la palabra esperanza. En nuestras conversaciones cotidianas, la palabra cobra un matiz de incertidumbre; por ejemplo, podemos decir que esperamos que cambie el tiempo o que nos visite un amigo; sin embargo, en el lenguaje del Evangelio, “esperanza” es una palabra activa que implica seguridad y determinación. Los profetas hablan de tener una “firme esperanza” (Alma 34:41) y una “esperanza viva” (1 Pedro 1:3). El profeta Moroni enseñó: “Los que creen en Dios pueden tener la firme esperanza de un mundo mejor, sí, aun un lugar a la diestra de Dios; y esta esperanza viene por la fe, proporciona un ancla a las almas de los hombres y los hace seguros y firmes, abundando siempre en buenas obras, siendo impulsados a glorificar a Dios” (Éter 12:4).

Si tenemos esperanza, confiamos en las promesas de Dios; tenemos la certeza interior de que si hacemos “obras justas” recibiremos nuestro “galardón, sí, la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero” (D. y C. 59:23). Mormón enseñó que este tipo de esperanza procede únicamente de la Expiación de Jesucristo: “Y ¿qué es lo que habéis de esperar? He aquí, os digo que debéis tener esperanza, por medio de la expiación de Cristo y el poder de su resurrección, en que seréis resucitados a vida eterna, y esto por causa de vuestra fe en él, de acuerdo con la promesa” (Moroni 7:41).

Al esforzarnos por vivir el Evangelio, desarrollaremos nuestra capacidad de “abund[ar] en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13). Nuestra esperanza aumenta al orar y al procurar el perdón de Dios. En el Libro de Mormón, un misionero llamado Aarón le aseguró al rey lamanita: “Si te arrepientes de todos tus pecados y te postras ante Dios e invocas con fe su nombre, creyendo que recibirás, entonces obtendrás la esperanza que deseas” (Alma 22:16). También adquirimos esperanza al estudiar las Escrituras y seguir sus enseñanzas. El apóstol Pablo enseñó: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4).

El principio de la esperanza se extiende por todas las eternidades, pero también puede sostenernos a lo largo de los desafíos cotidianos de la vida. “Bienaventurado es aquel”, dijo el salmista, “cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios” (Salmos 146:5). Con la esperanza, podremos tener gozo en la vida; podremos aplicarnos las siguientes palabras: “que tengáis paciencia y soportéis esas congojas, con una firme esperanza de que algún día descansaréis de todas vuestras aflicciones” (Alma 34:41). Podremos “seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna” (2 Nefi 31:20).

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