2023
Jesucristo es nuestro Salvador
Abril de 2023


“Jesucristo es nuestro Salvador”, Liahona, abril de 2023.

Los milagros de Jesús

Jesucristo es nuestro Salvador

Testifico que mediante Su resurrección y la restauración de Su evangelio, Jesucristo hizo posible para todos la oportunidad de pasar a través del velo a la presencia de Su Padre.

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el Cristo resucitado y María

He Is Risen [Ha resucitado], por Greg K. Olsen, prohibida su reproducción

“¿Por qué lloras?”, le preguntó el Salvador resucitado a María Magdalena cuando se encontraba afuera del sepulcro vacío.

“Señor”, respondió ella, “si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré”.

“¡María!”, le dijo Jesús.

“¡Raboni!”, respondió al reconocer al Maestro (véase Juan 20:15–16).

Desde la aparición del Salvador a María hasta Sus apariciones a Sus apóstoles en el aposento alto (véase Lucas 24:36–43), a 500 hermanos a la vez (véase 1 Corintios 15:6), a la multitud de 2500 personas en la tierra de Abundancia (véase 3 Nefi 11:7–17) y a José Smith en nuestros días1, Su resurrección es uno de los acontecimientos documentados de manera más minuciosa en la historia de la humanidad.

También es el acontecimiento más importante de toda la historia.

Durante Su ministerio terrenal, Jesucristo levantó de entre los muertos al hijo de una viuda (véase Lucas 7:11–15), a la hija de Jairo (véase Marcos 5:38–42) y a Su amigo Lázaro (véase Juan 11:39–44). Después, al terminar Su ministerio terrenal, y mediante el poder que Dios el Padre le concedió, Jesús se levantó a Sí mismo.

“Destruid este templo”, había dicho en cuanto a Su cuerpo, “y en tres días lo levantaré” (Juan 2:19; cursiva agregada).

“Por eso me ama el Padre”, también había declarado, “porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.

“Nadie me la quita, sino que yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17, 17–18; cursiva agregada).

La resurrección del Salvador fue el triunfo final, el milagro supremo2, efectuado gracias a la preordenación, la agonía indescriptible y el divino poder de lo alto. Mediante ese poder incomprensible —que se hizo posible mediante el amor, la omnisciencia y la omnipotencia de Su Padre— Jesucristo llegó a ser “las primicias” (1 Corintios 15:23) de la Resurrección.

Lo que la Resurrección significa para nosotros

Estoy agradecido de haber estado en casa aquel sábado de 2005. Mi primera esposa, Dantzel, y yo habíamos terminado nuestras tareas domésticas y decidimos relajarnos unos minutos. Nos sentamos en el sofá, nos tomamos de la mano y comenzamos a ver un programa de televisión.

Al cabo de unos instantes, de forma repentina e inesperada, Dantzel pasó pacíficamente a la eternidad. Mis esfuerzos por reanimarla resultaron infructuosos. Me abrumaron la conmoción y el pesar; mi mejor amiga desde hacía casi sesenta años había partido.

Diez años antes, había perdido una hija a causa del cáncer. Emily solo tenía 37 años. En 2019, perdí a una segunda preciada hija por esa terrible enfermedad. Wendy solo tenía 67 años.

En esos momentos de pérdida, cuán agradecido estuve por mi testimonio del Señor Jesucristo. En Su victoria sobre el sepulcro, vemos la promesa de nuestra propia resurrección.

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las manos del Salvador

Come unto Me [Venid a mí], por Eva Timothy

“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18), declaró el Salvador después de Su resurrección. Esa potestad incluye las llaves de la resurrección. Sé que Él utilizará esas llaves para resucitar a Dantzel, Emily y Wendy, así como para resucitar al resto de la familia humana.

Para los hijos de Dios, la resurrección significa que desaparecerán el envejecimiento, el deterioro y la corrupción. “… [E]sto que es mortal se vestirá de inmortalidad” (Mosíah 16:10), y “[e]l espíritu y el cuerpo serán reunidos otra vez en su perfecta forma” (Alma 11:43).

La resurrección también hace posible otra reunión: la reunión de las familias. Vivimos juntos en amor, de modo que lloramos cuando muere un ser querido (véase Doctrina y Convenios 42:45). Pero, al igual que María Magdalena, podemos hacer que nuestras lágrimas de pesar se conviertan en lágrimas de gozo al anticipar el futuro desde la perspectiva de la familia eterna.

Mediante el nuevo y sempiterno convenio del Evangelio, nos casamos por esta vida y por la eternidad en el templo. Al honrar los convenios que hacemos allí y contemplar las promesas del Señor a Su pueblo del convenio, perdemos el temor a la muerte. Antes bien, anhelamos con gozosa anticipación volver a entrar en la presencia de Dios con nuestros seres queridos.

El matrimonio celestial es el convenio de la exaltación. A los que se casen de esa manera, el Señor les promete: “… Saldréis en la primera resurrección […] y heredaréis tronos, reinos, principados, potestades y dominios […] a [vuestra] exaltación y gloria en todas las cosas” (véase Doctrina y Convenios 132:19).

Los propósitos de la Creación, la Caída y la Expiación convergen en los templos. El mundo necesita ese conocimiento reconfortante; es por ello que recogemos a Israel.

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nieta con su abuelo

Prepárense para su futuro eterno

La partida de Dantzel y de mis hijas me recuerda una verdad importante: “… esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra” (Alma 34:32).

A lo largo de su vida, Dantzel se preparó para regresar a su hogar celestial. Sabía que su tiempo en la tierra era preciado; vivió cada día como si fuera el último.

Job preguntó: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14). Gracias a la expiación de Jesucristo, la respuesta a la pregunta de Job es un sí inequívoco. resucitaremos. La pregunta que cada uno de nosotros debe responder es esta: “¿Estaré listo para vivir en la presencia de Dios después de mi resurrección?”.

Algunos de los hijos de Dios viven como si no tuvieran previsto morir; otros viven como si no fueran a afrontar la responsabilidad de sus actos. ¿Tomamos decisiones para la eternidad o solo para hoy? No podemos fijar nuestras prioridades en las cosas temporales de este mundo y estar preparados para las cosas eternas del mundo venidero.

Algunos de nosotros viviremos una vida larga; otros viviremos vidas cortas. Ya sean largas o cortas, nuestros días están contados. La muerte es una parte necesaria de nuestro progreso eterno y de la plenitud de gozo que aguarda a los santos fieles. Cuando entendemos nuestra existencia desde una perspectiva eterna, entendemos que la muerte es una parte misericordiosa del Plan de Salvación; es la puerta de regreso a la presencia de Dios.

La muerte es prematura solo si no estamos preparados para presentarnos ante Dios. Por lo tanto, debemos prepararnos.

Nos preparamos al mantener nuestro enfoque en el Salvador y en Su evangelio.

Nos preparamos al ejercer la fe, al aplicar “la sangre expiatoria de Cristo” (Mosíah 4:2) mediante el arrepentimiento, el bautizarnos y el recibir el don del Espíritu Santo.

Nos preparamos al ser investidos y sellados en el santo templo.

Nos preparamos al poner la razón por encima de los apetitos, al cuidar nuestro cuerpo para que podamos “presentarlo puro ante Dios en el Reino Celestial”3.

Nos preparamos al desarrollar atributos semejantes a los de Cristo, y al amar a Dios y a nuestro prójimo (véase Mateo 22:37–40).

Nos preparamos al honrar nuestros convenios, al dejar que Dios prevalezca en nuestra vida, al recoger a Israel a ambos lados del velo y al perseverar hasta el fin de nuestros días.

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Jesucristo se aparece a quinientos

Jesus Appearing to the Five Hundred [Jesús se aparece a quinientos], por Grant Romney Clawson

Un testimonio apostólico

Al morir el Salvador, la tierra tembló, las rocas se partieron, se abrieron los sepulcros y el velo del templo de Jerusalén “se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mateo 27:51; véanse también Marcos 15:38; Lucas 23:45).

El velo separaba el lugar santísimo, que simbolizaba la presencia de Dios, del resto del templo. Solo en el Día de la Expiación el sumo sacerdote que presidía podía atravesar el velo y rociar la sangre de una ofrenda por el pecado para expiar los pecados de todo Israel.

Cuando Jesucristo derramó Su sangre, llevó a cabo la “expiación infinita” final (2 Nefi 9:7) y cumplió la ley. El que el velo del templo se rasgara simbolizaba que el Gran Sumo Sacerdote había atravesado el velo de la muerte, que pronto entraría en la presencia de Su Padre y que había dado a todos la oportunidad de cruzar el velo del mismo modo hasta la presencia eterna de Dios4.

Con mis hermanos de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles, testifico de la realidad de esa promesa celestial.

Testifico que podemos “tener esperanza, por medio de la expiación de Cristo y el poder de su resurrección, en que ser[emos] levantados a vida eterna, y esto por causa de [n]uestra fe en él, de acuerdo con la promesa” (véase Moroni 7:41).

Testifico que, debido al milagro de la resurrección y la expiación del Salvador, “toda rodilla se doblará, y toda lengua hablará en adoración ante Él. Todos nosotros compareceremos para ser juzgados por Él según nuestras obras y los deseos de nuestro corazón”5.

Ruego que nos preparemos para ese día glorioso.