2021
Recuperarse del entumecimiento espiritual
Enero 2021


Jóvenes adultos

Recuperarse del entumecimiento espiritual

Nos hallamos en peligro espiritual cuando dejamos de sentir el Espíritu, pero con la ayuda de Cristo podemos superar ese entumecimiento espiritual.

Imagen
photo of butterfly on woman’s shoulder

Fotografías de Getty Images.

En la Biblia se habla de la lepra, una enfermedad infecciosa producida por una bacteria que causa lesiones y heridas graves en la piel. Uno de sus síntomas principales es que puede provocar un grave daño al sistema nervioso, resultando en la pérdida de sensibilidad al tacto, calor, dolor y otras sensaciones. Las personas infectadas se quedan, literalmente, entumecidas.

Si bien la lepra no es ni tan grave ni tan común como lo era antaño, actualmente la gente sigue perdiendo la capacidad de sentir, aunque más que un impedimento físico, corremos el riesgo de entumecernos espiritualmente.

El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que este estado de insensibilidad puede deberse a que ignoramos las impresiones del Espíritu Santo y a que no estamos guardando los mandamientos de Dios. Él enseñó:

“La capacidad de sentir controla nuestro comportamiento de muchas formas, y atenuamos esa capacidad cuando lo que sentimos nos impulsa a hacer el bien y no actuamos. La sorprendente sensibilidad de Jesús ante las necesidades de quienes lo rodeaban fue lo que hizo posible que respondiera con hechos.

“En el otro extremo del espectro espiritual hay personas como los descarriados hermanos de Nefi. Él se dio cuenta de la creciente insensibilidad de ellos hacia las cosas espirituales: ‘…[Dios] os ha hablado con una voz apacible y delicada, pero habíais dejado de sentir, de modo que no pudisteis sentir sus palabras’ [1 Nefi 17:45]”1.

Corremos un gran peligro cuando dejamos de sentir el Espíritu, o incluso cuando no estamos seguros de cómo se comunica con nosotros. El mundo puede distraernos o desviarnos fácilmente cada día, provocándonos ese entumecimiento a la voz apacible y delicada —a la vez que poderosa— que siempre está lista para guiarnos a diario (véase 1 Reyes 19:11–12).

Pero aun cuando en ocasiones sintamos que podríamos tener un caso de “lepra espiritual”, es posible curarse.

Siempre debemos recordar que Jesucristo fue la persona que sanó a los leprosos durante Su ministerio, y que Él es el que puede curar nuestro entumecimiento espiritual en la actualidad y ayudarnos a sentir el Espíritu nuevamente. Estas son algunas claves que pueden ser de utilidad.

Reconocer el Espíritu

Una clave para recuperar la sensibilidad está en nuestra capacidad para oír y reconocer los susurros del Espíritu Santo. Moroni enseñó: “… por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:5). Podemos despojarnos del entumecimiento, procurar revelación personal y volver a sentir por nosotros mismos la verdad de todas las cosas.

Durante el trayecto de vuelta a sentir el Espíritu, háganse estas preguntas para entender su relación con la revelación:

  1. ¿Cuándo fue la última vez que recibí revelación personal?

  2. ¿Cuándo fue la última vez que pedí revelación personal?

  3. ¿Cuándo fue la última vez que le pedí al Padre Celestial que me ayudara a reconocer la revelación personal en mi vida?

En general, ¿están ustedes procurando realmente revelación de Dios? Cuesta sentir los gozosos frutos del Espíritu cuando parece que los cielos están cerrados (véase Gálatas 5:22–23). No obstante, el procurar revelación de manera proactiva en la vida cotidiana es la clave para abrir los cielos e invitar al Espíritu de nuevo a nuestra vida.

Malinterpretar lo que es la revelación

Aquí es donde las experiencias espirituales y la revelación personal pueden volverse complicadas.

Cuando hablamos de revelación personal, solemos pensar en visiones, visitas de ángeles o voces llamativas, mas cuando no experimentamos nada de eso, podríamos sentir que no es posible recibir guía del Espíritu. Tal vez sintamos que algo no marcha bien con nosotros, lo cual puede llevarnos incluso a dejar de procurar tener el Espíritu.

Debemos darnos cuenta de que sentir el Espíritu no tiene nada que ver con esos grandiosos momentos transcendentales, ni que el Señor solo nos habla acerca de las grandes decisiones de la vida. Otra piedra de tropiezo es que solemos acudir al Señor en busca de ayuda solo para decisiones importantes como los estudios, el empleo, el matrimonio o la familia, pero descuidamos el volvernos a Él en todo pensamiento (véase Doctrina y Convenios 6:36). Sin embargo, el Padre Celestial nos habla a menudo; nos habla de la manera que mejor podemos reconocer individualmente. Él puede guiarnos a diario, aun en los pequeños detalles de la vida.

Imagen
butterfly on someone’s fingertips

Prepararse para recibir revelación

Para poder oír el cielo, antes debemos dar oído a lo celestial. Estas son algunas maneras de cómo podemos abrir el oído y prepararnos para oír al Señor:

Creer. En nuestro afán por superar la lepra espiritual, es posible que tengamos que cambiar nuestra manera de pensar y creer verdaderamente en el Padre Celestial, y tener fe en que Él nos dará, y nos da, revelación. De hecho, debemos esperar que lo haga. Incluso podemos pedirle que nos ayude a saber cómo nos habla. Debemos contar con tener experiencias espirituales frecuentes cuando nos esforzamos por seguir al Salvador y guardar Sus mandamientos.

Esforzarse a diario. Podemos también llegar a ser más sensibles al Espíritu por medio de la oración sincera, al estudiar las Escrituras, participar de la Santa Cena, asistir al templo, tomar parte en la obra de la historia familiar, escuchar música espiritual, ministrar o de cualquier otra manera que nos sintamos cerca de Dios. Cuanto más nos acerquemos a Él, más abriremos el corazón para sanar de la lepra espiritual y sentir de nuevo el Espíritu Santo.

Obedecer. Otro aspecto importante de invitar al Espíritu de nuevo a nuestra vida es estar dispuestos a obedecer lo que Él nos diga. El presidente Henry B. Eyring, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, enseñó:

“Cuando demuestran su disposición a obedecer, el Espíritu les dará más inspiración sobre lo que Dios desea que hagan para Él.

“A medida que obedezcan, la inspiración vendrá más frecuentemente, cada vez más cerca de ser una compañía constante. Su poder para escoger lo correcto aumentará”2.

A veces, el estar dispuestos a obedecer la voluntad del Señor por encima de la nuestra puede resultar difícil, pero cuando lo hacemos, se nos bendice con un incremento de nuestra capacidad espiritual. Aun el obedecer en cosas pequeñas —como escoger pagar el diezmo, santificar el día de reposo o incluso obedecer la impresión de prestarle servicio a alguien— puede ayudarnos a darle cabida al Espíritu en nuestra vida.

Sentir el Espíritu es un don

Además, deberíamos recordar la promesa que se halla en los convenios bautismales que hemos hecho con el Señor. A quienes hemos recibido el don del Espíritu Santo se nos ha prometido que podemos tener el Espíritu con nosotros cada día si nos esforzamos por observar nuestros convenios (véase Doctrina y Convenios 20:77, 79).

Nuestro Padre Celestial nos dio el don del Espíritu Santo y desea que lo disfrutemos en su plenitud. La compañía constante del Espíritu Santo nos permite tomar decisiones con confianza, sentir consuelo durante las dificultades, crecer espiritualmente, sentir paz y gozo, y saber cómo servir a los demás. Realmente es un don.

Curarnos del entumecimiento espiritual depende de nuestra propia fe y disposición para seguir esforzándonos, aun cuando no sintamos nada. Al esforzarnos por invitar al Espíritu a nuestra vida recibiremos impresiones poco a poco, si escuchamos y obedecemos. Llevar una vida en armonía con la voluntad de Dios nos ayuda a desarrollar una sensibilidad hacia el Espíritu y, gradualmente, nos sanará de cualquier entumecimiento que padezcamos. Si acudimos al Salvador, aun cuando no sintamos nada, Él nos ayudará a sentir que está a nuestro lado (véase Doctrina y Convenios 88:63).

Notas

  1. Neal A. Maxwell, A Time to Choose, 1972, pág. 59.

  2. Henry B. Eyring, “El Espíritu Santo como su compañero”, Liahona, noviembre de 2015, pág. 105.