2020
Asegurar un juicio justo
Mayo de 2020


Asegurar un juicio justo

Para asegurar un juicio justo, el sacrificio expiatorio del Salvador despejará la maleza de la ignorancia y las espinas dolorosas del daño que hayan causado otras personas

El Libro de Mormón enseña la doctrina de Cristo

El pasado octubre, el presidente Russell M. Nelson nos exhortó a considerar cómo nuestra vida sería diferente si “se [nos] quitara de repente el conocimiento que he[mos] obtenido del Libro de Mormón”1. He reflexionado sobre su pregunta, como estoy seguro de que muchos de ustedes lo han hecho. He pensado en ello una y otra vez: sin el Libro de Mormón y su claridad en cuanto a la doctrina de Cristo y Su sacrificio expiatorio, ¿dónde hallaría el solaz?

La doctrina de Cristo, que consiste en los principios y las ordenanzas salvadoras de la fe en Cristo, el arrepentimiento, el bautismo, el don del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin, se enseña en numerosas ocasiones en todas las Escrituras de la Restauración, pero con un poder particular en el Libro de Mormón2. La doctrina comienza con la fe en Cristo, y cada uno de sus elementos depende de la confianza en Su sacrificio expiatorio.

Tal como el presidente Nelson ha enseñado: “El Libro de Mormón brinda el entendimiento más pleno y autorizado acerca de la expiación de Jesucristo que se pueda encontrar”3. Cuanto más comprendamos en cuanto al don supremo del Salvador, más llegaremos a saber, en nuestra mente y en nuestro corazón4, la realidad de la certeza del presidente Nelson de que “[l]as verdades del Libro de Mormón tienen el poder para sanar, reconfortar, restaurar, socorrer, fortalecer, consolar y animar nuestra alma”5.

La expiación del Salvador satisface todas las demandas de la justicia

Una contribución vital y tranquilizadora que el Libro de Mormón brinda a nuestra comprensión de la expiación del Salvador es su enseñanza de que el sacrificio misericordioso de Cristo cumple con todas las demandas de la justicia. Tal como Alma explicó: “… Dios mismo expía los pecados del mundo, para realizar el plan de la misericordia, para apaciguar las demandas de la justicia, para que Dios sea un Dios perfecto, justo y misericordioso también”6. El plan de misericordia del Padre7, al que en las Escrituras también se lo llama plan de felicidad8 o el Plan de Salvación9, no se podría llevar a cabo a menos que se satisficieran todas las demandas de la justicia.

Pero ¿qué son exactamente las “demandas de la justicia”? Consideren la propia experiencia de Alma. Recordarán que, cuando era joven, Alma procuró “destruir la iglesia”10. De hecho, Alma le dijo a su hijo Helamán que “era atormentado con las penas del infierno” porque en efecto había “asesinado a muchos de [los] hijos [de Dios]”, conduciéndolos “a la destrucción”11.

Alma le explicó a Helamán que por fin había sentido paz “al concentrarse” en lo que enseñó su padre “concerniente a la venida de […] Jesucristo […], para expiar los pecados del mundo”12. Alma, arrepentido, suplicó la misericordia de Cristo13 y después sintió gozo y alivio al darse cuenta de que Cristo había expiado sus pecados y pagado todo lo que la justicia requería. Pregunto de nuevo: ¿qué habría requerido de Alma la justicia? Tal como él mismo enseñó más tarde: “… nada impuro puede heredar el reino de Dios”14. Por lo tanto, parte del alivio de Alma debió haber sido que, a menos que la misericordia intercediera, la justicia le hubiera impedido regresar a vivir con el Padre Celestial15.

El Salvador sana las heridas que no podemos sanar

Pero, ¿se centraba el gozo de Alma en sí mismo, en que él mismo evitara el castigo y él pudiese regresar al Padre? Sabemos que a Alma también lo atormentaba el pensar en aquellos a quienes había alejado de la verdad16. Pero Alma no podía sanar y restaurar a todos los que había alejado. Él mismo no podía asegurar de que se les fuera a dar una oportunidad justa de aprender la doctrina de Cristo y de ser bendecidos al vivir sus principios de gozo. No podía devolver la vida a quienes murieron aún cegados por su falsa enseñanza.

Tal como el presidente Boyd K. Packer enseñó en una ocasión: “La reflexión que rescató a Alma […] fue la siguiente: Restaurar lo que no se puede restaurar, curar las heridas incurables, reparar lo que se ha quebrado y no tiene arreglo, es el propósito principal de la expiación de Cristo”17. La alegre verdad en la que Alma se concentró no era simplemente que él mismo podía ser limpio, sino también que aquellos a quienes había hecho daño podían ser rehabilitados y sanados.

El sacrificio del Salvador asegura un juicio justo

Años antes de que esta reconfortante doctrina rescatara a Alma, el rey Benjamín había enseñado sobre la amplitud de la sanación que proporcionaba el sacrificio expiatorio del Salvador. El rey Benjamín declaró que las “alegres nuevas de gran gozo” le fueron dadas “por un ángel de Dios”18. Entre esas alegres nuevas se hallaba la verdad de que Cristo sufriría y moriría por nuestros pecados y errores para asegurar que descendiera “un juicio justo sobre los hijos de los hombres”19.

¿Qué es lo que requiere exactamente un “juicio justo”? En el siguiente versículo, el rey Benjamín explicó que, a fin de asegurar un juicio justo, la sangre del Salvador expió “los pecados de aquellos que han caído por la transgresión de Adán”, y los de aquellos que “que han muerto sin saber la voluntad de Dios concerniente a ellos, o que han pecado por ignorancia”20. Enseñó que un juicio justo también requería que la “sangre de Cristo exp[iara]” los pecados de los niños pequeños21.

Esos pasajes de Escritura enseñan una doctrina gloriosa: por ser un don gratuito, el sacrificio expiatorio del Salvador sana a aquellos que pecan en la ignorancia, y como expresó Jacob, a aquellos a quienes “no se ha dado ninguna ley”22. La responsabilidad por el pecado depende de la luz que se nos haya dado y depende de nuestra capacidad para ejercer nuestro albedrío23. Conocemos esta sanadora y reconfortante verdad gracias solo al Libro de Mormón y otros libros canónicos de la Restauración24.

Naturalmente, cuando se ha dado una ley, cuando no somos ignorantes respecto a la voluntad de Dios, somos responsables. Tal como recalcó el rey Benjamín: “¡… ay de aquel que sabe que se está rebelando contra Dios! Porque a ninguno de estos viene la salvación, sino por medio del arrepentimiento y la fe en el Señor Jesucristo”25.

Estas también son buenas nuevas de la doctrina de Cristo. El Salvador no solo sana y restaura a los que pecan en la ignorancia, sino que también, a los que pecan contra la luz, el Salvador se ofrece a sanarlos a condición de que se arrepientan y tengan fe en Él26.

Alma debió haberse concentrado en ambas verdades. ¿Habría Alma sentido realmente lo que él describe como intenso gozo27 si hubiera pensado que Cristo lo salvó a él, pero que dejó para siempre perjudicados a los que él había alejado de la verdad? Sin duda alguna, no. A fin de que Alma pudiese sentir una paz total, aquellos a quienes hizo daño también necesitaban la oportunidad de ser sanados.

Pero, ¿cómo podrían ellos, o aquellos a quienes podamos hacer daño, ser sanados exactamente? Aunque no comprendemos completamente el proceso sagrado mediante el cual el sacrificio expiatorio del Salvador sana y restaura, sí sabemos que, para asegurar un juicio justo, el Salvador despejará la maleza de la ignorancia y las espinas dolorosas del daño que hayan causado otras personas28. Con esto, Él asegura que a todos los hijos de Dios se les dará la oportunidad, con una visión despejada, de elegir seguirlo y aceptar el gran plan de felicidad29.

El Salvador reparará todo lo que hayamos roto

Son estas verdades las que le habrían traído paz a Alma; y son estas verdades las que deberían traernos también mucha paz. Como hombres y mujeres naturales, todos nos topamos, o a veces chocamos, unos con otros y nos hacemos daño. Como cualquier padre o madre puede testificar, el dolor relacionado con nuestros errores no es simplemente el miedo a nuestro propio castigo, sino el temor de que hayamos limitado la alegría de nuestros hijos o de alguna forma les hayamos impedido ver y comprender la verdad. La gloriosa promesa del sacrificio expiatorio del Salvador es que, en lo que respecta a los errores que cometemos como padres, Él exime de culpa a nuestros hijos y promete que los sanará30. E incluso cuando hayan pecado contra la luz, como todos lo hacemos, Su brazo de misericordia está extendido31 y Él los redimirá si tan solo lo miran a Él y viven32.

Aunque el Salvador tiene el poder de reparar lo que no podemos arreglar, nos manda que hagamos todo lo posible para que la restitución forme parte de nuestro arrepentimiento33. Nuestros pecados y errores desplazan no solo nuestra relación con Dios, sino también nuestra relación con los demás. A veces nuestros esfuerzos para sanar y restaurar pueden ser tan simples como una disculpa, pero otras veces la restitución puede tomar años de humilde esfuerzo34. Sin embargo, en el caso de muchos de nuestros pecados y errores, simplemente no podemos sanar por completo a los que hemos herido. La magnífica promesa de paz del Libro de Mormón y del Evangelio restaurado es que el Salvador reparará todo lo que hayamos roto35. Y también nos reparará a nosotros si nos volvemos a Él con fe y nos arrepentimos del daño que hayamos causado36. Él ofrece ambos dones porque nos ama a todos con amor perfecto37 y porque se ha comprometido a garantizar un juicio justo que honre la justicia así como la misericordia. Testifico que esto es verdad. En el nombre de Jesucristo. Amén.