2020
Yo sabía que él me estaba esperando
Enero de 2020


Historias de conversión

Yo sabía que él me estaba esperando

Los padres de Ruth se bautizaron antes de que ella naciera y asistían a la Iglesia cada domingo con sus ocho hijos. ¡A Ruth le encantaba ir a la Primaria! Le gustaban las clases y cantar con sus maestras y amigos. Cuando cumplió ocho años, se bautizó; había orado y preguntado al Padre Celestial y Él le hizo sentir en el corazón y la mente mente que estaba en la Iglesia verdadera de Jesucristo; eso la hacía muy feliz.

En su hogar y en la Iglesia siempre hablaban del templo y de lo feliz que la gente se sentía cuando lo visitaba. Ruth estaba ansiosa por ir, pero era muy costoso para una familia tan numerosa como la suya: el templo más cercano estaba a 3.000 km de su hogar. Al cumplir 13 años, su rama organizó un viaje al templo. Sus padres no podían viajar; la hermana mayor de Ruth había ahorrado lo necesario y tenía el dinero para el pasaje, pero, por su trabajo, ella no podría asistir, así que le regaló el viaje a Ruth. ¡Que feliz estaba Ruth!

El viaje fue muy largo. Dos días en bus, frío y nieve en la ruta, pero llegaron bien y Ruth pudo hacer algunos bautismos vicarios por familiares suyos. Paseó por los jardines llenos de flores, se sentó al borde de la fuente y observó a las personas: todos se veían muy felices. Ella pensaba en su familia y en cuánto le gustaría que un día estuvieran todos juntos allí. Oró y pensó mucho, otra vez sintió en el corazón que la Iglesia era verdadera.

Al siguiente día recibió otra sorpresa: el presidente de su rama había hecho los arreglos necesarios para que varios jóvenes recibieran su bendición patriarcal, ella entre otros. Lo que había sentido en los jardines del templo después de orar y las palabras de su bendición patriarcal la ayudaron a tomar la decisión de nunca apartase del Evangelio.

Cuando Ruth regresó a su casa, sus padres habían decidido separarse; su mamá se mudaría a otra ciudad y quería que Ruth y sus tres hermanos más pequeños fueran con ella.

Pero Ruth sabía que en esa ciudad no había capilla, así que le dijo a su mamá que ella se quedaría con su papá porque quería seguir asistiendo a la Iglesia. Con tristeza, su mamá aceptó.

Con el divorcio de los padres todos sus hermanos dejaron de ir a la Iglesia; ni su papá la acompañaba, pero Ruth recordaba la promesa que le había hecho al Señor en el templo: “Nunca me apartaré de la Iglesia”.

En su ciudad, el transporte público era costoso y escaso los domingos, así que ella caminaba varias cuadras para llegar a su rama.

A pocas cuadras de su casa, y de camino a la capilla, vivía una familia de miembros que tenían auto. Un domingo, al ver a Ruth caminando solita, le ofrecieron llevarla, pero no había lugar suficiente en el auto. Sin pensarlo, Abel, de 11 años, se bajó del auto y dijo: “Yo voy caminando con Ruth”.

Pasaron los meses y cada domingo Ruth encontraba a Abel esperando en la puerta de su casa para caminar juntos hasta la capilla.

El invierno era muy duro en la ciudad de Ruth y Abel; mucho viento y nieve. Algunos domingos Ruth sentía deseos de quedarse en su cama calentita; ni su papá ni un hermano mayor la incentivaban a ir, pero Ruth sabía que Abel estaba en la puerta esperándola, y esa seguridad le daba la fuerza para levantarse e ir.

Gracias a la decisión que tomó Ruth en el templo de nunca dejar el Evangelio, a la lectura periódica de su bendición patriarcal que la animó y llenó de fuerzas en los momentos difíciles de su vida, y a un niño de 11 años que la ministró a la manera del Señor, Ruth logró cumplir su promesa: no apartarse de la Iglesia y recibir otras muchas bendiciones.

Pasaron los años y Ruth se selló en el templo con un fiel poseedor del Sacerdocio; es mamá de un varón y una niña. Por su ejemplo de fidelidad toda su familia volvió a la Iglesia y una vez al año asisten todos al templo de Buenos Aires. Hoy en día Ruth siente que tiene una familia eterna.

Actualmente Ruth vive en Ushuaia, Tierra del Fuego.