2020
Lo mejor aún está por venir
Enero de 2020


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Lo mejor aún está por venir

Tomado de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young el 13 de enero de 2009.

El comienzo de un nuevo año es la época tradicional para hacer un inventario de nuestra vida y ver hacia dónde nos dirigimos comparándolo con el antecedente de dónde hemos estado hasta ese momento. No quiero hablar de las resoluciones de Año Nuevo, pero deseo referirme al pasado y al futuro, con la mira puesta en cualquier período de transición y cambio que ocurra en nuestra vida; y esos momentos nos sobrevienen casi todos los días.

Como tema bíblico para este análisis, he elegido el pasaje de Lucas 17:32, donde el Salvador advierte: “Acordaos de la mujer de Lot”. ¿Qué quiso decir con esa breve frase tan enigmática? Para saberlo, hagamos lo que Él dijo: recordemos quién era la esposa de Lot.

La historia, por supuesto, se desarrolla en los días de Sodoma y Gomorra cuando, después de haber tolerado todo lo que le fue posible soportar de lo peor que hombres y mujeres podían hacer, el Señor le dijo a Lot y a su familia que huyeran porque esas ciudades iban a ser destruidas. “Escapa por tu vida”, le dijo, “no mires tras ti […]; escapa al monte, no sea que perezcas” (Génesis 19:17; cursiva agregada).

Con algo menos que una obediencia inmediata y algo más que un intento de negociar, Lot y su familia al fin abandonaron la ciudad, pero lo hicieron a último momento. Las Escrituras nos dicen lo que pasó al amanecer del día siguiente:

“… hizo llover Jehová sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos;

“y destruyó las ciudades” (Génesis 19:24–25).

Mi tema se encuentra en el versículo siguiente. Con el consejo del Señor de “no mires tras ti” sin duda todavía sonándole claramente en los oídos, según el registro, la esposa de Lot “miró atrás” y se convirtió en una estatua de sal (véase el versículo 26).

¿Exactamente qué hizo la esposa de Lot que haya sido tan malo? Como me gusta estudiar historia, he pensado sobre eso y tengo una respuesta parcial al respecto. Aparentemente, lo malo que hizo no fue solo mirar atrás, sino que lo que su corazón deseaba era volverse atrás. Parece que aun cuando ya había salido de los límites de la ciudad, echaba de menos lo que Sodoma y Gomorra le habían ofrecido. Como lo expresó el élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, esas personas saben que deben tener su residencia principal en Sion, pero todavía esperan mantener una casa de veraneo en Babilonia1.

Es posible que la esposa de Lot haya mirado atrás con resentimiento hacia el Señor por lo que Él le mandaba dejar tras de sí. Sabemos con certeza que Lamán y Lemuel estaban resentidos cuando se mandó a Lehi y a su familia que abandonaran Jerusalén. Así que no se trata de que ella mirara atrás, sino de que haya mirado con ansia de volver; en suma, su apego al pasado tuvo en ella una influencia mayor que su confianza en el futuro. Aparentemente, eso fue al menos parte de su pecado.

La fe señala hacia el futuro

Al comenzar un nuevo año y tratar de beneficiarnos con una visión apropiada de lo que quedó atrás, les ruego que no insistan en el recuerdo de los días que no volverán ni en un vano anhelo del ayer, por muy bueno que ese ayer haya sido. El pasado es para aprender de él, pero no para vivir en él. Miramos atrás con el deseo de reclamar las brasas de las experiencias radiantes, pero no las cenizas. Y una vez que hayamos aprendido lo que tengamos que aprender y que guardemos con nosotros lo mejor de lo que hayamos experimentado, entonces miremos adelante y recordemos que la fe siempre señala hacia el futuro. La fe está siempre relacionada con bendiciones, verdades y acontecimientos del futuro que tendrán efecto positivo en nuestra vida.

Por consiguiente, una forma más teológica de referirnos a la esposa de Lot sería decir que no tuvo fe, que dudó del poder del Señor para darle algo mejor de lo que ya tenía. Al parecer, pensó que nada de lo que le esperaba podía ser de ninguna manera mejor que lo que dejaba atrás.

Algunos de los pecados de la esposa de Lot son el anhelo de volver atrás a un mundo en el que no se puede seguir viviendo, la constante insatisfacción con las circunstancias presentes y el hecho de tener solo visiones sombrías del futuro, así como perderse el aquí, el ahora y el mañana por estar atrapados en el allá, el entonces y el ayer.

El apóstol Pablo, después de examinar la vida privilegiada y compensadora de sus años de juventud —su primogenitura, su educación y su reputación en la comunidad judía—, dice a los filipenses que todo aquello era “basura” comparado con su conversión al cristianismo. Luego agrega, y lo parafraseo: “He dejado de glorificar los ‘buenos tiempos pasados’ y ahora contemplo con ansias el futuro ‘por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús’” (véase Filipenses 3:7–12). Y después, estos versículos:

“… pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,

“prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13–14).

No hay ahí una esposa de Lot; no se mira atrás hacia Sodoma y Gomorra. Pablo sabe que allá en el futuro, adelante y dondequiera que el cielo nos lleve, es donde ganaremos el “premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

Perdonemos y olvidemos

Dentro de nosotros hay una particularidad que nos impide perdonar y olvidar errores pasados, ya sean nuestros o de otras personas. Eso no es bueno, no es cristiano, y está en directa oposición a la grandiosidad y la majestad de la expiación de Cristo. El permanecer sujetos a errores de antaño es la peor manera de seguir sumergidos en el pasado, de lo cual se nos manda detenernos y desistir.

Una vez me contaron de un joven que durante muchos años fue objeto de más o menos todo tipo de bromas en su escuela; tenía algunas desventajas, por lo que era fácil para sus compañeros burlarse de él. Más adelante se mudó a otro lugar y terminó por alistarse en el ejército donde tuvo buenas experiencias al obtener una educación y, en general, al alejarse del pasado. Sobre todo, como muchos otros militares, descubrió la belleza y la majestad de la Iglesia, se reactivó y se sintió feliz.

Después de varios años, regresó al pueblo de su niñez. La mayoría de los de su generación se habían ido de allí, pero no todos. Al parecer, cuando volvió siendo hombre de éxito y nacido de nuevo, aún existía entre las personas el mismo prejuicio anterior, esperando su regreso. Para la gente de su pueblo natal, él todavía era “aquel fulano, ¿se acuerdan? El muchacho que tenía aquellos problemas, aquella idiosincrasia y rarezas, y que hizo esto y lo otro. ¡Y cómo nos reíamos!”.

Poco a poco, el esfuerzo que este hombre había hecho, similar al de Pablo, de dejar lo que quedaba atrás y asir el premio que Dios había puesto ante él, fue disminuyendo gradualmente hasta que al fin murió de la manera en que había vivido durante su niñez y adolescencia, haciendo un giro completo: otra vez inactivo y desdichado y objeto de un nuevo repertorio de bromas. Sin embargo, había pasado en su madurez por aquel momento resplandeciente y hermoso en que le había sido posible elevarse sobre su pasado y verdaderamente ver quién era y lo que podía llegar a ser. Lo lamentable, lo triste es que estuviera una vez más rodeado de un grupo de “esposas de Lot”, personas que consideraron su pasado más interesante que su futuro, y que consiguieron arrebatarle aquello para lo cual Cristo lo había asido. Y murió triste, aunque no realmente por su propia culpa.

Lo mismo sucede en el matrimonio y en otros tipos de relaciones. No puedo decirles cuántas son las parejas a las que he aconsejado que, cuando se sienten profundamente heridas o incluso bajo mucha presión, se remontan cada vez más lejos en el pasado en busca de rocas de recriminación para tirar contra la estructura de su matrimonio. Cuando algo se da por terminado, cuando el arrepentimiento ha sido tan completo como podía serlo, cuando la vida ha continuado en la debida forma y desde aquel momento han tenido lugar muchos otros sucesos buenos y maravillosos, entonces no está bien volver atrás y abrir antiguas heridas para sanar aquellas por las que murió nada menos que el Hijo de Dios.

Dejen que las personas se arrepientan; déjenlas progresar. Crean que la gente puede cambiar y mejorar. ¿Es eso fe? ¡Sí! ¿Es eso esperanza? ¡Sí! ¿Es eso caridad? ¡Sí! Y, sobre todo, es caridad, el amor puro de Cristo. Si algo quedó enterrado en el pasado, déjenlo enterrado; no sigan volviendo atrás con su baldecito y su palita de playa para escarbar en la arena, blandirlo en el aire y luego lanzárselo a alguien diciendo: “¡Eh! ¿Te acuerdas de esto?”. ¡Paf!

Y, ¿saben qué? Esa acción probablemente dé como resultado que se desentierre del basurero de ustedes algún fragmento desagradable y les respondan: “Sí, me acuerdo. Y , ¿te acuerdas de esto?”. ¡Paf!

Y antes de lo pensado, todos salen de ese intercambio sucios y embarrados, desdichados y heridos, cuando lo que nuestro Padre Celestial desea es pureza, bondad, felicidad y redención.

Esa insistencia en volver a la vida pasada, incluso a los errores cometidos tiempo atrás, simplemente no es buena. No es el evangelio de Jesucristo. En algunos aspectos, es peor que el caso de la esposa de Lot, porque por lo menos ella se destruyó solo a sí misma; pero en los casos de matrimonios y familias, de barrios y ramas, de complejos de apartamentos y de vecindarios, podemos terminar destruyendo a muchas otras personas.

Al comienzo de este nuevo año, tal vez no se nos requiera nada más grande que lo que el Señor mismo dijo que Él hace: “quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (D. y C. 58:42).

Por supuesto, la condición es que el arrepentimiento sea sincero, pero cuando lo es y cuando se está haciendo un verdadero esfuerzo por progresar, somos culpables de un pecado mayor si seguimos recordando y reprochando a alguien sus errores pasados, ¡y ese alguien puede ser nosotros mismos! A veces las personas son demasiado duras consigo mismas, con frecuencia ¡mucho peores que con los demás!

Y ahora, como los anti-nefi-lehitas del Libro de Mormón, entierren sus armas de guerra y déjenlas enterradas (véase Alma 24). Perdonen y hagan lo que a veces es más difícil que perdonar: olviden. Y cuando les venga otra vez a la memoria, vuelvan a olvidarlo.

Lo mejor aún está por venir

Pueden recordar lo suficiente para no repetir el error, pero luego echen todo lo demás en la pila de basura que Pablo mencionó a los filipenses. Desechen lo destructivo y sigan desechándolo hasta que la hermosura de la expiación de Cristo les haya revelado su futuro resplandeciente, así como el de su familia, sus amigos y sus vecinos. A Dios no le importa dónde hayan estado tanto como le importa dónde están ahora y, con Su ayuda, adónde están dispuestos a llegar. Eso es lo que la esposa de Lot no entendió, ni tampoco Lamán y Lemuel ni muchas otras personas de las Escrituras.

Este es un asunto importante para considerar al comienzo de un nuevo año; y cada día debe ser el principio de un año nuevo y de una vida nueva. Ese es el prodigio de la fe y del arrepentimiento, y el milagro del evangelio de Jesucristo.

El poeta Robert Bowning escribió:

Ven, ¡envejece junto a mí!

Lo mejor aún está por venir,

el resto de la vida, para el cual hubo un comienzo.

Nuestra existencia en las manos está

de Aquel que dijo: “Un todo es mi plan,

la juventud la mitad solo deja ver; confía en Dios; al verlo todo, ¡no tienes que temer!”2.

Algunos podrán pensar: ¿Hay un futuro para mí? Un año o un semestre nuevo, una nueva materia o un romance nuevo, un nuevo trabajo o un nuevo hogar, ¿qué me reservan? ¿Tendré protección? ¿Será segura mi vida? ¿Puedo confiar en el Señor y en el futuro? ¿O sería mejor mirar atrás, volver atrás y vivir en el pasado?

A los de toda generación que se hagan esas preguntas, les digo: “Recuerden a la esposa de Lot”. La fe es para el futuro. La fe pone los cimientos en el pasado, pero nunca anhela quedarse allí. La fe confía en que Dios tiene grandes cosas reservadas para cada uno de nosotros y en que Cristo es en verdad el “sumo sacerdote de los bienes venideros” (Hebreos 9:11).

Mantengan los ojos puestos en sus sueños, por muy distantes y fuera de su alcance que parezcan. Vivan para ver los milagros del arrepentimiento y del perdón, de la confianza y del amor divino que transformarán su vida hoy, mañana y para siempre. Esa es la resolución de Año Nuevo que les ruego que guarden.

Notas

  1. Robert Browning, “Rabbi Ben Ezra”, 1864, primera estrofa.

  2. Véase de Neal A. Maxwell, A Wonderful Flood of Light [“Un maravilloso torrente de luz”], 1990, pág. 47.