2019
Mi lucha diaria contra la soledad
Diciembre de 2019


Jóvenes adultos

Mi lucha diaria contra la soledad

La autora vive en Praga, República Checa.

En muchos aspectos, el unirme a la Iglesia aumentó la soledad que sentía desde que mis padres se divorciaron; pero también me ayudó a encontrar una manera de superarla.

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young woman looking sad through rainy window

Imágenes de Getty Images

Durante mucho tiempo sentí que estaba completamente sola en la vida. Al principio, la soledad era un sentimiento nuevo para mí, pues provenía de una familia de cinco personas; de modo que, de niña, siempre disfruté de la gente y el bullicio a mi alrededor en casa. Sabía que no estaba sola.

Lamentablemente, cuando era adolescente, mis padre se separaron. Después de eso, realmente comencé a sentirme sola. Traté de buscar la solución saliendo de mi zona de confort para hacer amigos en la escuela. Esperaba disfrutar de la amistad de muchas personas en la escuela, como lo había hecho en la escuela anterior; sin embargo, aunque estaba rodeada de gente, seguía sintiéndome sola. Ese sentimiento disminuyó unos años después, cuando conocí la Iglesia.

Un día, las misioneras llamaron a nuestra puerta y mi madre contestó. Recuerdo que les dijo: “Yo no estoy interesada, pero quizás mi hija lo esté. Esperen aquí, la iré a buscar”.

Cuando comencé a hablar con ellas sentí que el Espíritu me decía que escuchara. Después de unos meses de escuchar y aprender, supe que eso era lo que había estado buscando. Si bien al principio no lo pareció, mi decisión de bautizarme me ayudó no solo a acercarme al Señor, sino también a poner fin a mi lucha contra la soledad.

Mi sentimiento de soledad como conversa

Cuando decidí que quería bautizarme, mi familia no estaba muy contenta. Aunque mi madre y uno de mis hermanos asistieron a mi bautismo, otros miembros de la familia me rechazaron porque ya no tenía la misma religión que ellos.

Al comienzo, eso fue bastante difícil y me sentí más sola que nunca; pero después de un tiempo, uno de mis primos decidió convertirse al hinduismo, que también era diferente de lo que el resto de la familia profesaba. Él respetaba mi decisión de unirme a la Iglesia porque él había tomado una decisión similar. Gracias a su ejemplo de amor por mí, algunos de mis otros parientes dejaron de rechazarme.

Me di cuenta de que ya no encajaba con los demás en la escuela; y en el trabajo, la gente me miró de forma rara cuando les dije que me había bautizado. Yo no estaba avergonzada —mi decisión era la correcta y lo sabía en lo profundo de mi corazón—, pero mis amigos no comprendían los cambios en mi estilo de vida y la mayoría de ellos dejaron de ser mis amigos.

Hacer nuevas amistades

A lo largo de esas difíciles experiencias, seguí orando y pude sentir el consuelo que se me había prometido cuando me dieron una bendición del sacerdocio. Un día, al orar, me atreví a preguntar: “¿Por qué me siento tan sola?”. Entonces recibí una respuesta o, más bien, una promesa: que haría nuevos amigos, amigos que me comprenderían.

¡Y así fue! Hice nuevos amigos; algunos que no son miembros de la Iglesia, pero que igual me respetan y me quieren. También hice amigos en la Iglesia que han llegado a ser como mi familia.

Al ser introvertida, el tener que hablar con gente no ha sido fácil para mí. La mayoría de las veces, las personas se acercan a mí, pero en la escuela secundaria no había muchas personas que quisieran hablar conmigo. Por eso me alegró recordar este viejo truco que había aprendido: sonreí. Cuanto más sonríe una persona, más accesible llega a ser. Me di cuenta de que cuanto más les sonreía a las personas, más comenzaban a hablarme y era más fácil que nos hiciéramos amigas.

Permanecer con nuestro Padre Celestial

Una mejor respuesta a mis oraciones fue el discurso del presidente Thomas S. Monson (1927-2018), “Atrévete a lo correcto aunque solo estés” (Liahona, noviembre de 2011, págs. 60–67). Con el tiempo, ese discurso me ha enseñado algo esencial en cuanto a la soledad: nunca estás solo cuando estás con el Señor.

Todavía hay días en los que me es difícil permanecer junto a Él; el temor a que otras personas se burlen de mí y de mis creencias es intenso. Ha habido personas que me han dicho que todas las religiones son una tontería y que se me arrastra como a una oveja tonta. Después de averiguar acerca de mi religión, algunas personas me han tratado como si tuviese una enfermedad infecciosa terrible. Todas esas experiencias me hicieron sentir un poco insegura y sola. Es una lucha diaria, pero es una batalla que gano todos los días, una y otra vez, con la ayuda y el apoyo total del Señor.

Todos los días trato de seguir la guía del Espíritu. Siempre que escucho al Espíritu y hablo con la gente, la inspiración que Él me brinda me permite servir a los demás; me da la oportunidad de recordar que no estoy sola. Lo más importante es que escuchar al Espíritu siempre me da la oportunidad de compartir mi testimonio. Me he dado cuenta de que compartir mis creencias de esa manera me ayuda a tener menos miedo y a que las personas me comprendan mejor. Sin darme cuenta, no estaba sola —al hablar con quien estuviera hablando en ese momento—; estaba con el Espíritu Santo. Con el Espíritu a tu lado, nunca estarás solo.

A lo largo de muchos años y momentos de sentirme sola, el Señor me ha dicho repetidas veces que soy Su hija amada y que Él me ama. ¿Cómo puedo sentirme sola si tengo a mi Padre a mi lado? ¿Cómo puedo sentirme sola si Él solo está a una oración de distancia?

En mi lucha diaria contra la soledad recurro a mi Padre Celestial, no solo pidiendo que esté a mi lado, sino para pedir que me ayude a permanecer siempre a Su lado. Sé que Él nunca me ha dejado batallar sola y siempre ha estado a mi lado, demostrándome Su amor.