2019
La relación entre la obediencia y las bendiciones
Diciembre de 2019


Sección doctrinal

La relación entre la obediencia y las bendiciones

Un estudiante se presentó a su maestro el día del examen y le dijo: “Le pido, por favor, que me apruebe. No he estudiado, pero necesito aprobar este examen. Le prometo que un día estudiaré, y aprenderé todo aquello que ahora ignoro”. Un paciente fue a la consulta del médico y le dijo: “Fumo una cajetilla de cigarrillos al día y vengo a que me recete algo que me permita seguir fumando sin que este hábito perjudique mi salud”. Un feligrés se arrodilló en su iglesia y oró al Señor, diciendo: “Padre Celestial, ya sabes que tengo problemas con mi pareja; te pido que nos bendigas con Tu Espíritu, para que superemos nuestras diferencias y seamos felices juntos; ya sé que no estamos casados y que estamos desobedeciendo tus mandamientos; te prometo que algún día legalizaremos nuestra relación, pero de momento necesito que Tu Espíritu nos acompañe y ayude”.

En la primavera de 1843, el profeta José Smith estuvo en una reunión con algunos miembros de la Iglesia; entre ellos, Orson Hyde. En esta reunión, se hicieron algunos comentarios con los que el Profeta no estaba de acuerdo y dijo que iba a hacer algunas correcciones a lo dicho. Hablando de la relación que hay entre la obediencia y las bendiciones, dijo: “Hay una ley irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (Doctrina y Convenios 130:20−21).

Coriantón, el hijo de Alma, mientras estaba en la misión, abandonó su ministerio y se fue tras una mujer ramera. Parece que su excusa era que muchos otros habían hecho lo mismo. Pero su padre le recordó que eso no era excusa para nadie, y menos para un misionero como era él. Cuando Alma le habló de la gravedad de su pecado y de las consecuencias, parece que Coriantón no entendía por qué debería castigarse al pecador. Entonces, Alma le habló de la justicia y de la misericordia, explicándole que la misericordia solo se aplica a quienes se arrepienten, porque “según la justicia, el plan de redención no podía realizarse sino de acuerdo con las condiciones del arrepentimiento del hombre en este estado probatorio… porque a menos que fuera por estas condiciones, la misericordia no podría surtir efecto, salvo que destruyese la obra de la justicia. Pero la obra de la justicia no podía ser destruida; de ser así, Dios dejaría de ser Dios” (Alma 42:13). Y, entonces, Alma insiste y pregunta a Coriantón: “¿Qué, supones que la misericordia puede robar a la justicia? Te digo que no, ni un ápice. Si fuera así, Dios dejaría de ser Dios” (Alma 42:25).

El debate entre Zeezrom y Amulek sobre el poder de Dios para salvar enseña más sobre lo mismo. Zeezrom preguntó: “¿Salvará a su pueblo en sus pecados?” (Alma 11:34). Amulek respondió: “… no puede salvarlos en sus pecados… Así que no podéis ser salvos en vuestros pecados” (Alma 11:37). Más adelante, Nefi, el hijo de Helamán, recordando las palabras de Amulek a Zeezrom, explicó que el Señor vendrá para redimir a su pueblo, no “en” sus pecados, sino “de” sus pecados; es decir, la salvación está sujeta a las condiciones del arrepentimiento, en el que se basa el poder del Redentor para la salvación (véase Helamán 5:10−11).

Samuel el Lamanita enseñó a los nefitas “que el que perece, perece por causa de sí mismo; y quien comete iniquidad, lo hace contra sí mismo”. Y añadió: “… podéis hacer lo bueno, y ser restaurados a lo que es Bueno… o podéis hacer lo malo, y hacer que lo que es malo os sea restituido” (Helamán 14: 30−31). A lo que Alma, en sus enseñanzas a Coriantón, añadió que los que hacen esto “son sus propios jueces, ya para obrar el bien o para obrar el mal” (Alma 41:7).

El estudiante puede echar la culpa del suspenso a su profesor, y el fumador puede responsabilizar a la medicina de su enfermedad; y nosotros podemos lamentarnos, como Coriantón, de que la justicia castigue al pecador, o de que Dios no quiera salvarnos en nuestros pecados, como reclamaba Zeezrom (véase Alma 11:34−37). Y podemos exclamar, como hacen tantas personas ante lo que se percibe como injusto, diciendo: “¿Cómo permite Dios…? Si Dios existiera, no permitiría que ocurrieran estas cosas”, echándole la culpa a Él de lo que no es sino una consecuencia de la desobediencia.

Aunque suene extraño, la omnipotencia de Dios no le permite actuar de espaldas a la ley. ¿Supone esto una limitación a Su poder? La respuesta es… “¡Sí!”. Y esto, afortunadamente, porque Dios cumple la ley, y eso nos permite creer en Él y sentirnos seguros.

Si queremos aprobar el examen, debemos estudiar; si queremos librarnos de los males del tabaquismo, debemos dejar de fumar; si queremos tener la ayuda del Espíritu de Dios, debemos vivir de acuerdo con la ley. Nadie puede salvarnos en nuestros pecados, ni siquiera Dios. Él es nuestro Padre, y lo único que puede hacer ante tanta iniquidad es llorar. “Y dijo Enoc al Señor: ¿Cómo es posible que tú llores?” (Moisés 7:29). Y el Señor respondió: “… a tus hermanos… he dado mandamiento, que se amen el uno al otro, y que me prefieran a mí, su Padre, mas he aquí, no tienen afecto, y aborrecen su propia sangre… enviaré los diluvios sobre ellos” (Moisés 7:33−34). Y la lluvia del diluvio fueron las lágrimas de Dios sobre las montañas (véase Moisés 7:28).