2019
En mi día santo
Septiembre de 2019


Mensaje de Área

En mi día santo

Uno de los mensajes que me llamó la atención durante la Conferencia General de abril de 2018, fue el del élder Taniela B. Wakolo, quien nos enseñó la importancia de asistir a la Iglesia de manera regular cada domingo, guardando santo el día de reposo. A continuación, cito sus palabras:

“La Santa Cena es una ordenanza que nos ayuda a permanecer en la senda, y tomarla dignamente es evidencia de que estamos guardando los convenios relacionados con todas las demás ordenanzas. Hace algunos años, mientras mi esposa Anita y yo prestábamos servicio en la Misión Arkansas Little Rock, salí a enseñar con dos jóvenes misioneros. Durante la lección, el buen hermano al que estábamos enseñando dijo: ‘He ido a su iglesia; ¿por qué tienen que comer pan y beber agua cada domingo? En nuestra iglesia, lo hacemos dos veces al año, en Pascua y en Navidad, y eso es muy significativo’.

“Compartimos con él que se nos manda ‘[reunirnos] con frecuencia para participar del pan y vino’ (Moroni 6:6; véase también Doctrina y Convenios 20:75). Leímos en voz alta Mateo 26 y 3 Nefi 18. Respondió que aun así no veía la necesidad.

“Entonces compartimos la siguiente comparación: ‘Imagine que sufre un accidente de tráfico muy grave; se encuentra herido e inconsciente. Alguien pasa por allí, ve que usted está inconsciente y llama al número de emergencias, 911. Lo atienden y recupera la consciencia’.

“Le preguntamos a este hermano: ‘Cuando usted pudiera reconocer su entorno, ¿qué preguntas tendría?’.

“Respondió: ‘Desearía saber cómo llegué allí y quién me encontró. Querría agradecerle todos los días por haberme salvado la vida’.

“¡Compartimos con este buen hermano que el Salvador nos salvó la vida y que debemos agradecerle cada día, todos los días!

“Luego le preguntamos: ‘Al saber que Él dio Su vida por usted y por nosotros, ¿cuán a menudo desea comer el pan y beber el agua como emblemas de Su cuerpo y sangre?’.

“Exclamó: ‘Lo entiendo, lo entiendo, ¡lo entiendo!’.

“Vino a la Iglesia ese domingo de Pascua de Resurrección y siguió asistiendo” (Taniela B. Wakolo, “Las ordenanzas de salvación nos darán una luz maravillosa”, Liahona, mayo de 2018, pág. 39).

Me pregunto si nosotros también lo entendemos, de una manera que se hagan realidad en nuestra vida y en la vida de nuestra familia las grandes bendiciones que el Señor siempre ha querido darnos y que están condicionadas a un sincero cambio de corazón.

En los primeros días de la Iglesia restaurada el Señor dijo:

“Ofrecerás un sacrificio al Señor tu Dios en rectitud, sí, el de un corazón quebrantado y un espíritu contrito.

“Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo;

“porque, en verdad, este es un día que se te ha señalado para descansar de tus obras y rendir tus devociones al Altísimo;

“sin embargo, tus votos se ofrecerán en rectitud todos los días y a todo tiempo;

“pero recuerda que en este, el día del Señor, ofrecerás tus ofrendas y tus sacramentos al Altísimo, confesando tus pecados a tus hermanos, y ante el Señor.

“Y en este día no harás ninguna otra cosa sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón, a fin de que tus ayunos sean perfectos, o, en otras palabras, que tu gozo sea cabal…

“Y si hacéis estas cosas con acción de gracias, con corazones y semblantes alegres, no con mucha risa, porque esto es pecado, sino con corazones felices y semblantes alegres,

“de cierto os digo, que, si hacéis esto, la abundancia de la tierra será vuestra” (Doctrina y Convenios 59:8–13, 15–16).

Justo antes de los eventos más significativos que precedieron la sagrada ofrenda de Su sacrificio expiatorio en Getsemaní y en la cruz del calvario, el Salvador celebró la Pascua con sus discípulos e instituyó la Santa Cena, como está escrito en Mateo 26:26–29:

“Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y lo bendijo, y lo partió y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo.

“Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos;

“porque esto es mi sangre del nuevo convenio, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.

“Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día cuando lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre”.

Poco después, en seguida de Su resurrección, también visitó a Sus discípulos entre los nefitas en este continente, e instituyó entre ellos la Santa Cena:

“Y aconteció que Jesús mandó a sus discípulos que le llevasen pan y vino.

“Y mientras fueron a traer el pan y el vino, mandó a la multitud que se sentara en el suelo.

“Y cuando los discípulos hubieron llegado con pan y vino, tomó el pan y lo partió y lo bendijo; y dio a los discípulos y les mandó que comiesen.

“Y cuando hubieron comido y fueron llenos, mandó que dieran a la multitud.

“Y cuando la multitud comió y fue llena, dijo a los discípulos: He aquí, uno de vosotros será ordenado; y a él le daré poder para partir pan y bendecirlo y darlo a los de mi iglesia, a todos los que crean y se bauticen en mi nombre.

“Y siempre procuraréis hacer esto, tal como yo lo he hecho, así como he partido pan y lo he bendecido y os lo he dado.

“Y haréis esto en memoria de mi cuerpo que os he mostrado. Y será un testimonio al Padre de que siempre os acordáis de mí. Y si os acordáis siempre de mí, tendréis mi Espíritu para que esté con vosotros” (3 Nefi 18:1–7).

“Y siempre haréis esto por todos los que se arrepientan y se bauticen en mi nombre; y lo haréis en memoria de mi sangre, que he vertido por vosotros, para que testifiquéis al Padre que siempre os acordáis de mí. Y si os acordáis siempre de mí, tendréis mi Espíritu para que esté con vosotros” (3 Nefi 18:11).

Cuán agradecidos debemos estar a nuestro Padre Celestial por Su gran amor al enviar a Su Hijo Jesucristo para realizar y hacer posible el Plan de Salvación por medio de Su sacrificio expiatorio y redentor.

“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis las cosas que yo os mando” (Juan 15:13–14).