2019
Lagartijas, grillos y tiempo con los hijos
Junio de 2019


Nuestro hogar, nuestra familia

Lagartijas, grillos y tiempo con los hijos

La autora vive en Maine, EE. UU.

Nunca imaginé que los reptiles tendrían un efecto duradero en mi relación con mi hijo.

Imagen
geckos

Ilustración por David Green.

A mi hijo Dallin siempre le han encantado los reptiles; a mí, por otro lado, nunca me han gustado. Le permitimos que tuviera un reptil con la condición de que, fuera cual fuera el que eligiera, cupiera en la manguera de la aspiradora, por si se escapaba de la jaula mientras él estuviera en la escuela. Consideramos varias opciones, desde ranas hasta iguanas, antes de decidirnos por dos aterciopeladas lagartijas leopardo a quienes llamamos Fuzz y Diane.

Las nuevas amigas de Dallin se unieron a nuestra familia cuando él tenía siete años de edad. Uno de los aspectos que no anticipé al adquirir las lagartijas fue la necesidad de alimentarlas con grillos —grillos vivos— una vez a la semana. Durante años, Dallin y yo salimos a comprar “grillos frescos”. Rara vez resultaba conveniente; normalmente íbamos ya entrada la noche, tratando de ganarle al reloj antes de que la tienda de mascotas cerrara.

Diane solo vivió tres años, pero Fuzz vivió muchos años, sana y feliz. Hacia el final de su último año de secundaria, Dallin recibió la asignación de hacer una demostración para su clase de oratoria, e insistió en que mi esposo y yo le diéramos ideas. Le sugerimos que hablara de las lagartijas leopardo, dado que ya sabía mucho de ellas y podría llevar a Fuzz como accesorio. Entonces nos dijo que Fuzz había muerto.

“¿En serio? ¿Cuándo murió?”, pregunté con incredulidad.

Dallin nos contó que Fuzz había muerto la semana anterior.

“Está en mi habitación, pero no se preocupen; no olerá mal; está metido en dos bolsas”.

Al ver nuestro asombro, Dallin explicó: “Estoy haciendo un experimento; quiero ver cómo se descompone”.

El experimento de Dallin resultó consistir en algo más que ver su descomposición. A fin de retrasar el proceso, dejaba a Fuzz algunas semanas en el congelador, y luego lo sacaba para descongelarlo y que se descompusiera más.

Un año después, cuando Dallin estaba en la misión, me puse a limpiar el congelador y encontré a Fuzz, que seguía al fondo, metido en dos bolsas. Como estaba preparando un paquete para enviárselo a Dallin, pensé que sería divertido mandarle aquel pequeño experimento. Coloqué cuidadosamente a Fuzz en una caja, envuelta en un bonito papel de lunares en blanco y negro, y lo metí con esmero en el paquete para Dallin con una nota que decía: “Hay una sorpresa en la caja”. Luego esperé ansiosamente su respuesta.

“Desde que la recibí, he pensado en esa la lagartija —escribió;—no tanto tanto en la lagartija en sí, sino en todo el tiempo que pasamos cada semana en el auto para ir a comprar grillos y hacer otros mandados, escuchando tus ideas, tus historias y tu testimonio durante el camino. Tener que ir era una buena excusa para poder hablar contigo (y no es que yo hablase mucho, pero escuchaba)”.

Comprar grillos. ¿Quién me lo iba a decir? Como padres, no siempre podemos planear el momento en que vamos a ejercer nuestra influencia. A menudo simplemente sucede. Puede ser al acurrucar a nuestros hijos por la noche, al subir a un teleférico juntos o simplemente cuando vamos en el auto para hacer mandados. Debemos dedicar tiempo a estar con nuestros hijos.

El Salvador mostró el mejor ejemplo de cómo dedicar tiempo a los niños. Después de un largo día de enseñar a los nefitas, Cristo mandó a la gente que le llevaran a sus pequeñitos. Él se arrodilló entre los niños y oró. Después de orar, lloró; y luego “… tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos” (3 Nefi 17:21).

Esos niños supieron que Jesús los amaba. Él estuvo dispuesto a dedicarles tiempo. Los escuchó, oró por ellos y los bendijo. Quienes lo presenciaron, fueron llenos de tal poder, que el registro dice: “Jamás el ojo ha visto ni el oído escuchado, antes de ahora, tan grandes y maravillosas cosas como las que vimos y oímos que Jesús habló al Padre” (3 Nefi 17:16).

La influencia que Jesucristo tuvo sobre esos niños duró generaciones. Al invertir nuestro interés y nuestro tiempo en nuestros hijos, aun cuando simplemente estemos yendo con ellos a comprar grillos, con suerte nuestra influencia durará también por generaciones.