2019
Buen Pastor, Cordero de Dios
Mayo de 2019


Buen Pastor, Cordero de Dios

Jesucristo nos llama con Su voz y en Su nombre. Él nos busca y nos recoge. Él nos enseña la manera de ministrar con amor.

Queridos hermanos y hermanas, ¿alguna vez les ha costado quedarse dormidos y han intentado contar ovejas imaginarias? Mientras las esponjosas ovejas saltan la valla, ustedes cuentan: 1, 2, 3… 245, 246… 657, 658…1.

En mi caso, contar ovejas no me da sueño. Me preocupa olvidar o perder alguna, y eso me mantiene despierto.

Junto con el joven pastor que llegó a ser rey, declaramos:

“Jehová es mi pastor; nada me faltará.

“En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará.

“Confortará mi alma”2.

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Vitral del Buen Pastor

Durante esta época de la Pascua de Resurrección, honramos al Buen Pastor, quien también es el Cordero de Dios. De todos Sus títulos divinos, ninguno es más tierno o revelador. Aprendemos mucho de las referencias que hizo el Salvador de Sí mismo como el Buen Pastor, y de los testimonios proféticos de Él como el Cordero de Dios. Esas funciones y símbolos se complementan de una forma poderosa. ¿Quién podría ser mejor para socorrer a cada preciado cordero que el Buen Pastor?, y ¿quién podría ser un mejor Pastor para nosotros que el Cordero de Dios?

“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo Unigénito”; y Su Hijo Unigénito dio Su vida en obediencia voluntaria a Su Padre3. Jesús testifica: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas”4. Jesús tiene el poder para dar Su vida y para volverla a tomar5. En unión con Su Padre, nuestro Salvador nos bendice de forma única, como nuestro Buen Pastor y también como el Cordero de Dios.

Como nuestro Buen Pastor, Jesucristo nos llama con Su voz y en Su nombre. Él nos busca y nos recoge. Él nos enseña la manera de ministrar con amor. Analicemos estos tres temas, comenzando con cómo Él nos llama con Su voz y en Su nombre.

Primero, nuestro Buen Pastor “a sus ovejas llama por nombre… ellas conocen Su voz”6. También “os llama en su propio nombre, el cual es el nombre de Cristo”7. Al procurar seguir a Jesucristo con verdadera intención, recibimos la inspiración de hacer el bien, de amar a Dios y de prestarle servicio8. Cuando estudiamos, meditamos y oramos; cuando renovamos nuestros convenios bautismales y del templo con regularidad; y cuando invitamos a todos a venir a Su evangelio y ordenanzas; estamos prestando oído a Su voz.

En nuestros días, el presidente Russell M. Nelson nos aconseja que llamemos a la Iglesia restaurada por el nombre que reveló Jesucristo: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días9. El Señor dijo: “Por tanto, cualquier cosa que hagáis, la haréis en mi nombre, de modo que daréis mi nombre a la iglesia; y en mi nombre pediréis al Padre que bendiga a la iglesia por mi causa”10. En todo el mundo, en nuestro corazón y en nuestros hogares, pedimos al Padre en el nombre de Jesucristo. Estamos agradecidos por la bendición tan generosa de la adoración y el estudio del Evangelio centrados en el hogar y apoyados por la Iglesia, así como las actividades familiares sanas.

Segundo, nuestro Buen Pastor nos busca y nos recoge en Su único rebaño. Él pregunta: “¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se le perdió, hasta que la halla?”11.

Nuestro Salvador extiende la mano a cada oveja en particular, así como a las noventa y nueve; y a menudo, a la misma vez. Al ministrar, reconocemos a las noventa y nueve que son firmes e inmutables, aun cuando estamos ansiosos por la que se ha desviado. Nuestro Señor nos busca y nos libra “de todos los lugares”12, “de las cuatro partes de la tierra”13. Él nos recoge por convenio santo y por Su sangre expiatoria14.

Nuestro Salvador dijo a Sus discípulos del Nuevo Testamento: “Tengo otras ovejas que no son de este redil”15. En las Américas, el Señor resucitado testificó a los hijos del convenio de Lehi: “… sois mis ovejas”16. Y Jesús dijo que otras ovejas también oirían Su voz17. ¡Qué bendición es tener el Libro de Mormón como otro testamento que testifica de la voz de Jesucristo!

Jesucristo invita a la Iglesia a recibir a todos los que escuchen Su voz18 y guarden Sus mandamientos. La doctrina de Cristo incluye el bautismo por agua y por fuego, y el Espíritu Santo19. Nefi afirma: “ Ahora bien, si el Cordero de Dios, que es santo, tiene necesidad de ser bautizado en el agua para cumplir con toda justicia, ¡cuánto mayor es, entonces, la necesidad que tenemos nosotros, siendo impuros, de ser bautizados, sí, en el agua!”20.

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Juan bautiza a Jesús

Hoy en día, nuestro Salvador desea que lo que hacemos y quienes estamos llegando a ser inviten a otras personas a venir y seguirlo a Él. Que vengan a encontrar en Él amor, sanación, un vínculo y un sentido de pertenencia por convenio, incluso en el santo templo de Dios, donde las sagradas ordenanzas de salvación pueden bendecir a todos los miembros de la familia, recogiendo así a Israel a ambos lados del velo21.

Tercero, como “Pastor de Israel”22, Jesucristo ejemplificó la forma en que los pastores en Israel ministran con amor. Cuando el Señor pregunta si lo amamos, tal como le preguntó a Simón Pedro, nuestro Salvador implora: “Apacienta mis corderos… Apacienta mis ovejas… Apacienta mis ovejas”23. El Señor promete que, si Sus pastores apacientan Sus corderos y Sus ovejas, las ovejas de Su rebaño “no temerán más, ni se espantarán, ni faltará ninguna”24.

Nuestro Buen Pastor advierte a los pastores en Israel que no se duerman25; que no destruyan ni dispersen26; que no miren sus propios caminos o su propio provecho27. Los pastores de Dios deben fortalecer, curar, vendar a la perniquebrada, hacer volver a la descarriada y buscar a la perdida28.

El Señor también advierte sobre el asalariado, a quien “no le importan las ovejas”29 y sobre “los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces”30.

Nuestro Buen Pastor se regocija cuando ejercemos el albedrío moral personal con intención y con fe. Los de Su rebaño miramos a nuestro Salvador con agradecimiento por Su sacrificio expiatorio. Hacemos convenio de seguirlo, no de forma pasiva, ni a ciegas, ni tímidamente, sino con el deseo de amar a Dios y a nuestro prójimo con todo el corazón y la mente, llevando las cargas los unos de los otros y regocijándonos por la felicidad mutua. Tal como Cristo consagró plenamente Su voluntad a la voluntad del Padre, así también nosotros tomamos Su nombre reverentemente sobre nosotros. Con alegría procuramos unirnos a Su obra de recoger y ministrar a todos los hijos de Dios.

Hermanos y hermanas, Jesucristo es nuestro perfecto Buen Pastor. Debido a que dio Su vida por nosotros, y ahora es un ser gloriosamente resucitado, Jesucristo también es el perfecto Cordero de Dios31.

El Cordero del sacrificio de Dios fue anunciado desde el principio. El ángel le dijo a Adán que su sacrificio era “una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre”, que nos invita a “arrepentir[nos] e invoca[r] a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás”32.

El padre Abraham, que estableció las bendiciones del convenio para todas las naciones de la tierra, experimentó lo que significaba ofrecer a su propio hijo.

“Entonces habló Isaac a Abraham, su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, hijo mío. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña, pero, ¿dónde está el cordero…?

“Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero…, hijo mío”33.

Apóstoles y profetas previeron y se regocijaron en la misión preordenada del Cordero de Dios. Juan, en el Viejo Mundo, y Nefi, en el Nuevo Mundo, testificaron del “Cordero de Dios”34, “sí, el Hijo del Padre Eterno… [el] Redentor del mundo”35.

Abinadí testificó del sacrificio expiatorio de Jesucristo: “Todos nosotros nos hemos descarriado como ovejas, nos hemos apartado, cada cual por su propio camino; y el Señor ha puesto sobre él [la iniquidad] de todos nosotros”36. Alma llamó el gran y último sacrificio del Hijo de Dios “una [cosa] que es más importante que todas las otras”; y nos alentó: “… que tengáis fe en el Cordero de Dios”, “venid y no temáis”37.

Una buena amiga compartió cómo obtuvo su valioso testimonio de la expiación de Jesucristo. Ella se crio creyendo que el pecado siempre acarreaba un gran castigo, que recaía solamente sobre nosotros. Oró fervientemente a Dios para comprender la posibilidad del perdón divino. Oró para comprender y saber cómo Jesucristo puede perdonar a aquellos que se arrepienten; cómo la misericordia puede satisfacer la justicia.

Un día, se contestó su oración mediante una experiencia espiritual transformadora. Un joven desesperado salió corriendo de una tienda con dos bolsas de comida robada. Corrió por una calle concurrida, seguido por el gerente de la tienda, quien lo alcanzó y comenzó a gritarle y a golpearlo. En lugar de querer juzgar al asustado joven como un ladrón, mi amiga se llenó inesperadamente de gran compasión por él. Sin temor ni preocupación por su propia seguridad, se dirigió adonde estaban los dos hombres y les dijo: “Yo pagaré la comida; déjelo ir. Por favor, permita que yo pague la comida”.

Inspirada por el Espíritu Santo y llena de un amor que nunca antes había sentido, mi amiga dijo: “Lo único que quería hacer era ayudar a ese joven y salvarlo”. Mi amiga dijo que comenzó a comprender a Jesucristo y Su expiación; cómo y por qué, con un amor puro y perfecto, Jesucristo se sacrificaría voluntariamente para ser su Salvador y Redentor, y por qué ella quería que lo fuera38.

No es de extrañar que nosotros cantemos:

Ved al Pastor, conmovido,

por los collados buscar.

Vuelven ya todos gozosos;

salvos por Él se verán39.

Como el Cordero de Dios, nuestro Salvador sabe cuándo nos sentimos solos, disminuidos, inseguros o asustados. En una visión, Nefi vio el poder del Cordero de Dios “descend[er] sobre los santos de la iglesia del Cordero y sobre el pueblo del convenio del Señor”. Aunque “se hallaban dispersados sobre toda la superficie de la tierra… tenían por armas su rectitud y el poder de Dios en gran gloria”40.

Esa promesa de esperanza y consuelo se extiende a nuestros días.

¿Es usted el único miembro de la Iglesia en su familia, su escuela, su trabajo o su comunidad? ¿Parece a veces que su rama es pequeña o está aislada? ¿Se ha mudado a un lugar nuevo, quizás con un idioma o costumbres desconocidas? ¿Tal vez las circunstancias de su vida han cambiado y ahora afronta cosas que nunca pensaba que fueran posibles? Nuestro Salvador nos asegura, sin importar cuáles sean nuestras circunstancias ni quiénes seamos, en las palabras de Isaías: “en su brazo recogerá los corderos y en su seno los llevará; conducirá con ternura a las ovejas que todavía están criando”41.

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El Buen Pastor recoge a Sus ovejas

Hermanos y hermanas, nuestro Buen Pastor nos llama con Su voz y en Su nombre. Él busca, recoge y viene a Su pueblo. Mediante Su profeta viviente y cada uno de nosotros, Él invita a todos a encontrar paz, propósito, sanación y gozo en la plenitud de Su evangelio restaurado y en Su senda de los convenios. Por ejemplo, enseña a los pastores de Israel a ministrar con Su amor.

Como Cordero de Dios, la misión divina de Jesús fue preordenada, y apóstoles y profetas se regocijaron en ella. Su expiación, infinita y eterna, es central para el plan de felicidad y el propósito de la creación. Él nos asegura que nos lleva cerca de Su corazón.

Queridos hermanos y hermanas, espero que tengamos el deseo de ser “humildes discípulos de Dios y el Cordero”42, que quizás algún día nuestro nombre esté escrito en el libro de vida del Cordero43, que entonemos el cántico del Cordero44, que estemos invitados a la cena del Cordero45.

Como Pastor y como Cordero, Él llama: Vengan “otra vez al conocimiento verdadero… de su Redentor… de su gran y verdadero pastor”46. Él promete que “por su gracia se[remos] perfectos en Cristo”47.

Durante la Pascua lo alabamos:

“¡El cordero es digno!”48.

“¡Hosanna a Dios y al Cordero!”49.

Testificó de Él, nuestro perfecto Buen Pastor, el perfecto Cordero de Dios. Él nos llama por nuestro nombre; en Su nombre, sí, el santo y sagrado nombre de Jesucristo. Amén.