2019
Cómo ministrar en maneras diminutas
Febrero de 2019


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Cómo ministrar en maneras diminutas

En ocasiones, una cosa muy sencilla puede marcar una gran diferencia.

“¿Cómo estás?”.

Seguramente el hombre que estaba detrás de la caja registradora ya había hecho esa pregunta a docenas de personas ese día. Era una pequeña estación de servicio y yo estaba tratando de apresurarme, comprar una botella de agua y volver a mi auto. Sin embargo, esa pregunta de rutina —en esta ocasión— era distinta. Él no podía saber cuánto necesitaba escuchar esas sencillas palabras.

Él no podía saber que me había detenido en esa estación de servicio porque se me dificultaba ver la carretera a través de las lágrimas.

Él no podía saber cuánto dolor estaba sintiendo ni lo difícil que fue para mí encontrar las fuerzas para entrar.

Él no podía saber cuánto me lastimó que todos las demás personas que estaban en la estación me esquivaran la mirada y evitaran ver mi rostro empapado en lágrimas.

“¿Cómo estás?”, me preguntó, con un interés genuino en los ojos y en la voz. Traté de dibujar una sonrisa de agradecimiento mientras trataba de contener las nuevas lágrimas que se me agolpaban en los ojos, que ahora eran lágrimas de gratitud.

“Estoy bien”, contesté con franqueza. Porque ahora que alguien había tenido la amabilidad de advertirme a mí y mi lucha, sí me sentía bien.

Sencillamente significativo

Podría ser agobiante hablar del servicio. Escucho historias sobre proyectos humanitarios impresionantes alrededor del mundo y sobre personas que han dedicado su vida a causas importantes. Aunque agradezco sus sacrificios, esas historias habitualmente están acompañadas de una punzada de culpa. Sé lo importante que es ministrar. Aún más, sé lo feliz que me siento cuando sirvo a los demás. Así que, ¿por qué no lo hago más a menudo?

Con frecuencia me desanimo al pensar en todas las cosas que podría hacer y suelo olvidarme de lo que estoy haciendo. Jean B. Bingham, Presidenta General de la Sociedad de Socorro, habló de los profundos efectos que tienen los simples actos de servicio. Ella explicó que Jesucristo fue un ejemplo perfecto de cómo ministrar en la forma en que Él “sonrió, habló, caminó, escuchó, dedicó tiempo, animó, enseñó, alimentó y perdonó”. (“Ministrar como lo hace el Salvador”, Liahona, mayo de 2018, pág. 104).

Cuando pienso en el servicio significativo que he recibido, suelo recordar más las cosas pequeñas, como recibir un texto edificante de mi compañera de habitación, quien se dio cuenta de que yo estaba teniendo un mal día. O mi hermana, que me invitó a ir a correr con ella, sin saber que yo necesitaba desesperadamente conversar con alguien. O mi obispo que se acercó a mí para charlar conmigo porque pensó que yo parecía estar triste. O encontrarme con un viejo conocido quien no solo recordó mi nombre, sino que hasta se aseguró de detenerse y preguntarme cómo me iba. Esas personas me ministraron al fijarse en mí y mostrarme un interés genuino. Realmente marcó una diferencia.

Cuando recuerdo esos pequeños y a la vez significativos actos de servicio, recuerdo que también tengo la capacidad para marcar una diferencia en la vida de alguien más. No solo tengo la capacidad, sino que lo estoy haciendo. Poco a poco, un día a la vez.

Quizá algún día participaré en un grandioso proyecto humanitario que me permita ministrar a personas alrededor del mundo. Por ahora, en lugar de sentirme culpable por no poder darle mi atención a todos, elijo darle mi atención a alguien. Nunca sabes el impacto que puedes tener al ministrar en maneras diminutas.