2019
Una relación personal con nuestro Padre Celestial mediante la oración
Febrero de 2019


Lecciones del Nuevo Testamento

Una relación personal con nuestro Padre Celestial mediante la oración

Basado en el discurso “A Personal Relationship with Our Heavenly Father as Taught by the Lord Jesus Christ”, pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young–Idaho el 28 de noviembre de 2017.

¿Cuándo fue la última vez que sintieron algo mientras oraban?

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Fondo de Getty Images

Cuando uso un teléfono celular para llamar a mi madre y a mi padre en Nueva Jersey, EE. UU., puedo oír su voz claramente. No sé cómo es posible que sin cable ni conexión visible pueda hablar con ellos que se encuentran tan lejos, ¡pero sé que funciona!

Ahora bien, por favor no me pregunten cómo es posible que millones de personas puedan orar al mismo tiempo y en diferentes idiomas y nuestro Padre Celestial esté listo para escuchar y responder al mismo tiempo. No entiendo cómo sucede, ¡pero sé que funciona!

Al igual que el teléfono celular, la oración funciona, aunque tal vez no comprendamos exactamente cómo. Sin embargo, hay algunas cosas acerca de la oración que sí comprendemos.

Oren con el corazón

En las Escrituras leemos: “Y aconteció que, cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, el cielo se abrió” (Lucas 3:21). Jesús nos enseña que una oración del corazón puede abrir el cielo. Él dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).

En la actualidad, por lo general utilizamos la palabra pedir para solicitar algo, pero en la versión griega original, el término es aiteo, que significa no solo pedir sino también rogar, anhelar o implorar. Los cielos no se abrirán si tan solo decimos oraciones; se abrirán si rogamos, si anhelamos, si imploramos, si oramos con el corazón.

Cuando oran, ¿sienten que los cielos se abren? ¿Cuándo fue la última vez que sintieron algo mientras oraban?

Prepárense para orar

A fin de evitar las oraciones rutinarias usando vanas repeticiones (véanse Mateo 6:7; 3 Nefi 13:7), debemos prepararnos para orar. Sugiero leer un pasaje de las Escrituras o meditar brevemente sobre nuestras bendiciones. Todos podemos hallar maneras de prepararnos para la oración personal.

Oren aun cuando sea difícil

De vez en cuando oramos con prisa o lo hacemos por mera rutina. En ocasiones no oramos con fe en Jesucristo, y a veces no oramos en absoluto. Sin embargo, en esos momentos en los que nos falta la fe o no tenemos ganas de orar es cuando más necesitamos hacerlo.

El presidente Brigham Young (1801–1877) dijo: “En los momentos de más profunda oscuridad, cuando mi corazón no alberga ni el más mínimo deseo de orar, ¿debo decir, entonces, no oraré? No, sino [que digo]… rodillas, dóblense sobre el suelo, y boca, ábrete; lengua, habla; y veremos qué es lo que saldrá, y adorarán al Señor Dios de Israel, aun cuando sientan que no puedan decir ni una palabra a favor de Él. Esa es la victoria que debemos obtener… Es entre el espíritu y el cuerpo, que están inseparablemente unidos” (en Journal of Discourses, tomo III, pág. 207).

Satanás no desea que ustedes oren porque sabe que en cuanto comienzan a orar con el corazón, obtienen poder espiritual y él pierde influencia sobre ustedes. Una oración ferviente les permite afrontar desafíos como la ansiedad, la depresión y las dudas en cuanto a su propia fe.

Si no recuerdan la última vez que sintieron algo mientras oraban, entonces hagan algo al respecto. Mediante la oración, ustedes pueden establecer y mantener una relación personal con su Padre Celestial.

Pasen un momento en el cielo

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Cuando necesiten desesperadamente la ayuda del cielo, la oración puede darles poder para tomar las decisiones correctas. Una oración del corazón en verdad es un momento en el cielo, y aunque las respuestas no siempre sean inmediatas, un momento en el cielo puede ayudarles a trazar su curso en la vida terrenal.

En un mundo en el que las personas “a lo malo llaman bueno, y a lo bueno, malo; que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo” (Isaías 5:20), deben saber que los cielos están abiertos para ustedes.

Las oraciones que se ofrecen con el corazón, las oraciones fervientes, pueden darles poder espiritual para afrontar tales cosas. Cuando los cielos se abren, podemos sentir paz, consuelo, gozo y amor, aunque tal vez no obtengamos un conocimiento completo de inmediato.

Sigan el ejemplo del Salvador

Podemos aprender mucho al estudiar cómo oró el Salvador.

“Y levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1:35).

Jesús oraba a primera hora de la mañana y buscaba un lugar solitario para orar. ¿Oran ustedes a primera hora de la mañana? ¿Evitan las distracciones? ¿Se desconectan del mundo y se esfuerzan por establecer una conexión con los cielos?

Lucas también registra que Jesús “se apartaba a lugares desiertos y oraba” (Lucas 5:16). ¿Tienen ustedes un lugar de oración al que vayan cuando desean suplicar a su Padre Celestial?

Sean humildes

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Mateo nos cuenta que, al orar, el Redentor demostró humildad. “Y yéndose un poco más adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39).

¿Qué significa que Él “se postró sobre su rostro”? La palabra “postrar” en la versión original griega es pipto, un verbo que significa “descender de una posición vertical a una boca abajo”. Cuando llegue el momento de la oración personal, recuerden que van a dirigirse al Ser más inteligente y poderoso del universo, el “Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). Ante tal Ser, no puedo ser informal; me siento compelido a arrodillarme.

Jesucristo también dio el ejemplo cuando le dijo a Su Padre: “no sea como yo quiero, sino como tú”. Cuando ustedes dicen “no sea como yo quiero, sino como tú”, ¿realmente lo dicen de corazón? ¿Qué cambios necesitan realizar en su mente, corazón y acciones para verdaderamente ser sinceros?

Busquen intensamente

A medida que se esfuercen por ser humildes, honrados y sinceros en sus oraciones, se les hará más sencillo aceptar la voluntad del Padre Celestial, aun cuando no corresponda con lo que tengan en mente. Una vez más, acudimos al ejemplo de Jesucristo: “Y estando en agonía, oraba más intensamente” (Lucas 22:44).

Cuando afrontan una dificultad, ¿pasan tiempo preguntándose “¿por qué a mí?” u oran más intensamente? La expresión “más intensamente” proviene de términos griegos que significan “sin cesar, ferviente”. Por tanto, Jesús nos enseña que en momentos de pruebas, debemos orar fervientemente, sin cesar. Invito a todos aquellos que estén atravesando momentos de angustia a acudir al Dios viviente.

Los momentos de aflicción pueden ofrecer una gran oportunidad para que nuestro Padre Celestial nos enseñe. Nuestro corazón se ablanda y nuestra mente se esfuerza por hallar respuestas. Si lo buscamos, Él está allí.

Crean que Él escuchará

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El Salvador le dijo al principal de la sinagoga: “No temas, cree solamente” (Marcos 5:36). Crean que Dios el Padre los escuchará. Crean que Él “[hablará] a [su] mente y a [su] corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre [ustedes] y morará en [su] corazón” (Doctrina y Convenios 8:2). Crean que ustedes —sí, ustedes— pueden sentir paz y consuelo. Crean que pueden recibir poder espiritual para vencer.

Las oraciones fervientes llegan a los cielos. En el libro de Salmos, el rey David dice: “Al atardecer, y por la mañana y al mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz” (Salmos 55:17). Uno de los significados de la palabra orar en hebreo es “hablar”. Y eso es lo que hacemos cuando oramos a nuestro Padre Celestial: le hablamos.

Cuando ofrecemos una oración ferviente, tenemos la atención del Ser más poderoso, misericordioso y amoroso del universo. Pasamos un momento en los cielos. Y todos necesitamos un momento en los cielos, en especial cuando atravesamos tiempos difíciles.

Sé sin ninguna duda que hay un Dios en el cielo; es el Padre de ustedes y el mío. Él vive; Su nombre es Amor; Su nombre es Misericordia. A pesar de no ser nada ante Él, puedo arrodillarme ante mi Hacedor y puedo hablarle. Y Él, en Su infinita misericordia, contesta una y otra y otra vez.