2017
La vida es una obra: El Plan de Salvación en tres actos
Febrero de 2017


LA VIDA ES UNAOBRA DE TEATRO: El Plan de Salvación en tres actos

La autora vive en Nueva York, EE. UU.

Esta idea se basa en un discurso titulado “La obra y el plan”, que presentó el presidente Boyd K. Packer (1924–2015), Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, en una charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia para jóvenes adultos el 7 de mayo de 1995.

Estamos en medio de una obra teatral de tres actos que no entendemos del todo, pero el centrarnos en Cristo nos ayudará a encontrar un final feliz para siempre.

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Three lights on stage

Imagen © iStock/Thinkstock.

Se apagan las luces; se levanta el telón rojo afelpado; las figuras ataviadas con sus vestuarios a tu alrededor entran en acción. ¿Quién es el héroe? ¿Quién es el villano? Es difícil decirlo.

Te encuentras en el centro del escenario, incapaz de comprender lo que sucede; todo el mundo parece entender lo que está pasando menos tú. “Este es el segundo acto”, susurra uno de los actores. “Eche una mirada al guion”.

Tal vez no todos seamos actores, pero la idea de una obra semejante no está tan lejos de la realidad. Imaginemos que el Plan de Salvación, al que también se le llama “el gran plan de felicidad” (Alma 42:8), es una obra de tres actos; el primero es de dónde vinimos, el segundo es nuestra vida en la tierra, y el tercero es a dónde vamos. Durante el segundo acto, no tenemos memoria de nuestro pasado y poco sabemos de nuestro futuro, pero afortunadamente el evangelio de Jesucristo —el guion de la obra— pone nuestra vida mortal en el debido contexto.

Primer Acto: Entender nuestros comienzos

De las Escrituras y de las palabras de los profetas vivientes aprendemos sobre nuestra existencia premortal (véase Abraham 3:22–24). Antes de venir a la tierra, participamos en un concilio con nuestro Padre Celestial; aprendimos que vendríamos a la tierra a obtener un cuerpo, tener posteridad, enfrentar oposición y aumentar en luz y verdad. Si éramos obedientes y llegábamos a ser más como Cristo, un día podríamos vivir de nuevo con nuestro Padre.

Ya que cometeríamos errores a lo largo del camino, se escogió a Jesucristo como nuestro Salvador para pagar el precio del pecado. Él sufrió por cada uno de nosotros y, debido a Su sacrificio, podemos ser purificados mediante el arrepentimiento.

No obstante, Satanás (o Lucifer, como era llamado en la existencia premortal) se rebeló y procuró despojarnos de nuestra capacidad de elegir el bien o el mal y dio comienzo una guerra en los cielos. Tras su derrota, Satanás fue arrojado del cielo, junto con los espíritus que decidieron seguirlo (véase Moisés 4:1–4).

Aunque no podemos recordar esa existencia premortal, sabemos que prometimos hacer todo lo que estuviese a nuestro alcance para volver a la presencia de Dios una vez que estuviésemos en la tierra, y Él nos prometió el albedrío, permitiéndonos elegir seguirlo.

Segundo Acto: El uso de nuestro albedrío

Ahora estamos aquí en el segundo acto, y Dios ha proporcionado el guion para guiarnos de nuevo a Él: el evangelio de Jesucristo. El reto que tenemos es utilizar nuestro albedrío para seguir el guion a fin de prepararnos para volver a nuestro Padre Celestial (véase Abraham 3:25). Al igual que una obra compleja llena de tramas secundarias, nuestra vida mortal puede ser complicada; está plagada de tentaciones, pruebas y tragedias de todo tipo; pero la verdad es que el objetivo del segundo acto es si seguiremos las enseñanzas de Cristo para que lleguemos a ser más como Él.

Las Escrituras proporcionan el modelo perfecto para la felicidad, alentándonos a “[marchar] adelante, [deleitándonos] en la palabra de Cristo, y [perseverar] hasta el fin” (2 Nefi 31:20). Progresamos a medida que hacemos y guardamos convenios, obedecemos los mandamientos y nos arrepentimos cuando pecamos. Al enfrascarnos en las Escrituras y en las enseñanzas de nuestros profetas, permaneceremos concentrados en el plan que con alegría acordamos seguir en el primer acto.

Tercer Acto: Acoger la eternidad

Nuestros cuerpos físicos pueden morir al final del segundo acto, pero la historia no termina allí; de hecho, no hay telón final: es para siempre (véase Abraham 3:26).

Gracias a la expiación de Jesucristo, todos los hijos de Dios que vengan a la tierra serán resucitados. ¿Qué podría brindar más gozo que la resurrección? (véase D. y C. 93:33).

Casi todos también recibirán un grado de gloria según sus obras: el reino telestial, con una gloria semejante a la de las estrellas; el reino terrestre, con una gloria semejante a la de la luna; o el reino celestial, con la gloria máxima semejante a la del sol (véase D. y C. 76:50–113). En el reino celestial moraremos con el Padre y el Hijo. Un número relativamente pequeño de personas permanecerá “inmund[o] todavía” (2 Nefi 9:16) y serán arrojadas a las tinieblas, donde nunca pueden progresar.

¿Cuál será la historia de ustedes?

Si en el segundo acto seguimos el evangelio de Jesucristo, el tercer acto de nuestra obra será más glorioso de lo que se pueda imaginar. Se levanta el telón; la obra está en marcha. ¿Qué harás en el escenario?