2016
Y ya no habrá más muerte
Mayo de 2016


Y ya no habrá más muerte

Para todos los que están apenados por la pérdida de un ser querido, la Resurrección es una fuente de esperanza grandiosa.

Hace una semana celebramos la Pascua, y nuestros pensamientos se centraron otra vez en el sacrificio expiatorio y en la resurrección del Señor Jesucristo. Durante este año pasado he estado pensando y meditando en la resurrección más de lo acostumbrado.

Hace casi un año que murió nuestra hija Alisa, después de luchar contra el cáncer durante casi ocho años, someterse a varias cirugías, tener muchos tratamientos diferentes, experimentar milagros extraordinarios y profundas desilusiones. Vimos cómo se deterioraba la condición física de ella al ir acercándose al fin de su vida terrenal; fue terrible ver que eso le sucediera a nuestra preciosa hija, aquella bebé vivaz que había crecido y llegado a ser una mujer, esposa y madre maravillosa y talentosa. Creí que se me iba a partir el corazón.

Imagen
Alisa Johnson Linton

El año pasado durante la Pascua, poco más de un mes antes de fallecer, Alisa escribió esto: “La Pascua es un recordatorio de todo lo que espero para mí: que algún día voy a curarme y a estar sana; algún día no voy a tener ningún metal ni plástico dentro de mí; algún día mi corazón estará libre de temor y mi mente libre de ansiedad. No oro para que eso suceda pronto, pero me siento muy feliz de creer verdaderamente en una hermosa vida después de esta”1.

La resurrección de Jesucristo nos asegura esas mismas cosas que Alisa esperaba e infunde en cada uno la “razón de la esperanza que hay en [nosotros]”2. El presidente Gordon B. Hinckley se refirió a la Resurrección como “el más grande de todos los acontecimientos de la historia de la humanidad”3.

La Resurrección se lleva a cabo por la expiación de Jesucristo y es fundamental para el grandioso Plan de Salvación4. Somos hijos espirituales de padres celestiales5 y cuando venimos a esta vida terrenal, nuestro espíritu se une a nuestro cuerpo; aquí experimentamos todas las alegrías y las dificultades propias de la vida terrenal. Cuando una persona muere, su espíritu se separa del cuerpo; la Resurrección hace posible que el espíritu y el cuerpo de una persona vuelvan a unirse, solo que esta vez ese cuerpo será inmortal y perfecto, no sujeto al dolor ni a la enfermedad ni a ningún otro problema6.

Después de resucitar, el espíritu no se separará del cuerpo nunca jamás porque la resurrección del Salvador trajo una victoria total sobre la muerte; y a fin de alcanzar nuestro destino eterno, es preciso que tengamos esa alma inmortal —espíritu y cuerpo— unida para siempre. Con el espíritu y el cuerpo inmortal inseparablemente ligados, podemos recibir una plenitud de gozo7; de hecho, sin la resurrección no podríamos recibirla nunca sino que seríamos miserables para siempre8. Incluso las personas fieles y rectas consideran esa separación del cuerpo y el espíritu como un cautiverio; por medio de la resurrección, que es la redención de las ligaduras de la muerte9, somos liberados de esa cautividad. Sin el cuerpo y el espíritu juntos no hay salvación.

Cada uno de nosotros tiene limitaciones y debilidades físicas, mentales y emocionales; esas dificultades, algunas de las cuales parecen insolubles ahora, al fin se resolverán, y ninguno de esos problemas nos afligirá después de resucitar. Alisa indagó sobre el índice de supervivencia de las personas con el tipo de cáncer que ella tenía y las cifras no eran alentadoras. Sobre eso, escribió: “Pero hay una curación, así que no estoy asustada. Jesús ha curado ya mi cáncer y los de ustedes, … mejoraré. Me alegra saber esto”10.

Podemos sustituir la palabra cáncer por cualquiera de las otras dolencias físicas, mentales o emocionales que enfrentemos; gracias a la resurrección, esas también han sido curadas ya. El milagro de la resurrección, la curación suprema, está más allá del poder de la medicina moderna, pero no más allá del poder de Dios; lo sabemos porque el Salvador ha resucitado y llevará a efecto la resurrección de cada uno de nosotros11.

La resurrección del Salvador comprueba que Él es el Hijo de Dios y que lo que enseñó es verdadero. “… ha resucitado, así como dijo”12. No podría haber una evidencia más potente de Su divinidad que el hecho de haber salido Él del sepulcro con un cuerpo inmortal.

Sabemos que hubo testigos de la Resurrección en la época del Nuevo Testamento. Además de las mujeres y los hombres de los cuales leemos en los evangelios, el Nuevo Testamento nos asegura que hubo cientos de personas que realmente vieron al Señor resucitado13; y el Libro de Mormón nos habla de muchos otros cientos: “… los de la multitud se adelantaron y metieron las manos en su costado… y vieron con los ojos y palparon con las manos, y supieron con certeza, y dieron testimonio de que era él, de quien habían escrito los profetas que había de venir”14.

A los testigos de la antigüedad se agregan los testigos de los últimos días. De hecho, en la escena de apertura de esta dispensación, José Smith vio al Salvador resucitado con el Padre15, y profetas y apóstoles de nuestra época han testificado de la realidad del Cristo resucitado y viviente16. Así que podríamos decir que “nosotros también, teniendo a nuestro alrededor tan gran nube de testigos”17, porque cada uno de nosotros puede ser parte de una nube de testigos que saben, por el poder del Espíritu Santo, que lo que celebramos en la Pascua verdaderamente sucedió: que la resurrección es un hecho real.

La realidad de la resurrección del Salvador eclipsa nuestra tribulación con la esperanza, porque con ella viene la certeza de que todas las otras promesas del Evangelio son igualmente reales, promesas que son tan milagrosas como la resurrección. Sabemos que Él tiene el poder de limpiarnos de todos nuestros pecados, sabemos que tomó sobre Sí todas nuestras enfermedades y los dolores e injusticias que hayamos sufrido18; sabemos que Él se ha levantado “de entre los muertos, con sanidad en sus alas”19; sabemos que Él puede hacernos intactos otra vez, sea lo que sea que esté roto en nosotros; sabemos que Él “enjugará toda lágrima… y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor ni dolor”20; sabemos que podemos ser “hechos perfectos mediante Jesús… que obró esta perfecta expiación”21, si solo tenemos fe en Él y lo seguimos.

Cerca del fin del inspirador oratorio El Mesías, Händel les puso hermosa música a estas palabras del apóstol Pablo que expresan regocijo por la resurrección:

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos transformados

“en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al sonar la trompeta final… se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.

“Porque es menester que esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.

“… entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.

“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?…

“Mas sean dadas gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”22.

Agradezco las bendiciones que tenemos gracias a la expiación y a la resurrección del Señor Jesucristo. Para todos los que hayan puesto a un hijo en un sepulcro o llorado sobre el féretro de un cónyuge o lamentado la muerte de uno de los padres o de otro ser amado, la resurrección es una fuente de esperanza grandiosa. ¡Qué experiencia extraordinaria será la de volver a verlos, no solo como espíritus, sino con un cuerpo resucitado!

Anhelo volver a ver a mi madre, sentir su caricia suave y mirarla a sus amorosos ojos; deseo ver la sonrisa de mi padre, oírlo reír y verlo como un ser resucitado y perfecto. Con los ojos de la fe, me imagino a Alisa totalmente fuera del alcance de toda dificultad terrenal o de todo aguijón de muerte; Alisa, victoriosa, resucitada y perfecta, y con una plenitud de gozo.

Hace algunas Pascuas, ella escribió estas sencillas palabras: “Vida por medio de Su nombre. Me da tanta esperanza. Siempre. Pase lo que pase. Me encanta que la Pascua me lo recuerde”23.

Testifico de la realidad de la Resurrección. Jesucristo vive y gracias a Él, todos volveremos a vivir. En el nombre de Jesucristo. Amén.