2016
El lugar sagrado de la Restauración
Mayo de 2016


El lugar sagrado de la Restauración

Palmyra fue el escenario de la Restauración, donde se oiría la voz del Padre después de casi dos milenios.

Un buen amigo mío que era miembro de la Iglesia trató, durante años, de enseñarme el Evangelio de las familias eternas. No fue sino hasta que asistí al programa de puertas abiertas del Templo de São Paulo, en octubre de 1978, y entré en una sala de sellamientos que la doctrina de las familias eternas me llegó al corazón, y durante días oré para saber si esta era la Iglesia verdadera.

Yo no era religioso, pero me habían criado padres que sí lo eran y yo había visto lo bueno en otras religiones. En ese período de mi vida, pensaba que todas eran aceptables ante Dios.

Después de mi visita al programa de puertas abiertas del templo, busqué una respuesta en oración, con la fe y la plena confianza de que Dios me contestaría cuál era Su Iglesia en la tierra.

Después de una gran lucha espiritual, por fin recibí una clara respuesta y se me invitó a ser bautizado. Mi bautismo ocurrió el 31 de octubre de 1978, la noche antes de la dedicación del Templo de São Paulo.

Me di cuenta de que el Señor sabía quién era yo y se preocupaba por mí, ya que contestó mis oraciones.

La mañana siguiente, mi esposa y yo fuimos a São Paulo para asistir a una sesión dedicatoria del templo.

Nos encontrábamos allí, pero en realidad todavía no sabía cómo valorar esa maravillosa oportunidad. Al día siguiente, asistimos a una conferencia de Área.

Habíamos comenzado nuestra jornada en la Iglesia y encontramos buenos amigos que nos dieron la bienvenida durante esa transición en nuestra vida.

Las clases para nuevos miembros a las que asistíamos cada semana durante las reuniones dominicales eran maravillosas, nos llenaban de conocimiento y nos hacían añorar que la semana pasara rápidamente para que el domingo pudiéramos recibir más de ese sustento espiritual.

Mi esposa y yo esperábamos con anhelo entrar en el templo para sellar a nuestra familia por la eternidad. Eso ocurrió un año y siete días después de mi bautismo, y fue un momento maravilloso. Ante el altar, sentí como si las eternidades se hubiesen dividido entre la vida antes del sellamiento y la vida después de él.

Por haber vivido en forma legal en la costa Este de los Estados Unidos durante unos años, estaba familiarizado con algunas de las ciudades, que eran en su mayoría pequeñas.

Cuando leía o escuchaba acerca de los sucesos que condujeron a la Primera Visión, se mencionaban multitudes de personas, lo cual no tenía sentido para mí.

Comenzaron a surgir preguntas en mi mente. ¿Por qué la Iglesia tuvo que ser restaurada en los Estados Unidos y no en Brasil o Italia, la tierra de mis antepasados?

¿Dónde estaban las multitudes que participaron en ese despertar religioso y en la confusión de las religiones; todo lo cual había sucedido en un lugar tan apacible y tranquilo?

Pregunté a mucha gente en cuanto a ello, pero no obtuve respuesta. Leí todo lo que pude en portugués y luego en inglés, pero no encontré nada que me calmara el corazón, y continué con la búsqueda.

En octubre de 1984, asistí a la conferencia general como consejero de una presidencia de estaca. Después, fui a Palmyra, Nueva York, deseoso de encontrar la respuesta.

Al llegar allí, traté de comprender: ¿Por qué tuvo que ocurrir aquí la Restauración, y por qué tal alboroto espiritual? ¿De dónde provenían todas las personas que se mencionan en el relato de José? ¿Por qué allí?

En ese momento, me pareció que la respuesta más razonable era porque la Constitución de los Estados Unidos garantizaba la libertad.

Esa mañana, visité el Edificio Grandin, donde se imprimió la primera edición del Libro de Mormón. Después, fui a la Arboleda Sagrada, donde oré mucho.

No había casi nadie en las calles de esa pequeña ciudad de Palmyra. ¿Dónde se encontraban las multitudes que José había mencionado?

Esa tarde decidí ir a la granja de Peter Whitmer y, al llegar allí, encontré a un hombre cerca de la ventana de una cabaña. Tenía un brillo intenso en los ojos; lo saludé y luego empecé a hacerle esas mismas preguntas.

Entonces, me preguntó: “¿Tiene tiempo?”. Le dije que sí.

Explicó que los lagos Erie y Ontario y, más hacia el Este, el río Hudson, se encuentran en esa región.

A principios de los años 1800, se decidió construir un canal para la navegación que pasaría por esa región extendiéndose por más de 480 km hasta llegar al río Hudson. Fue una gran empresa en esa época, y dependían solo de la labor humana y la fuerza de los animales.

Palmyra fue un centro para cierta parte de la construcción. Los constructores necesitaban gente diestra, técnicos, familias y sus amigos. Mucha gente comenzó a llegar de los pueblos vecinos y de lugares más distantes, como Irlanda, para trabajar en el canal.

Ese fue un momento sumamente sagrado y espiritual, ya que por fin había encontrado a la multitud, quienes trajeron consigo sus costumbres y sus creencias. Cuando el hombre mencionó sus creencias, mi mente se iluminó y Dios me abrió los ojos espirituales.

En ese momento, entendí cómo la mano de Dios, nuestro Padre, en Su inmensa sabiduría, había preparado en Su plan un lugar para traer al joven José Smith, poniéndolo en medio de esa confusión religiosa, porque allí, en el cerro Cumorah, estaban escondidas las preciadas planchas del Libro de Mormón.

Ese fue el escenario de la Restauración, donde se oiría la voz del Padre después de casi dos milenios, en una maravillosa visión, hablándole al joven José Smith cuando fue a la Arboleda Sagrada para orar y oyó: “Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!”1.

Allí vio a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Sí, Dios se reveló de nuevo a Sí mismo al hombre. Las tinieblas que cubrían la tierra se empezaron a disipar.

Las profecías en cuanto a la Restauración comenzaron a cumplirse: “Y vi a otro ángel volar por en medio del cielo, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación, y tribu, y lengua y pueblo”2.

En pocos años, José fue guiado a registros de profecías, convenios y ordenanzas que habían dejado los profetas de antaño: nuestro querido Libro de Mormón.

La Iglesia de Jesucristo no se podía restaurar sin el Evangelio eterno, revelado en el Libro de Mormón como otro testamento de Jesucristo, sí, el Hijo de Dios, el Cordero de Dios, quien quitó los pecados del mundo.

Cristo dijo a Su pueblo en Jerusalén:

“… tengo otras ovejas que no son de este redil”3.

“Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen”4.

Al partir de la granja Whitmer, no recuerdo haber dicho adiós; solo recuerdo que las lágrimas rodaban libremente por mi rostro y el sol se ponía en un cielo hermoso.

En mi corazón, una alegría y paz inmensas calmaban mi alma y me sentía lleno de gratitud.

Ahora entendía claramente el porqué. Una vez más, el Señor me había otorgado conocimiento y luz.

Durante el viaje a casa, siguieron acudiendo a mi mente pasajes de las Escrituras: las promesas que se hicieron al padre Abraham, de que en su simiente serían bendecidas todas las familias de la tierra5.

Y para ello, se levantarían templos para que el poder divino se pudiese conferir al hombre una vez más en la tierra para que las familias pudiesen estar unidas, no hasta que la muerte las separara, sino juntas por toda la eternidad.

“Y acontecerá en los postreros días que será establecido el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones”6.

Si quienes me están escuchando tienen alguna duda en el corazón, ¡no se den por vencidos!

Los invito a seguir el ejemplo del profeta José Smith, cuando leyó en Santiago 1:5: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente”.

Lo que sucedió en Cumorah fue una parte importante de la Restauración, puesto que José Smith recibió las planchas que contenían el Libro de Mormón. Ese libro nos ayuda a acercarnos más a Cristo que cualquier otro libro sobre la tierra7.

Doy mi testimonio de que el Señor levantó profetas, videntes y reveladores para guiar Su reino en estos últimos días, y que en Su plan eterno, las familias han de estar juntas para siempre. Él se preocupa por Sus hijos y contesta nuestras oraciones.

Debido a Su gran amor, Jesucristo expió nuestros pecados. Él es el Salvador del mundo. De ello testifico en el santo nombre de Jesucristo. Amén.