2016
Howard W. Hunter: Mi padre, el profeta
Enero de 2016


Howard W. Hunter: Mi padre, el profeta

El autor vive en Utah, EE. UU.

Mis amigos con frecuencia me hacen dos preguntas: “¿Cómo era ser hijo de un profeta y crecer con un hombre tan extraordinario?” y “¿Realmente piensas que tu padre fue un profeta de Dios?”.

Imagen
Portrait of Richard A. Hunter sitting in a chair. There are pictures of his parents in the background.

Fotografías históricas cortesía de la familia Hunter, la Biblioteca de Historia de la Iglesia y el Museo de Historia de la Iglesia; stock photographs © iStock/Thinkstock.

He llegado a creer que la forma de medir a los hombres y a las mujeres es según lo que valoran y lo que están dispuestos a hacer en cuanto a esos valores. Las personas de grandeza parecen hacer constantemente lo que se requiere de ellos a fin de vivir de acuerdo con sus valores, aun a costa de gran sacrificio. Mi padre fue una de esas grandes personas. Tuve el privilegio de aprender cosas extraordinarias de él en cuanto al verdadero significado de la grandeza. Las lecciones no provinieron de lo que me dijo, sino de lo que hizo y de la persona que era.

Las siguientes historias ilustran la experiencia que tuve al crecer con mi padre: abogado, músico, cuidador y profeta; pero sobre todo, un hombre que destilaba bondad y que estaba dispuesto a dar cualquier cosa por Dios y por su familia.

Se sacrificó por el bien de su familia

Cuando yo era adolescente, un día estaba hurgando en el ático y me encontré un montón de cajas llenas de polvo; entre ellas encontré un clarinete, un saxofón, un violín y una trompeta. Al preguntarle a mi papá al respecto, me enteré de que eran algunos de los instrumentos que él tocaba. Cuando estaba en la escuela secundaria (preparatoria) en Boise, Idaho, EE. UU., había tenido una banda. Era un músico de gran talento a quien le encantaba la música y componer música. Su banda tocaba en eventos sociales importantes en Boise e incluso tocó en un crucero que navegó a Asia. Después de que se mudó al sur de California, EE. UU., en 1928, la banda se volvió a organizar y llegó a ser muy popular.

Imagen
President Howard W. Hunter's band ""Hunter's Croonaders"""

En 1931 se casó con mi madre, Clara Jeffs, y querían tener hijos. Él sintió que, para él, las exigencias del mundo del espectáculo no eran compatibles con el tipo de familia que deseaba tener, por lo que un día guardó todos los instrumentos en sus estuches y los puso en el ático. Salvo en raros eventos familiares, nunca más los volvió a tocar.

No me di cuenta del sacrificio que había hecho sino hasta tiempo después. En 1993, se mudó de su casa en Salt Lake City, Utah, EE. UU., a un apartamento en el centro de la ciudad, cerca de su oficina. Durante la mudanza, encontramos nuevamente los instrumentos y le pregunté si le gustaría donarlos a la Iglesia debido a la importancia que habían tenido en su juventud. Su respuesta me sorprendió: “Todavía no. No puedo desprenderme de ellos por ahora”. Aun cuando papá sabía que nunca más los volvería a tocar, no podía soportar la idea de deshacerse de ellos. No fue hasta ese momento que me di cuenta del gran sacrificio que había hecho.

Estableció un compromiso hacia la obra de historia familiar

Después de que mis padres se casaron, uno de los primeros llamamientos que tuvo mi papá fue el de enseñar una clase de historia familiar. Durante ese tiempo hizo un compromiso personal de llevar a cabo la obra de historia familiar. En su agenda de trabajo como abogado reservaba muchas tardes libres para ir a la biblioteca pública de Los Ángeles a fin de hacer investigación genealógica. Comenzó a preparar hojas de grupo familiar de 1,8 m de largo, las cuales encuadernó en resistentes libros de contabilidad.

Papá también recolectaba información y se mantenía en contacto con nuestros parientes. Envió cientos de cartas a sus parientes a medida que iba descubriendo quiénes eran. Durante las vacaciones de nuestra familia, a menudo visitábamos a primos y tíos. De ello aprendí el bien que se puede hacer cuando uno sacrifica un día agradable de vacaciones.

Demostró su determinación al estudiar Derecho

Imagen
Howard W. Hunter with his wife, Claire, and their sons Richard and John.

Cuando yo nací, mi padre estaba leyendo un texto en cuanto a testamentos en la sala de espera del hospital. Había decidido estudiar leyes cuando trabajó con abogados del Distrito de Control de Inundaciones de Los Ángeles, en el sur de California. Como hombre de familia, mi papá sintió que podía mantener a la familia mejor si era abogado. Sin embargo, puesto que tenía una esposa, dos hijos y un trabajo de jornada completa, sabía que tendría que tomar clases y estudiar por la noche.

Más tarde, cuando yo mismo estaba en la Facultad de Derecho, me preguntaba cómo lo había hecho. Le pregunté: “¿Cuándo dormías?”. Me dijo que estudiaba lo más que podía y, cuando estaba demasiado cansado para seguir estudiando, dormía tres o cuatro horas. Eso lo hizo durante cinco años. Me maravilló su determinación.

Pasó tiempo con sus hijos

Papá llevaba una vida muy ocupada, pero aun así hacía tiempo para su familia. Cuando yo estaba en el programa de escultismo, nuestra tropa planeó descender por el río Rogue, en Oregon, EE. UU., en kayaks que nosotros mismos habíamos elaborado. Papá se ofreció a ir con nosotros, aun cuando a él no le agradaba mucho acampar ni dormir en el suelo. Pasamos horas en el garaje trabajando juntos construyendo el kayak para dos personas.

Al poco tiempo, estábamos en el río. Yo tomé la posición del frente y papá la posterior. Al bajar por el río, llegamos a unas cataratas particularmente peligrosas.

La punta delantera del kayak se sumergió en lo profundo del agua al fondo de las cataratas y se volteó, lanzándonos a los dos al río. Yo salí a la superficie y busqué a papá, pero no lo podía ver. Finalmente apareció, escupiendo agua, y nos las arreglamos para voltear el kayak y volver a subirnos. Sin embargo, antes de llegar a la orilla para evaluar lo sucedido, el río nos arrastró a los siguientes rápidos. No tuvimos tiempo para colocar el kayak en la dirección correcta antes de que un remolino nos hiciera girar y nos lanzara por una larga serie de rápidos, hacia atrás y fuera de control.

Con el tiempo, logramos volver esa noche al campamento junto con los otros Scouts. Papá nos contó con lujo de detalle la historia de Job. De los acontecimientos del día y del relato de Job, aprendimos que la vida no siempre es fácil. A la mañana siguiente, en vez de volver a casa, papá volvió a subirse a nuestra pequeña embarcación y seguimos el recorrido. Esa experiencia me enseñó lo que un hombre de grandeza hace cuando valora a su familia.

Cuidó de su esposa

Imagen
Howard W. Hunter and his wife, Clare standing outside.

En 1970, a mi madre le diagnosticaron una enfermedad crónica que le estaba cerrando las arterias que alimentaban su cerebro. Ella era una mujer particularmente inteligente, elegante y cautivadora, con ojos hermosos; pero durante los siguientes trece años su condición empeoró. Fue como perder a una buena amiga poco a poco.

Papá asumió la responsabilidad de ser quien cuidaría de ella. Al principio hizo pequeños sacrificios para que ella estuviera cómoda y alegre. Le preparaba los alimentos, le cantaba canciones y la tomaba de la mano. Sin embargo, con el paso del tiempo, cuidar de mi mamá se convirtió en algo más difícil y más físico. Debió haber sido duro para papá.

Conforme la condición de mamá empeoraba, la salud de papá empezó a preocuparnos. Yo estuve presente cuando el médico le dijo que mamá necesitaba cuidado continuo en un centro con enfermeras especializada. Lo más probable es que él muriera si continuaba dándole la atención que ella requería y entonces ella ya no tendría a nadie que la cuidara.

Durante los últimos trece meses de la vida de mamá, papá la visitó en el centro de enfermería todos los días que no estaba fuera por alguna asignación de la Iglesia. Ella no lo reconocía, pero a él no le importaba; le hablaba como si todo estuviera bien. Yo lo veía regresar después de asistir a alguna conferencia de estaca en algún lugar lejano; llegaba agotado, pero lo primero que hacía al llegar era ir a ver a mamá, para alegrarla lo más que pudiera.

Papá no podría haber cuidado mejor de mi madre. Aprendí mucho en cuanto al sacrificio al observarlo mientras la cuidaba.

Se sacrificó por su llamamiento

Imagen
President Howard W. Hunter on stand in the tabernacle with Boyd K. Packer

Papá consideraba, y con mucha razón, que su llamamiento como apóstol tenía prioridad absoluta. Solo hay un pequeño grupo de hombres llamados como testigos especiales para dirigir la obra de Dios en la tierra, y no pueden tomarse un día libre, ni mucho menos un año.

El cumplir con sus asignaciones era más importante para mi padre que incluso su salud. Papá dejaba en manos del Señor la renovación de su cuerpo (véase D. y C. 84:33). En una ocasión me pidió que lo acompañara a una conferencia regional en París, Francia. Su doctor consideró que debería tomar varios días para hacer el viaje debido al desgaste que este ocasionaría al cuerpo de papá, pero él voló directamente a París. Yo apenas podía conservar abiertos los ojos, pero papá salió lleno de energía a dirigir reuniones, llevar a cabo entrevistas y elevar a los demás.

Hacia el final de su vida, a menudo sentía mucho dolor físico. Yo no sabía que el cuerpo humano pudiera soportar tanto dolor. “Papá”, le pregunté, “¿realmente crees que gritamos de alegría por la oportunidad de tener un cuerpo como este?”. Con convicción me respondió: “Sí”. Luego agregó con un poco de humor: “No estoy seguro de que hayamos sabido toda la historia”.

Mostró bondad

Papá valoraba la bondad. Él hablaba con la autoridad moral de un hombre bondadoso. Los vecinos, familiares, amigos, clientes, compañeros de trabajo y miembros de la Iglesia lo conocían y respetaban como un hombre bondadoso.

No recuerdo ninguna ocasión mientras crecía en la que me haya tratado severamente o con crueldad. Aun cuando yo quizá merecía una respuesta áspera, aprovechaba cada situación para enseñar en vez de castigar. Hablábamos de la razón por la que lo que yo había hecho estaba mal y lo que debía hacer al respecto. Eso funcionó conmigo; por lo menos tan bien como pudiera esperarse.

Mi padre prestó servicio como obispo del Barrio El Sereno cuando la Iglesia estaba en sus inicios en la región de Los Ángeles, California. Los miembros del barrio todavía hablan de la bondad que él les demostró a ellos y a su familia. Un domingo, papá no estaba en la reunión del sacerdocio y todos se preguntaban qué le habría sucedido. Más tarde se enteraron de que uno de los presbíteros había estado teniendo dificultades para levantarse a tiempo para ir a la reunión, así que, en un acto de bondad, papá llevó a cabo la reunión del cuórum en el dormitorio del presbítero.

Una de mis amigas de la escuela secundaria era una persona extraordinaria de gran potencial, pero le preocupaba regresar a la universidad después de haber cursado el primer año debido al costo. Papá se enteró de la preocupación que ella tenía y la invitó a su oficina. Cuando terminaron de conversar, le dio un cheque que él ya había llenado y que le permitía regresar a la universidad.

También tenía otra amiga de la escuela secundaria en la Estaca Pasadena, cuando papá era presidente de esa estaca. Ella fue a estudiar a la Universidad Brigham Young. Mientras se encontraba en un viaje en el que estaba representando a la universidad, tuvo un terrible accidente automovilístico y la llevaron a un hospital de Las Vegas, Nevada, EE. UU. Cuando papá se enteró de su condición, condujo 435 km desde Los Ángeles hasta Las Vegas para verla, darle amor y ánimo.

No sé cuántos actos de bondad de ese tipo llevó a cabo papá, ya que nunca hablaba de ellos con nosotros ni con ninguna otra persona. Las personas bondadosas generalmente no lo hacen.

Me enteré de algunos de esos actos de bondad por medio de cartas que él conservó de algunas personas que le escribieron para agradecerle. Esta carta es típica de la clase de cartas que recibía: “Por desesperación le escribí concerniente a nuestra hija mayor… Usted se tomó el tiempo y con amable interés la llamó para que fuera a charlar con usted, e incluso le dio su número de teléfono personal. A ella le sorprendió y le maravilló que usted considerara que ella valía la pena tomarse la molestia. Esa llamada y esa conversación personal fueron un verdadero momento decisivo en su vida”. La carta luego relata el regreso de la joven a la Iglesia, su sellamiento en el templo y su vida feliz y productiva. “Después de leer sus palabras [sobre la bondad en la conferencia general de octubre de 1994], se me llenaron los ojos de lágrimas al darme cuenta de que usted ha estado practicando por años lo que ahora nos está instando a hacer”.

Mi padre, un profeta de Dios

Imagen
Portrait of President Howard W. Hunter

Papá creía en Jesucristo y él hizo que fuera fácil para mí creer en Cristo también. Yo vi lo que hace una persona que cree en Cristo y que es como Él. Sentí la paz, la esperanza y el gozo que resultan de vivir de esa manera.

Y ahora, la última pregunta: “¿Realmente piensas que tu padre fue un profeta de Dios?”. Para mí, esa pregunta siempre ha sido fácil de contestar. No puedo recordar ninguna ocasión en la vida personal, familiar, profesional o eclesiástica de mi padre que me llevara a pensar que no era digno de ello; pero eso es diferente de creer que realmente fue llamado como el representante de Dios para todos Sus hijos en la tierra. He llegado a saber que él fue un profeta de Dios, pero ese conocimiento no lo obtuve por conocerlo, por ver su ejemplo ni por sentirme conmovido ante lo que lo vi hacer y decir; esas cosas ayudan, pero ese conocimiento lo obtuve como un don misericordioso del mismo Dios que lo llamó.

Notas

  1. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Howard W. Hunter, 2015, pág. 232.

  2. Enseñanzas: Howard W. Hunter, pág. 255.

  3. Enseñanzas: Howard W. Hunter, pág. 1.