2015
Me enseñó el orden divino de la eternidad
Agosto de 2015


Hasta la próxima

Me enseñó el orden divino de la eternidad

De Autobiography of Parley P. Pratt, 1979, págs. 297–298.

Ahora podía amar con el espíritu y también con entendimiento.

En Filadelfia, tuve el placer de reunirme una vez más con el presidente [José] Smith y pasar varios días con él y otras personas, y con los santos de esa ciudad y de los alrededores.

Durante esas reuniones, me enseñó muchos principios grandes y gloriosos en cuanto a Dios y el orden divino de la eternidad. Fue en esa época en la que recibí de él la primera noción de la organización eterna de la familia, y la unión eterna de los sexos en esas indescriptibles relaciones enternecedoras que nadie, salvo los extremadamente intelectuales, los refinados y los puros de corazón saben apreciar, y que son el cimiento mismo de todo lo que merezca llamarse felicidad.

Hasta ese entonces, yo sólo apreciaba la compasión y el afecto que tenía hacia mis parientes como algo que pertenecía únicamente a este estado transitorio; como algo que se tenía que depurar del corazón en su totalidad a fin de ser digno del estado celestial.

José Smith fue quien me enseñó a valorar las preciadas relaciones entre padre y madre, esposo y esposa, hermano y hermana, hijo e hija;

de él aprendí que es posible asegurarme, por esta vida y por toda la eternidad, a la esposa de mi corazón; que el encanto y el cariño que nos atrajeron brotaron de la fuente del divino amor eterno; y fue de él que aprendí que podemos cultivar esos afectos, que pueden crecer y aumentar hasta la eternidad; que el resultado de nuestra unión sempiterna será una posteridad tan numerosa como las estrellas del cielo o las arenas de la orilla del mar.

De él aprendí la verdadera dignidad y el destino que esperan a un hijo de Dios, investido con el sacerdocio eterno, como patriarca y soberano de su innumerable posteridad. De él aprendí que la honra más sublime de la mujer era ser reina y sacerdotisa con su esposo, y reinar para siempre jamás como la reina madre de su numerosa y creciente posteridad.

Yo había amado antes, pero no sabía por qué; mas ahora amaba, con una pureza e intensidad propias de un sentimiento noble y exaltado que elevaba mi alma por encima de todo lo transitorio de este mundo bajo y la engrandecían como el océano. Sentí que Dios realmente era mi Padre Celestial, que Jesús era mi hermano, y que la esposa de mi corazón era una compañera eterna e inmortal, un bondadoso ángel ministrante que se me había concedido para darme consuelo y una corona de gloria para siempre jamás. En resumen, ahora podía amar con el espíritu y también con entendimiento.