2012
Sentí que debía venir
Abril 2012


Sentí que debía venir

Aldo Fabio Moracca, Nevada, EE. UU.

Dos años y medio después de haberme bautizado en Buenos Aires, Argentina, las palabras de uno de los misioneros que me habían enseñado seguían resonando en mis oídos: “Usted es un gran misionero”. También recordaba la clara respuesta que había recibido cuando oré para saber si el sentimiento que había penetrado mi corazón era verdadero. Cuando tenía veinte años, sabía que debía estar preparándome para servir en una misión.

Pero ¿cómo podía yo ser misionero? No me parecía en nada a los jóvenes angelicales que me habían enseñado el Evangelio. Y ¿cómo iba a dejar mi trabajo? ¿Dónde viviría cuando regresara de la misión? Me había costado mucho encontrar el lugar donde vivía, a pesar de que era simplemente una habitación pequeña en el fondo de la casa de otra persona.

Una noche, en mi camino de regreso a casa, esos sentimientos y esas dudas otra vez vinieron a mi mente. Cuando llegué, traté de tomar una decisión. Decidí arrodillarme y ofrecer una oración para pedir ayuda. Mientras lo hacía, tuve la fuerte impresión de que debía ir a ver a Leandro, un amigo que me había dado mucha fortaleza en épocas tristes.

Pero la idea de despertarlo a medianoche me hizo descartar la impresión. Sabía que él se levantaba temprano para ir a trabajar y no me atrevía a ir a golpear su puerta a esa hora. Traté de descartar esa idea, pero seguía sintiendo la impresión de ir a verlo. A pesar de ello, decidí no prestarle atención.

En vez de ello, salí a dar una vuelta a la manzana para respirar un poco de aire fresco; pero, cuando me acordé de que había dejado la puerta abierta, me dirigí de regreso a casa. Cuando entré, vi a Leandro sentado en mi habitación. Me inundó el Espíritu y sentí que no podía respirar. Con voz entrecortada por la emoción, le pregunté: “¿Qué haces aquí?”.

“No lo sé”, contestó. “Simplemente sentí que debía venir a verte”.

Le conté de las dudas que había tenido con respecto a la misión; él compartió su testimonio conmigo y me dio ánimo. Luego me ayudó a llenar los papeles para la misión, los cuales llevé al obispo a la mañana siguiente. Dos meses más tarde, recibí mi llamamiento para la Misión Argentina Salta.

Sé que mi amigo fue un instrumento en las manos del Señor aquella noche y sé con todo mi corazón que el Padre Celestial escucha y contesta las oraciones que ofrecemos con un corazón sincero y con verdadera intención.