2012
Dios contestó las dos oraciones
Enero de 2012


Del campo misional

Dios contestó las dos oraciones

Cuando servía como misionero en Durango, México, nuestro presidente de misión le dio el desafío a la misión de probar una “semana de sacrificio”. Nos pidió que nos esforzáramos más de lo acostumbrado al trabajar arduamente y fijarnos metas específicas durante la semana. Mi compañero y yo teníamos fe en que si nos sacrificábamos de esa forma, el Señor nos bendeciría y encontraríamos muchas personas a quienes enseñar.

Sin embargo, durante la semana de sacrificio, no tuvimos mucho éxito. No encontramos a ninguna familia para enseñar y estábamos desilusionados.

Una mañana de la semana siguiente, mi compañero y yo miramos un mapa de nuestro sector. El sector era muy grande, pero sentimos que teníamos que ir a la parte más alejada.

Después de llegar al lugar, oramos y le preguntamos al Padre Celestial a qué calle y a qué casa ir. Cuando terminamos, nos dimos vuelta para ver todas las calles. Cerca de allí vimos una reja y fuimos a mirar por encima de ella. Vimos a una mujer sentada con los ojos cerrados y una escoba en las manos.

Mi compañero dijo: “¡Hola!”, y cuando la mujer nos escuchó, se puso de pie y siguió barriendo como si nada hubiese pasado. Entonces le dijimos que éramos misioneros de la Iglesia de Jesucristo y que teníamos un mensaje para ella. Nos dejó entrar a su casa y compartimos una charla muy espiritual. Le hablamos de José Smith, que había ido a la arboleda a orar a fin de saber la verdad y que en respuesta a su oración, había recibido la visita de Dios el Padre y de Jesucristo.

Nos interrumpió y dijo: “Es verdad. Yo sé que Dios contesta nuestras oraciones. Cuando me hablaron, yo estaba orando y pidiéndole al Señor que me mandara a alguien que pudiera guiarme a Su camino, y ustedes llegaron de inmediato”.

Sentimos el Espíritu, y testificamos que Dios nos había enviado a ella y que nosotros también habíamos estado orando en ese mismo momento para saber cuál de los hijos de Él necesitaba nuestra ayuda. Al poco tiempo, la hermana Rufina se bautizó, y en las semanas que siguieron se bautizaron sus hijos, nietos e incluso algunos de sus vecinos; un total de veinte conversos en esa parte de nuestro sector. El Señor nos guió hasta la hermana Rufina, y ella fue la puerta por la que se pudo compartir el Evangelio con su familia y vecinos.

Sé que el Padre Celestial nos bendice si se lo pedimos, pero no lo hace sino hasta después de haber probado nuestra fe. Estoy agradecido de que mi compañero y yo pudimos ser instrumentos en las manos del Señor y que encontramos personas listas para escuchar el mensaje del Evangelio. Sé que Dios nos ama y nos guiará si se lo pedimos.

Ilustración por Dilleen Marsh.