2010
Como leche dulce
Diciembre de 2010


Cómo lo sé

Como leche dulce

Si aceptas y aplicas el evangelio verdadero del Señor, te dulcificará la vida así como el azúcar endulza la leche.

Crecí como persona seria y responsable siguiendo los principios que mis padres, con limitado conocimiento religioso, me enseñaron. No obstante, después de que mi padre murió en 2005, cuando yo tenía 15 años, me volví un tanto diferente. Quizás fue una manera de expresar mi dolor por no haberle dicho adiós. Siempre lamentaré no haberle dado un beso antes de que se fuera al hospital.

Después de su muerte comencé a relacionarme con personas que no tenían buenos valores y hacía cosas que los demás hacían y que pensaba que estaban bien, pero ahora entiendo que no agradaban al Señor. De acuerdo con las normas de diversión del mundo, yo me estaba divirtiendo, pero en realidad no era feliz. Me sentía vacía y algo me faltaba, pero no sabía qué. Me empezó a ir mal en la escuela, y lo peor era que no tenía idea de cómo hallar la felicidad. En ese momento no veía lo mucho que me estaba perdiendo al no pasar tiempo con mi familia y con mi mamá, que es la persona a quien más amo.

Por la noche oraba a Dios; nadie me había enseñado a orar, pero sentí que Él estaba escuchando. Le pedí que me ayudara a ser feliz y a saber si mi padre estaba bien. Tenía mucho miedo de que él estuviera sufriendo en algún lugar. Mis ruegos continuaron durante muchas noches.

Finalmente llegó la respuesta. Pensé que la recibiría por medio de un sueño, pero en vez de ello, vino a través de dos élderes que llegaron a nuestra casa en diciembre de 2006. No comprendí que eran la respuesta a mis oraciones y no quise escuchar ni siquiera una charla. Mi mamá escuchó y decidió ir a la Iglesia, y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Se bautizó, y pocas semanas después lo hicieron mis sobrinos y mi hermana. Me di cuenta del enorme cambio de mi mamá después de su bautismo, al punto de que parecía más joven y más feliz. Ella llenó nuestra casa de alegría y paz infinitas; si alguien llegaba, al minuto podía sentir que algo era diferente.

Comprendí lo que había ocurrido y decidí ir a la Iglesia. Fue una experiencia desconocida para mí; nunca antes me habían tratado de manera tan amable. Las hermanas fueron cordiales y se portaron tan bien conmigo que me sentí muy a gusto allí y poco a poco me convencí de que la Iglesia era verdadera, por lo que decidí escuchar las lecciones de los élderes.

El 3 de febrero de 2007, dos extraordinarios misioneros a quienes siempre recordaré y consideraré nuestros ángeles, me bautizaron en el Barrio Uribe, Estaca Veracruz, México. Nunca olvidaré el día de mi bautismo. Estaba limpia de todo pecado. La expiación de Jesucristo había borrado mis errores; la depresión quedó atrás y un enorme gozo en mi alma reemplazó el vacío que había experimentado.

El Evangelio verdadero nos ha traído mucha felicidad a mí y a mi familia. He encontrado amigos eternos, y sigo la batalla contra el mundo, pero ahora tengo el Evangelio verdadero y el Espíritu, que a diario me dan gozo y paz. Ahora sé la respuesta a la pregunta que por mucho tiempo le hice al Señor. Si mi papá aceptó las ordenanzas que efectuamos por él en el templo, sé que es feliz y está en paz. Yo creo que él aceptó el Evangelio y que nos está esperando.

A veces miro hacia atrás y me doy cuenta de lo mucho que he sido bendecida. Comprendo que hay una felicidad mayor que la que ofrecen los placeres y las distracciones del mundo. La verdadera felicidad proviene del evangelio de Jesucristo. Todo lo que el Evangelio enseña es para nuestro bien.

Una vez recibí un correo electrónico en el que una mamá le explica a su joven hijo que Dios es como el azúcar que se pone a la leche; no se puede ver, pero lo endulza todo. De la misma manera, el evangelio verdadero del Señor no se puede ver, pero si se acepta y se lleva a la práctica, endulzará la vida, así como el azúcar endulza la leche.

Detalle de Cristo en Emaús, por Carl Heinrich Bloch, utilizado con permiso del Museo Histórico Nacional de Frederiksborg, en Hillerod, Dinamarca; fotografía de la leche por Robert Casey.