2010
Ustedes eran los ángeles
Diciembre de 2010


Ustedes eran los ángeles

Heidi Windish Fernández, Oregon, EE. UU.

El corazón me dio un vuelco al leer el cartel: “El Mesías de Händel, interpretado por la Orquesta de Swansea y el Coro Galés”.

Llevaba seis meses en la misión, en Swansea, Gales, y sentía la nostalgia que con frecuencia sienten los misioneros nuevos durante la época navideña. Teníamos muchas tradiciones familiares durante las festividades, pero mi preferida era ir a escuchar El Mesías de Händel. En muchas de esas presentaciones, mi madre había tocado el órgano y yo me sentaba, escuchaba y sentía la música.

Con permiso del presidente de misión, compré entradas para los misioneros de nuestra área. La noche de la presentación, nuestro grupo se abrigó bien para protegerse del frío y caminamos hasta la sala de conciertos. En silencio oré para que todos sintiéramos el carácter sagrado de la música inspiradora.

Cuando llegamos, me di cuenta de que nos habíamos retrasado y de que la presentación ya había comenzado. ¡No nos dejarían entrar hasta el intermedio! Al oír la música que llegaba a través de las puertas, no pude contener las lágrimas.

Un acomodador debió haber notado mi desesperación y decidió dejarnos entrar. Nos dijo que nos quedáramos en la parte de atrás hasta el intermedio para que no interrumpiéramos el canto. Abrió las puertas lentamente y entramos todos en silencio.

Entrar en el auditorio fue como entrar en el cielo. Me inundó un sentimiento de paz y gozo. Sin embargo, al poco rato nos dimos cuenta de que la gente se daba vuelta, nos señalaba y nos miraba. Todos habíamos entrado en silencio y no sabíamos qué habíamos hecho para llamar tanto la atención. Tan pronto como comenzó el intermedio, buscamos nuestros asientos.

Cuando comenzó de nuevo el oratorio, la música me llenó el alma. Lloré durante el estribillo del “Aleluya” y cuando la soprano cantó “I Know That My Redeemer Liveth” [Yo sé que mi Redentor vive]. Los misioneros que estaban sentados junto a mí también sintieron el poder de la música y echaron mano a sus pañuelos. La experiencia fue algo que siempre recordaríamos. Pero cuando hubo terminado la presentación llegó el momento realmente memorable.

Cuando nos disponíamos a salir del edificio, la gente todavía susurraba y nos señalaba, pero nadie dijo nada hasta que estuvimos afuera. Un hombre se acercó a nosotros y dijo: “¡Eran ustedes! Eran ustedes!”.

Todos nos quedamos esperando una explicación.

“Durante la primera parte de la presentación, sentimos un cambio en la sala: un fuerte sentimiento de que Cristo estaba presente”, dijo el hombre. “Por eso nos dimos vuelta para ver qué era lo que había producido el cambio. Cuando miramos al fondo del auditorio, vimos a siete figuras que resplandecían como si fueran ángeles. Cuando ustedes entraron en la sala, trajeron consigo al Espíritu Santo. Estaban allí representando a Cristo; ustedes eran los ángeles”.

Mientras el hombre hablaba, miré hacia mi placa de identificación misional y leí las palabras grabadas debajo de mi nombre: “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”. ¡Qué humilde me sentí en ese momento por ser una representante del Mesías y haber testificado de Él en silencio aquella noche ante miles de personas!