2010
Para que tengamos gozo
Septiembre 2010


El Evangelio en mi vida

Para que tengamos gozo

Todo lo que hacía difícil mi misión parecía impedirme sentir gozo. Pero, ¿debía ser así?

No tardé en darme cuenta de que mi misión iba a ser muy diferente de lo que había esperado. Me enfrentaba con algunos retos inesperados. Traté de mantenerme positiva, pero mis intentos a menudo fracasaban, lo cual me desanimaba. Afortunadamente, recibía aliento en las conferencias de zona, que siempre concluían con una reunión de testimonios.

Recuerdo una conferencia de zona en particular en la que cada misionero subió al estrado y expresó el gozo de servir en una misión. En el transcurso de la reunión, comencé a sentirme incómoda; había sido misionera durante todo un año pero nunca había sentido el gozo que los demás describían. Salí de la conferencia apesadumbrada y confusa, preguntándome por qué estaba sirviendo en una misión. ¿Qué me sucedía? ¿Por qué no podía sentir el mismo gozo? Más tarde, esa noche, le expresé mis inquietudes a mi Padre Celestial y le pregunté cómo podría sentir ese mismo gozo.

Varias semanas más tarde, mientras asistía a una conferencia de estaca, recibí mi respuesta durante un discurso que dio mi presidente de misión. Aunque le habló a los centenares de personas de la audiencia, sentí que lo dirigió directamente a mí. Habló del gozo de la redención de Cristo que cada uno de nosotros podemos sentir todos los días. Testificó que aun durante momentos difíciles e inciertos, podemos sentir gozo al comprender la trascendencia de la expiación del Salvador.

Supe que esas palabras eran para mí. Mi Padre Celestial había contestado mi oración. Quizás mi misión no marchaba como pensé que lo haría, pero el Salvador me amaba y había expiado mis pecados. El gozo que pensaba que nunca había experimentado se encontraba presente a mi alrededor; simplemente no había abierto mi corazón para sentirlo.

Mis retos continuaron, pero esa experiencia me enseñó que podía sentir gozo al decidir abrir el corazón al poder redentor del Salvador y al compartir mi testimonio de dicho poder con otras personas.

Desde mi misión, he llegado a comprender que las situaciones y el entorno no tienen un efecto duradero en nuestra capacidad de sentir gozo. Más bien, el gozo verdadero viene al obedecer y creer en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo, quienes crearon esta vida —y la venidera— “para que tenga[mos] gozo” (2 Nefi 2:25).

Podemos sentir gozo al comprender la trascendencia de la expiación del Salvador.

El más grande de todos, por Del Parson, cortesía del Museo de Historia de la Iglesia