2010
El regalo más preciado
Septiembre 2010


El regalo más preciado

“No hay don más grande que el de la salvación” (D. y C. 6:13).

Sophie ayudó a su mamá a limpiar la casa. Los misioneros iban a ir a visitarlos ese día. Eran visitantes muy bienvenidos en el hogar de Sophie, en Colombia. Su mamá preparó una comida especial: tamales de maíz con arroz y pimientos.

Los misioneros le habían enseñado a la familia de Sophie acerca de Jesucristo y Su Iglesia. Tan sólo dos semanas atrás, el élder Kraig y su nuevo compañero, el élder Jessen, habían bautizado a Sophie, a sus padres y a sus dos hermanos mayores. Sophie se daba cuenta de la diferencia en su familia: había más risas, más canto y más oraciones.

Durante la comida, Sophie escuchó a sus padres y a sus hermanos hablar sobre las Escrituras con los misioneros. Después de que se levantó la mesa, el élder Kraig dijo: “Regresaré a mi casa la semana que viene”.

Sophie no se había dado cuenta de que faltaba tan poco para que se fuera. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Sophie dirigió la mirada hacia sus hermanos; ellos también estaban al borde de las lágrimas.

El élder Kraig resolló un par de veces. “Tengo algo para ustedes”, le dijo al papá. Sacó un paquete de su mochila. “Son para usted y sus hijos varones”.

El papá abrió el paquete y sacó seis camisas blancas de domingo. Permaneció en silencio por un rato largo. “No podemos aceptar un regalo tan grande”, dijo finalmente.

Sophie notó el pesar en la voz de su papá. La familia no tenía camisas blancas para su papá y sus hermanos, y Sophie sabía que su papá deseaba mostrar respeto usando camisas blancas cuando iban a la capilla.

“Yo no voy a necesitar tantas camisas cuando regrese a mi casa”, dijo el élder Kraig. “Me harán un favor si se las quedan”.

“Pero yo no tengo nada para usted”, dijo el papá, y señaló el Libro de Mormón. “Usted ya nos ha dado el regalo más preciado. Nos condujo hacia el evangelio de Jesucristo”.

Al día siguiente, Sophie decidió hacer algo para el élder Kraig. Después de hablar con su mamá, optó por tejer un pequeño sarape. Pidió prestado el telar de su madre, escogió los colores del hilo y trabajó en él todos los días después de la escuela y las tareas del hogar. Cuando se equivocaba, con cuidado deshacía las hebras y volvía a empezar.

Finalmente, terminó de hacer el sarape. Esperaba que al élder Kraig le gustaran los colores marrón claro y cremita que había tejido. Envolvió el sarape con papel marrón.

El día de la última visita del élder Kraig a su hogar, Sophie le entregó el regalo.

“Gracias, Sophie”, dijo el élder Kraig. Se vieron lágrimas en sus ojos. “Jamás los olvidaré a ti y a tu familia”.

“Y nosotros nunca nos olvidaremos de usted”, dijo Sophie.

Ilustración por Jim Madsen