2010
Pruebas de confianza: Del temor a la fe en la decisión de casarse
Abril de 2010


Pruebas de confianza Del temor a la fe en la decisión de casarse

Tomado de un discurso pronunciado el 25 de septiembre de 2007, en la Universidad Brigham Young–Idaho.

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Elder Lance B. Wickman

En 1964, después de graduarme en un colegio universitario, me nombraron oficial del Ejército de los Estados Unidos y me ofrecí voluntario para entrenarme como soldado de las tropas de asalto del ejército. Este entrenamiento es un curso agotador en las tácticas de infantería para comandos y otros grupos selectos. La meta es formar oficiales y suboficiales altamente capacitados.

El curso comprendía una serie de “pruebas de confianza”, como la llamaba el grupo de expertos en tropas de asalto, con el objeto de que fueran desafíos en fortaleza física, resistencia y valor. Arduos cursos de obstáculo; escalamiento de rocas verticales y cubiertas de hielo, de 30 m de altura o más, y descenso en rappel; travesía nocturna de pantanos entre caimanes y víboras ponzoñosas; y otro curso nocturno con brújula a través de unos 16 Km. (10 millas) de terreno escabroso, éstas son solamente algunas de las pruebas que tuvimos que pasar. Uno de los propósitos de las pruebas de confianza es enseñar a los soldados que, en las circunstancias difíciles y penosas de combate, éramos capaces de hacer más de lo que creíamos que podíamos hacer. Nuestros líderes nos enseñaron a tener confianza en nosotros mismos y en nuestra capacitación y, más de una vez, durante las rigurosas penurias de mis experiencias de combate, saqué calma de las lecciones de aquellas pruebas de confianza para las tropas de asalto.

A lo largo de nuestra vida enfrentamos otras pruebas de confianza más trascendentales que las que tuve que pasar en mi entrenamiento; no se trata tanto de pruebas de confianza en nosotros mismos sino de confianza en lo que recibamos por el Espíritu de Dios. Profeta tras profeta nos han aconsejado que recordemos lo que ya sabemos: que debemos mantener nuestra confianza puesta en el Señor. Al tratar de reavivar la fe de su pueblo, Jacob les dijo repetidamente: “Yo sé que vosotros sabéis…” (2 Nefi 9:4, 5; cursiva agregada). Pablo fue aún más directo: “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene gran recompensa” (Hebreos 10:35; cursiva agregada). Cada uno de nosotros se enfrenta a un futuro incierto, pero cuando lo enfrentamos con lo que ya sabemos, lo enfrentamos con fe, con buen ánimo. Lo enfrentamos con confianza.

Una de las pruebas de confianza más importantes en la vida terrenal se enfrenta, por lo general, en la primera época de la juventud: es la decisión de contraer matrimonio. No hay ninguna otra que los jóvenes adultos de esta generación encaren con mayor aprensión. Es un tema que les causa mucha ansiedad.

Los temores en cuanto al matrimonio

No estoy seguro de todas las razones por las que eso puede suceder, pero creo que algunas son las siguientes:

  • La comodidad de pasar el tiempo con los amigos. Muchos jóvenes se ponen “fuera del alcance” para encontrar el compañero apropiado por hacer demasiada sociabilidad en grupos. Como esas reuniones son mixtas, con varones y mujeres, algunos piensan erróneamente que están embarcados en el proceso correcto de elección, tan esencial para encontrar al compañero eterno. Pero no es así; la sociabilidad en grupo puede impedir al joven que tenga la oportunidad de examinar de cerca el carácter y la personalidad de ese alguien especial, un detalle tan vital para tomar una decisión prudente.

  • El miedo a cometer un error. Las estadísticas de divorcio son bien conocidas. Algunos jóvenes han sufrido la angustia de ver a sus padres o amigos fracasar en el matrimonio o han pasado ellos mismos por un divorcio, experimentando al extremo el trauma que causan esas divisiones. A veces, el efecto que éstas tienen es hacerles sentir temor de considerar el matrimonio por el riesgo de equivocarse en su elección.

  • La tendencia juvenil a evitar la responsabilidad. Por lo menos en algunos casos, existe una renuencia a combinar los deseos e intereses propios con los de otra persona. Ese egoísmo da lugar a que ciertas personas pospongan la decisión de casarse.

Ideas engañosas

Sea cual sea la razón de ese temor a tomar la decisión de casarse, conduce a algunas ideas engañosas, a “perder” la confianza; esto, a su vez, hace que la persona no acepte plenamente su propia responsabilidad para tomar esa decisión. Aun cuando ese temor no dé como resultado el posponer o incluso evitar el matrimonio, puede llevar a cometer otros errores. Por ejemplo, hay quienes se inclinan a contemplar esa decisión como una cuestión totalmente espiritual y, esquivando su propia obligación de darle el debido seguimiento al asunto, esperan algo equivalente a un dedo divino que les escriba la solución en la pared o a ver que el mar se divida o que ocurra otro fenómeno metafísico que les haga saber sin ninguna duda que tal persona es “la selecta”.

Otros pretenden que alguien más tome la decisión por ellos. Un presidente de estaca de la Universidad Brigham Young me dijo que no es raro que algunas jóvenes esperen que su novio les diga que ella es “la selecta”; y hay quienes se adhieren a la opinión de uno de los padres —por lo general el padre— que ya ha tomado decisiones por ellos en el pasado. En cualquiera de esos casos, existe una abdicación de responsabilidad en la decisión más importante que una persona pueda tomar en esta vida.

El consejo de los padres, del obispo o de cualquier otra persona digna tal vez sea beneficioso; pero al fin y al cabo, ninguna otra persona puede ni debe decirles lo que deben hacer. La elección de la persona con quien casarse es una decisión totalmente personal.

¡“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene gran recompensa”! Recuerden que venimos a esta vida con una disposición innata para enamorarnos. ¡No lo hagan más difícil de lo que es! Recuerden lo que ya saben y sigan adelante con confianza en el Padre Celestial y en la posición que ocupan como Su hijo o hija.

Un consejo para el noviazgo

El noviazgo es un período para que las dos personas se familiaricen la una con la otra; una etapa para llegar a conocer al otro, saber cuáles son sus intereses, sus hábitos y su perspectiva de la vida y del Evangelio. Es una oportunidad de compartir ambiciones y sueños, esperanzas y temores. Es un proceso para poner a prueba hasta qué punto están ambos comprometidos a vivir el Evangelio.

El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, cuenta de un ex misionero que había estado saliendo con una joven encantadora que le gustaba mucho, y ya estaba considerando seriamente proponerle matrimonio. Esto sucedió antes de que el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) hubiera aconsejado a las mujeres que usaran sólo un par de aretes en las orejas. El élder Bednar cuenta que el joven esperó pacientemente un tiempo a ver si ella se quitaba uno de los pares; pero eso no sucedió. Por ésta y otras razones, con el corazón apesadumbrado, él la dejó.

Al hacer ese relato, el élder Bednar comentó: “Supongo que… algunos de ustedes… tal vez crean que aquel joven fue excesivamente duro en juzgarla o que el basar una decisión de trascendencia eterna, aunque sea en parte, en un detalle supuestamente insignificante es algo tonto o fanático. Puede que les moleste el hecho de que el ejemplo se concentra en una joven que no respondió al consejo de un profeta y no en el hombre que tenía que decidir. [Pero quisiera indicarles que] ¡Los pendientes no eran el problema!”1.

Y otra sugerencia: Como parte de su noviazgo, tengan la precaución de no basar sus opiniones sólo en lo que se podría comparar con una “lista de determinados logros”. Lo que quiero decir es que no basen sus decisiones solamente en el hecho de que la persona haya cumplido o no una misión de tiempo completo o tenga un llamamiento particular en el barrio; ésas pueden ser indicaciones de devoción, fidelidad e integridad, y por lo general lo son; pero no siempre. Por ese motivo, deben llegar a conocerse. Conozcan bien a la persona, lo bastante para percibir directamente lo que esté en su corazón y en su carácter y no sólo su “currículo” del Evangelio.

El corolario es éste: eviten emitir un juicio sobre la persona hasta que lleguen a conocerla. Los juicios instantáneos y negativos pueden ser tan equivocados como los positivos que sean también instantáneos. Estén igualmente dispuestos a descubrir un diamante en bruto como a desconfiar del oro que reluce.

Cuándo orar con respecto a la decisión

Deben orar para recibir una confirmación únicamente después de haber aplicado en la relación su propio criterio y sentido común, luego de un período prudente. Recuerden que, lo mismo que cualquier otra determinación importante, la decisión de casarse les corresponde a ustedes. El Señor espera que ustedes ejerzan su propio juicio al respecto. Como Él dijo a Oliver Cowdery: “He aquí, has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme” (D. y C. 9:7). Una vez que hagan su parte en el curso de un noviazgo apropiado y que tomen una decisión provisional, tengan confianza en que el Padre Celestial va a responder a sus súplicas.

El Señor espera que empleen su propio sentido común y que confíen en sus sentimientos naturales e innatos de atracción entre hombre y mujer. Después de haberse sentido atraídos hacia una persona del sexo opuesto, de haber disfrutado ambos de un importante período de amistad —de noviazgo— y de estar seguros de que esa persona comparte sus valores y que es alguien con quien podrán compartir con felicidad la más íntima de las relaciones, entonces presenten el asunto al Padre Celestial. El hecho de no tener una impresión que sea contraria a sus sentimientos quizás sea la forma en que Él les diga que no tiene objeciones con respecto a su elección.

Tengan confianza en el Señor

Han pasado muchos años desde aquel difícil período de mi capacitación en las tropas de asalto. Los cursos terrenales me han arrastrado corriente abajo desde las pruebas de confianza de mis días de soldado, pero su recuerdo y sus lecciones han permanecido conmigo. Somos capaces de soportar las tormentas de la vida y de hacerlo mucho mejor de lo que pensábamos. Es sólo cuestión de recordar siempre lo que ya sabemos.

“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene gran recompensa”. ¡Tengan confianza en lo que ya saben! Si lo hacen, enfrentarán con valor y fineza sus propias pruebas de confianza y sin duda el Señor dirigirá su camino.

Nota

  1. Véase de David A. Bednar, “Prestos para observar”, Liahona, diciembre de 2006, pág. 17.

Ilustraciones por Dilleen Marsh.

El pasar tiempo con los amigos puede impedir que la persona tenga la oportunidad de examinar de cerca el carácter y la personalidad de esa persona especial, algo tan vital para tomar una decisión prudente.

Por ese motivo, deben llegar a conocerse. Conozcan bien a la persona, lo bastante para percibir directamente lo que esté en su corazón y en su carácter y no sólo su “currículo” del Evangelio.