2010
Nadie es perfecto
Marzo de 2010


Jóvenes

Nadie es perfecto

Nefi dijo exactamente lo que yo estaba pensando: “…mi alma se regocijará en ti, mi Dios, y la roca de mi salvación”.

Siempre he deseado ser como Nefi: estrictamente obediente, sumamente fiel y profundamente espiritual. A mi modo de ver, Nefi fue el ejemplo supremo de bondad. Pocas cosas me atraían más que la idea de llegar a ser como él o, por lo menos, de empezar a poseer aunque fuera una parte de su excelencia.

Un día me encontraba pasando por una pequeña crisis porque me sentía inepta; tenía muchas aspiraciones y metas pero a la vez me sentía estancada. Con lágrimas de desesperanza, le expresé a mi padre lo que sentía. De inmediato se puso de pie, se dirigió al librero y sacó un ejemplar del Libro de Mormón. Sin decir ni una palabra, lo abrió en 2 Nefi 4 y empezó a leer el versículo 17.

Al escuchar esas poderosas palabras sentí como si una corriente eléctrica me recorriera todo el cuerpo: “¡Oh, miserable hombre que soy!”. Me puse a pensar en eso. ¿Cómo era posible que Nefi, mi héroe y ejemplo, dijera que era “miserable”? Si él era miserable, ¿qué era yo?

Volví a sentir esa corriente eléctrica por todo el cuerpo cuando mi padre leyó el versículo 28: “¡Despierta, alma mía! No desfallezcas más en el pecado”. Sentí como si las nubes negras de mi mente se hubieran disipado para revelar la calidez y el esplendor de un extenso cielo azul y un sol resplandeciente. Es imposible describir la forma en que ese versículo me iluminó el alma. Pocos pasajes de las Escrituras me han llenado de tanta esperanza, inspiración y dicha que ése.

En el versículo 30, Nefi dijo exactamente lo que yo estaba pensando, sólo que con palabras más elocuentes: “…mi alma se regocijará en ti, mi Dios, y la roca de mi salvación”. Ese versículo me hizo sentir paz y gratitud por la tierna misericordia y el amor del Señor.

Mi padre cerró el libro y me explicó que a veces esos versículos son conocidos como el salmo de Nefi. Después, me enseñó dulcemente que incluso las personas más grandes de la tierra son imperfectas, que deben reconocer sus imperfecciones o de lo contrario se llenarían de orgullo y, por lo tanto, dejarían de ser grandes.

Lo entendí. El que yo tuviera flaquezas no quería decir que fuera incapaz de llegar a ser como Nefi. El reconocer mis debilidades me acercó un poco más al calibre de él, quien fue grande porque, además de ser fiel y obediente, era humilde y estaba dispuesto a admitir sus fallas.

Desde que tuve esa experiencia, he atesorado esas palabras de Nefi y, cada vez que las leo, siento la misma emoción e inspiración que sentí la primera vez que las leí. Los versículos parecen comunicarme con alegría que soy una hija de Dios, capaz de hacer más de lo que pueda imaginar. Sé que si soy fiel y sigo adelante, recibiré bendiciones inimaginables.