2010
Dimos el doble en ofrendas de ayuno
Marzo de 2010


Dimos el doble en ofrendas de ayuno

Brooke Mackay, California, EE. UU.

Un domingo estábamos sentados en la reunión sacramental cuando nuestro obispo nos pidió a los miembros del barrio que diéramos una ofrenda de ayuno más generosa. Mi esposo y yo estábamos recién casados y nos costaba hacer que el dinero nos alcanzara mientras él cursaba sus estudios superiores. ¿No debían ser los miembros adinerados del barrio quienes debían aumentar sus ofrendas de ayuno?

El obispo prometió a los miembros del barrio que verían milagros en sus vidas si daban el doble en ofrendas de ayuno. A pesar de mis dudas, el Espíritu me confirmó que la promesa era verdadera.

A la semana siguiente hice temblorosamente el cheque de las ofrendas de ayuno, poniendo el doble de la cantidad. “Nos vamos a morir de hambre”, me dije al sellar el sobre.

Unos días después, al subirme al auto para ir al trabajo, se encendió la luz roja que señalaba que el nivel de aceite estaba bajo; añadí aceite, pero el motor lo perdía tan pronto como yo lo ponía. Llamé a nuestro mecánico, quien me dijo que llevara el vehículo de inmediato al taller. Refrenando las lágrimas, conduje unos kilómetros hasta el taller y en silencio hice una oración.

El mecánico me advirtió que la reparación iba a ser muy cara pero que era indispensable, y también me indicó que ya casi era hora de cambiar la correa de distribución, otro gasto que no podíamos hacer. Dejé el auto en el taller y, destrozada, me fui al trabajo.

Más tarde, cuando me llamó el mecánico, estaba entusiasmado y de buen humor. “Claro”, pensé, “va a ganar un montón de dinero a costa de nosotros”.

En realidad llamaba para contarme algo impresionante. Estaba arreglando nuestro coche cuando pasó por el taller un amigo de él que trabaja en una concesionaria que vende y repara mi modelo de auto, quien le preguntó qué estaba arreglando, y cuando el mecánico le explicó cuál era el problema, el amigo replicó: “Pues, no sé si sabías que retiraron del mercado esa pieza; el repuesto y el arreglo lo paga la fábrica”.

¡No lo podía creer! Entonces el mecánico explicó que el aceite se había derramado por todo el motor, así que ¡el fabricante tendría que pagar el cambio de la correa de distribución y de las demás correas!

Derramé lágrimas de gratitud al reconocer la bendición que habíamos recibido del Señor y me sentí colmada de Su amor y avergonzada por mi falta de fe.

Si bien no he demostrado una fe perfecta desde que ocurrió ese incidente hace ya algunos años, sé que el Señor está plenamente al tanto de nuestras necesidades y dificultades; sé que nos ama y que desea ayudarnos; también sé que el Padre Celestial nos pondrá a prueba y que no siempre contestará nuestras oraciones con tanta rapidez como en este caso.

Lo más importante es que tengo un testimonio de las bendiciones que podemos recibir si damos una ofrenda de ayuno generosa y de las bendiciones que reciben los demás como resultado de nuestra propia generosidad.

Añadí aceite, pero el motor lo perdía tan pronto como yo lo ponía. Refrenando las lágrimas, conduje hasta llegar al taller mecánico.