2009
Un regalo de amor
Diciembre de 2009


Un regalo de amor

A ella no le gustaba oírnos cantar, de modo que ¿para que nos encontrábamos frente a la puerta de su casa en Nochebuena, listos para compartir un regalo musical?

Después de que el negocio de distribución de comidas de mi padre se vino abajo, mi familia se enfrentó a una situación financiera muy difícil. Recuerdo que un día mi madre volvió a casa con lágrimas en los ojos, pero se negaba a decirnos qué sucedía cada vez que yo le preguntaba cuál era el problema. Poco después, tuvimos que mudarnos a un pequeño apartamento de una sola habitación, que era lo que estábamos en condiciones de pagar.

Antes de eso, la época navideña siempre había sido un periodo en el que mi madre cocinaba mucho, comprábamos ropa nueva, participábamos en fiestas, visitábamos lugares interesantes y hacíamos y recibíamos regalos. Mi madre tenía el talento de ser, como la llamábamos, una auténtica “Mamá Noel”. Le encantaba dar a los demás y, cada Navidad, con entusiasmo y amor, compartía lo que tenía con las personas que nos rodeaban. Al ir creciendo, el pensar más en los demás que en nosotros mismos se convirtió en una característica que también tratamos de desarrollar.

Sin embargo, aquel año no sabíamos qué hacer. A mamá le preocupaba que íbamos a pasar nuestra primera Navidad en una casa que no era nuestra. Además, no sabía qué podría compartir con los demás. Sin embargo, la consolamos, ya que sabíamos que podríamos hacer algo sencillo para transmitir el espíritu de la Navidad a nuestro alrededor.

Lo que sí era cierto es que apenas teníamos lo suficiente para salir adelante, y además no era fácil conservar la paz en nuestro nuevo entorno. La dueña de nuestro apartamento no era cristiana, y estaba molesta con nosotros porque nos levantábamos temprano para hacer la oración familiar y cantar himnos. Nuestras canciones la despertaban, porque nuestro cuarto estaba al lado del suyo. Muchas veces se quejaba, así que procurábamos cantar bajito para no molestarla. Cuando vio que no íbamos a dejar de hacer nuestra oración familiar cada mañana, poco a poco dejó de quejarse.

Entonces a mi padre se le ocurrió una idea: sintió que debíamos cantarle villancicos a nuestra dueña, y que ése sería nuestro regalo de Navidad para ella. A todo el mundo le encantó la idea, menos a mí. Me negué rotundamente y le recordé a mi familia las quejas que presentó por nuestras oraciones familiares. Sugerí que le cantáramos a alguien que lo apreciara, y no a ella.

Pero papá insistió, explicando que sería una manera de mostrarle que éramos amigos suyos, a pesar de pertenecer a una religión diferente. No me quedó más remedio que unirme a mi familia para elegir y practicar villancicos y cantárselos.

En Nochebuena, nos presentamos en su puerta y llamamos. Ella no abrió, y yo estuve a punto de enfadarme y recordarle a mi padre que estábamos perdiendo el tiempo. Sin embargo, al mirar a mi alrededor, observé que todos los miembros de mi familia sonreían y que se sentían muy contentos por lo que estábamos haciendo. En mi interior deseé experimentar el mismo sentimiento.

Finalmente, la dueña abrió la puerta, y por un momento se quedó sin saber qué hacer. Papá le dijo en voz baja que nos gustaría cantarle y que, si le parecía bien, nos encantaría entrar en su apartamento. Ella se hizo a un lado y entramos. Le cantamos todos los villancicos que pudimos recordar, tanto los que habíamos practicado como los que no. El cuarto se llenó muy pronto de un sentimiento maravilloso. Aunque sabíamos que tal vez no comprendiera el significado de las palabras, ella sonreía al vernos cantar. También nos dijo que se había sentido muy sola y que al vernos unidos echaba de menos a su propia familia. Antes de marcharnos, le deseamos feliz Navidad y feliz año nuevo. Nos lo agradeció, y regresamos a nuestro cuarto.

Mientras procuraba dormir aquella noche, medité en lo que había sucedido. Se me ocurrió que un verdadero regalo de Navidad no se compra necesariamente en una tienda, ni tampoco es imprescindible elaborarlo a mano; la verdadera clave es la actitud y el deseo que tenemos de hacer lo que esté de nuestra parte por hacer felices a nuestros semejantes. Me di cuenta de que el regalo más grande que podamos dar en Navidad no requiere mucho dinero; más bien, es un regalo de amor.

Aquella noche me di cuenta de que, al prestar servicio de manera sencilla a esta vecina que se sentía sola, mi familia había disfrutado del espíritu de la Navidad.

Ilustración por Dilleen Marsh.