2009
¿Era capaz de dejar atrás mi pasado?
Jan. 2009


¿Era capaz de dejar atrás mi pasado?

Para las personas que se dedican a las ventas como yo, resulta indispensable mantener una actitud positiva y alegre. Sin embargo, hace unos años, me sentía desalentado y sin deseos de hablar con nadie; eso ocurrió especialmente una tarde.

Es probable que mi semblante delatara mi tristeza, ya que uno de mis colegas con quien había hablado en muchas ocasiones me preguntó cómo me encontraba. Le expliqué que mi esposa y yo nos habíamos divorciado después de haber estado casados durante seis años. En ese mes se cumplía el sexto aniversario del divorcio, así que en aquel momento había estado divorciado tanto tiempo como había estado casado previamente. Tenía la mente y el corazón turbados, y el alma llena de dolor y tristeza. Sabía que me estaba perdiendo muchas de las experiencias de mis hijos y esa idea me torturaba constantemente. La soledad me consumía y no veía ninguna solución —ni siquiera esperanza— en el horizonte. Eso, le dije a mi colega, era el precio que tenía que pagar por mis errores.

Entonces él, que era miembro de otra iglesia cristiana, me respondió: “¿De qué precio estás hablando?”, me preguntó. “Jesucristo pagó ese precio, si es que te has arrepentido verdaderamente de tus pecados. ¿Acaso no recuerdas para qué fin vino a la tierra?”

Su respuesta me dejó atónito y ante sus palabras me quedé boquiabierto. Lo que dijo resonó en mi mente durante toda aquella tarde. Era cierto: aunque vivía con las consecuencias de mis errores, Jesucristo había pagado el precio. ¿Por qué no me había dado cuenta de ello? Conocía la doctrina y sabía que era verdadera. Al reconocer que la Expiación ejercía poder en mi vida, me llené de un sentimiento de paz y consuelo que aún sigo recordando hoy.

Han pasado años desde que tuve esta experiencia en el trabajo. He aprendido que algunas de las consecuencias de nuestros hechos permanecen con nosotros para toda la vida. Muchas de ellas afectan la vida de nuestros seres queridos. La soledad no ha sido algo fácil, pero me ha ayudado a reconocer mis debilidades y a pedir perdón a mi Padre Celestial y a las personas que más se vieron afectadas: mis hijos y su madre.

En contraste con los sentimientos que tuve aquella tarde, hoy puedo decir que siento paz y esperanza. Sé que Jesucristo ha pagado el precio y no tengo ninguna duda de ello, ya que me he arrepentido. Él me ha apoyado durante estos años de pruebas. Aunque las pruebas no han terminado, sé que al arrepentirme, volverme al Señor y guardar los mandamientos, Él seguirá sosteniéndome.