2009
Fe para cruzar el río
Jan. 2009


Fe para cruzar el río

“Envió desde lo alto; me tomó, me sacó de las muchas aguas. Me libró de mi poderoso enemigo” (Salmos 18:16–17).

Rafael Mateo y su hijo, Whalincon (a quien llaman“Whally”), se detuvieron en la oscuridad de la tarde tormentosa para observar las apresuradas aguas del río crecido por la lluvia. Rafael, el primer consejero de la presidencia de rama, y Whally, el presidente del quórum de élderes de la rama, regresaban a su hogar tras un domingo lleno de reuniones en la capilla en San José de Ocoa, República Dominicana.

Ya estaban empapados a causa de la penosa caminata bajo la lluvia y por haber cruzado el desbordado Río Ocoa, el cual representaba un obstáculo peligroso entre la capilla y su casa. Durante la estación seca, la caminata de seis kilómetros les tomaba, por lo general, una hora; en ella, descendían desde la capilla, de un lado del valle, y luego volvían a subir hasta su hogar, en lo alto del otro lado del valle. Pero, cuando el río se desborda durante la época de lluvia, Rafael y su familia tienen que desviarse y hacer un recorrido de quince kilómetros, el cual les lleva tres horas para hallar un lugar por donde cruzar el río sin correr tanto riesgo.

Rafael ya había hecho ese camino en incontables ocasiones; había cruzado el río todos los días durante doce años para llegar al trabajo. Dos meses después de su bautismo, fue llamado para servir como presidente de rama, un llamamiento que tuvo por seis años y que implicó un aumento en el número de viajes que debía realizar. Después de eso, vino el llamamiento como presidente del quórum de élderes y, más tarde, lo volvieron a llamar para integrar la presidencia de la rama.

Sin embargo, el estar familiarizado con el río no le quitaba que fuera peligroso: las corrientes rápidas de los ríos desbordados podían ser tan mortales como el ancho río en el que desembocaban. Poco tiempo antes, un río desbordado había arrastrado a un vecino, el que perdió la vida en la furiosa corriente por el estrecho curso.

Padre e hijo dudaron al encontrarse en la orilla; entonces Rafael se introdujo en el agua. El río no era ancho, pero, debido a la cantidad de agua que encauzaba, era sorprendentemente profundo. El agua fría y de corriente rápida primero lo arrastró y lo hundió hasta las rodillas, luego hasta la cintura y, en poco tiempo, se le arremolinó en el pecho.

Rafael se dio cuenta de que corría peligro. El cauce estaba resbaloso y desnivelado, y la corriente era tan fuerte que amenazaba con hacerle perder el equilibrio. Cuando se encontraba a mitad de camino, estaba haciendo todo el esfuerzo que podía para mantenerse en pie, pero no tenía fuerzas para avanzar ni retroceder.

En el preciso momento en que pensó que ya estaba demasiado débil para seguir luchando contra la corriente, sintió un empujón que venía desde atrás que lo lanzó hasta la otra orilla. No fue sino hasta cruzar al otro lado que se dio cuenta de que su salvador no había sido Whally, quien aún se encontraba en el extremo opuesto.

Rafael atribuye su rescate al poder del mismo Salvador que lo ha ayudado a sobrevivir a los peligros de otras pruebas, tanto físicas como espirituales.

“He tenido que tirarme al río muchas veces, con el agua hasta el pecho, para servir al Señor”, dice el hermano Mateo. “Pero siento que le debo mucho al Señor; Él me ha dado no sólo la oportunidad de servirle, sino también la perseverancia para hacerlo”.

Tal como el rey David, el hermano Mateo sabe que el Salvador “me tomó, me sacó de las muchas aguas. Me libró de mi poderoso enemigo” (Salmos 18:16–17).

Ese testimonio lo ha sostenido durante pruebas más sutiles que el cruzar el río aquella tarde tormentosa con Whally, pero igual de reales.

A pesar de lo costoso del viaje, el hermano Mateo, su esposa Altagracia y tres de sus hijos se sellaron en el templo en el año 2001. Desde ese momento, se han sacrificado para ahorrar el dinero suficiente para ir al templo por lo menos dos veces al año.

Para el hermano Mateo, el trabajo y los sacrificios, tanto físicos como espirituales, valen la pena.

“No es difícil cuando uno conoce el propósito”, dice. “Luchamos por algo más sublime que las cosas de este mundo”.

Ilustración por Gregg Thorkelson; fotografía por David Newman.