2008
El poder sanador de los himnos
Abril de 2008


El poder sanador de los himnos

Los miembros de la Iglesia comparten formas en que los himnos de Sión han sido una bendición en su vida.

Comprendí Su amor

Hubo una época en mi vida en que me alejé bastante de los principios que sabía que eran correctos, y debido a ello me sentía terriblemente infeliz. Aunque creía que la Expiación daba resultado para otras personas, yo pensaba que había caído demasiado bajo para que se aplicara a mí y que no era digna de que se me salvara.

Un domingo por la mañana, escuché las campanas de una iglesia que estaba cerca y oí que tocaban el himno “¿Pensaste orar?” (Himnos, Nº 81). La música me conmovió y, por primera vez en muchos meses, sentí el Espíritu. Lloré al darme cuenta de que mi Padre Celestial estaba utilizando ese himno para permitirme sentir Su amor y para hacerme saber que me ayudaría.

El proceso de arrepentimiento no fue fácil y muchas veces me sentí desanimada, pero los sentimientos que tuve ese domingo por la mañana permanecieron conmigo y, después de un tiempo, volví a ser totalmente activa y recibí la investidura en el Templo de Dallas, Texas.

Ahora cuando escucho ese himno, recuerdo el tierno momento en el que Quien pensé que me había olvidado me demostró Su amor en una forma que Él sabía que lo recibiría.

Jessica Blakely, Nuevo México, E.U.A.

Invitamos al Espíritu

Mi esposo y yo deseábamos que se sintiera más el Espíritu cuando leíamos las Escrituras en familia. Habíamos escuchado al élder Gene R. Cook, que en ese entonces era miembro de los Setenta, sugerir el cantar un himno antes del estudio de las Escrituras en familia, por lo que decidimos poner en práctica su consejo. Aun cuando nuestros hijos adolescentes no estaban muy entusiasmados con la idea, estuvieron de acuerdo en intentarlo.

Al día siguiente, escuché grabaciones de himnos en nuestro estéreo por unos 30 minutos antes de la hora que teníamos programada para leer. Lo que sucedió después cambió todo para nosotros. La música había afectado a nuestro hijo que en ese entonces tenía 13 años (y que había sido el más renuente a nuestra propuesta inicial) al grado de que quería cantar todas las estrofas del himno, ¡e incluso quería cantar más de un himno! Ese mismo hijo ahora recurre a los himnos cuando se siente desanimado o se enfrenta a la tentación.

Utilizamos los himnos no sólo en nuestro estudio de las Escrituras en familia, sino también en la noche de hogar y los domingos.

Marci Owen, Utah, E.U.A.

La pérdida de mi madre

La salud de mi madre, que tenía 86 años, había estado empeorando durante varios meses, y yo temía que no fuera a permanecer con nosotros mucho tiempo más. Mi esposo y yo habíamos planeado viajar a Lille, que está a unos 130 km de distancia, para la conferencia de estaca, pero me preocupaba dejar a mi hermana sola cuidando de nuestra madre.

Le rogué a mi Padre Celestial que todo marchara bien mientras estuviéramos fuera e inmediatamente la letra de “Paz, cálmense” (Himnos, Nº 54) me vino a la mente y mis temores disminuyeron. Nos fuimos a la conferencia con el sentimiento de tranquilidad y seguros de que el Señor había escuchado mi oración y estaba cuidando de mi madre.

Efectivamente todo marchó bien mientras estuvimos fuera.

Tiempo después, mi hermana llamó para preguntar si mi esposo Yves podría ir para ayudar a levantar a mi madre y ponerla en la cama. Al poco tiempo de haber llegado a la casa de mi hermana, mi madre falleció.

Yves me llamó, y como no quería darme la noticia por teléfono, sólo me dijo que mi hermana había entrado en pánico, y me sugirió que juntara algunas de mis pertenencias personales, ya que él pronto vendría por mí.

Comencé a empacar mi maleta, pensando que me quedaría con mi hermana por un tiempo para ayudarle a cuidar de nuestra madre; pero al empezar a hacerlo, sentí la guía del Espíritu indicándome que empacar ya no era necesario. Sabía que mi madre había fallecido, pero también sentí paz, la misma paz que había sentido antes de salir para la conferencia de estaca.

Yves llegó a casa y no halló la forma de explicarme lo sucedido. Para aliviar su carga, le dije que ya sabía que mi madre había muerto.

El conocimiento del Evangelio continuó siendo un apoyo para mí y pude consolar a mi hermana a medida que sufríamos la pérdida de nuestra madre. Muchas veces oré pidiendo paz, y cada vez sentí la seguridad de que mi Padre Celestial y mi Salvador Jesucristo me estaban ayudando a superar la tristeza y el dolor. Por medio de la fe y la oración, encontramos lo que el sagrado himno invoca: “Paz, cálmense”.

Nicole Germe, Pas-de-Calais, Francia

El canto calmó nuestro corazón

Hace muchos años estaba planeando pasar la Nochebuena con mi familia, lo cual me tenía un tanto preocupada porque hacía poco que me había unido a la Iglesia y mi familia criticaba mi nueva religión. La situación empeoró cuando llevé a mi madre a la casa de mi abuela. Mamá había estado tomando bastante, y me sentí tentada a hablarle bruscamente. La emoción que generalmente sentía durante la época navideña quedó reemplazada por la desesperación. Oré en silencio para pedir ayuda.

Sintonicé la radio del auto en la estación de música popular que generalmente escuchaba, esperando que eso me levantara el ánimo; pero luego sentí la impresión de apagar la radio y cantar canciones de Navidad. Así lo hice y, mi madre —aunque sorprendida—pareció calmarse y hasta cantó conmigo algunos de los villancicos.

Me cambió el ánimo inmediatamente y recordé el verdadero significado de la Navidad. Al pensar en cómo el Salvador tan desinteresadamente dio Su vida por nosotros, mis propios problemas parecieron pequeños y superables. Reconocí que había recibido muchas bendiciones y que tenía muchas razones para regocijarme, y sentí la certeza de que el Espíritu Santo estaba conmigo y la confianza de que podría responder pacíficamente a cualquier crítica que recibiera en cuanto a la Iglesia.

El cantar no hizo que mis problemas desaparecieran, pero sí me permitió afrontar los problemas con una actitud positiva, lo que hizo que las cosas fueran totalmente diferentes.

Kimberley Hirschi, California, E.U.A.

Mi carga se aligeró

En 1988 estaba teniendo muchos problemas en mi negocio y, tras consultarlo con el presidente de estaca, mi esposa y yo decidimos venderlo y buscar otro empleo. Le di seguimiento a numerosas oportunidades de trabajo, pero cada una nos dejó a mí y a mi esposa llenos de frustración, con el corazón destrozado y sin un ingreso estable.

Después de un año, nuestros fondos estaban muy escasos y me sentí agobiado por una carga que parecía ser insoportable. Teníamos un hijo en la misión y seis más en casa, y sentía que les estaba fallando.

Un día en el que sentía esa carga, noté que repetidamente, durante varios días, había estado escuchando en la mente la misma tonada; al poco tiempo me di cuenta de que era un himno y el Espíritu me consoló cuando recordé la letra:

Sé humilde y reconoce todas tus debilidades,

y Dios será tu guía si a Él te dignas ir.

(“Sé humilde”, Himnos, Nº 70)

Al instante me pareció que mi carga se aligeró y percibí que mi Padre Celestial conocía mi situación. Aun cuando nuestra posición económica fue problemática durante varios años, sentí consuelo por saber que Él guiaría nuestras decisiones si procurábamos hacer Su voluntad.

Nos mudamos a otra ciudad y con el tiempo adquirimos un negocio nuevo. Con la ayuda de otras personas, nuestra familia pudo comprar una casa y hacer del negocio un éxito.

Aun cuando el desafío económico ha desaparecido, sigo intentando prestar atención cuando me vienen himnos a la mente. Aprendí que nuestro Padre Celestial con frecuencia contesta nuestras oraciones por medio de la música sagrada.

Warren C. Wassom, Idaho, E.U.A.

¿Cómo podía cantar?

Hace años, mi madre murió en un accidente automovilístico provocado por un conductor en estado de ebriedad. En estado de shock, viajé en avión a casa de mis padres y ayudé a planear el funeral con mis hermanos y con mi padre herido.

Al poco tiempo de volver a casa, fui llamada a servir como líder de música de la Primaria, pero al estar preparándome, mis emociones parecían estar bloqueadas y comencé a dudar de mis habilidades. “La líder de música de la Primaria necesita ser alguien entusiasta y animada”, pensé. Yo sólo sentía pesar. Deseaba animar a los niños, pero sentía que los iba a defraudar. Me dolía el corazón profundamente y me preguntaba si algún día llegaría a ser feliz otra vez o, más aún, si querría volver a cantar.

El día antes de empezar a servir en mi nuevo llamamiento, mi esposo y yo asistimos a una sesión del templo con unos amigos que se iban a sellar. Antes de que iniciara la sesión, se nos invitó a la capilla del templo para tener un himno inicial, una oración y unas palabras de un oficial del templo. A medida que cantamos “Cuán dulce la ley de Dios” (Himnos, Nº 66), no pude evitar poner atención a la letra:

No os dejéis vencer

por pruebas que vendrán.

Pedid consuelo ante Dios;

Su dulce paz buscad.

Sentía que estaba pasando una “prueba” y me di cuenta de que allí, en Su santo templo, estaba encontrando “dulce paz”. En la cuarta estrofa escuché un mensaje que iba dirigido directamente a mí:

¡Cuán firme Su amor;

constante Su bondad!

Mis faltas a Sus pies pondré,

y gozo me dará.

En ese momento supe que podría cumplir con cualquier llamamiento que tuviera y que podría sentir gozo, aun cuando extrañaba a mi madre. Y debido a que sabía que mi Salvador estaba llevando mi carga, ¡podía cantar!

Sheri Stratford Erickson, Idaho, E.U.A.