2007
Un robo, un libro y un testimonio
Enero de 2007


Un robo, un libro y un testimonio

Vivo en Chile y he sido miembro de la Iglesia desde que tenía ocho años. Siempre he sabido que estoy en la Iglesia verdadera y pensaba que tenía un testimonio del Libro de Mormón, pero se trataba de un testimonio prestado, y aunque deseaba hacerlo, nunca había leído el Libro de Mormón de tapa a tapa. Nunca había pasado de 1 Nefi.

El 4 de julio de 2002 por la tarde, una amiga y yo asistimos a nuestra clase de instituto sobre el Libro de Mormón. Una vez que terminó, nos quedamos hablando hasta que nos dimos cuenta de que se había hecho tarde. Comenzamos a caminar a casa más o menos a las 22:15, y cuando llegamos al lugar donde teníamos que separarnos, nos detuvimos y seguimos hablando.

Dos hombres pasaron por allí y nos preguntaron qué hora era, pero estábamos tan concentradas en nuestra conversación que apenas los oímos. De repente volvieron y uno de ellos me atrapó con los brazos y me puso un cuchillo en el cuello. Después me soltó y amenazó a mi amiga. El otro hombre nos pidió dinero, y cuando le dijimos que no teníamos, se pusieron furiosos. Nos pidieron las chaquetas y las mochilas.

Hacía tiempo que quería tener esa chaqueta, y finalmente había podido comprármela hacía un mes. La mochila que tenía me encantaba; me la había regalado mi hermano mayor. Mi amiga tenía tareas escolares en su mochila que tenía que entregar. Yo estaba atemorizada, casi inmóvil. Era la primera vez que me robaban.

Sin dudar, les dimos nuestras pertenencias, pero de repente les dije: “¡Esperen! ¡Por favor, déjenme sacar mi Libro de Mormón! Es lo único que tengo de valor”. El ladrón me miró extrañado y me dejó recuperarlo, tras lo cual se marcharon.

Me aferré al libro y no me preocupé por nada más. Me sentí en paz porque había rescatado ese precioso libro de las manos de dos delincuentes.

Aquella noche decidí demostrar un mayor aprecio por este tesoro mío y por todos los sacrificios que hicieron aquellas personas que lo sacaron a luz. Comencé a leerlo y empecé a sentir una paz indescriptible y un gozo espectacular. De repente, cobró un valor mucho mayor para mí. Terminé de leerlo dos meses más tarde, habiendo logrado finalmente un testimonio del libro por mí misma.

Todavía no alcanzo a comprender de dónde saqué el valor para pedir que me devolvieran el libro, pero nunca lamentaré el haberlo hecho. No guardo ningún mal sentimiento hacia aquellos hombres, porque mediante esa experiencia obtuve el testimonio que deseaba.

Este testimonio sirvió para motivarme para servir en una misión. He regresado a casa después de prestar servicio en Argentina, donde tuve la oportunidad de hablar a mis semejantes acerca del Libro de Mormón y de compartir con ellos lo maravillosa que es esta obra.