2007
Sé que las familias pueden ser eternas
Enero de 2007


Sé que las familias pueden ser eternas

Todavía recuerdo aquel día. Podría haber sido el día más terrible de mi vida si no hubiera tenido el Evangelio de Jesucristo. Mi madre murió el 12 de julio de 2001 por causa de una enfermedad que se produjo un domingo por la noche y que le quitó la vida el jueves siguiente por la mañana. Yo tenía 16 años y tuve que perder varios exámenes de la escuela para estar con mi familia y asistir al funeral de mi madre.

Después del funeral, regresé a casa sintiéndome completamente deshecho. Tenía un gran vacío en el corazón, tan enorme que pensé que nunca me sanaría. Me acosté en la cama, rompí en sollozos y me pregunté: “¿Por qué tuvo que marcharse tan pronto? ¿Por qué tuvo que dejarme solo?”.

Mi hermano de diez años y yo decidimos escuchar himnos apacibles de la Iglesia. Seguía teniendo ese sentimiento de soledad, tristeza y desconsuelo, pero de repente me sobrevino una sensación de calidez. Sentí una paz y una tranquilidad muy grandes. La expresión de tristeza se desvaneció, así como el vacío que sentía en el pecho.

Todavía sentía ese consolador espíritu cuando fui con mi familia a la Iglesia, donde mis familiares se encontraban llorando la muerte de mi madre. Todos ellos estaban muy tristes, y algunos de sus llantos eran estremecedores; en su rostro se reflejaba un profundo dolor. Nos miraban a nosotros con extrañeza, como si se preguntaran por qué no nos sentíamos tan mal como ellos. Pero el corazón me latía con calma y tenía el cuerpo entero lleno de paz. Sabía que el Consolador, el Espíritu Santo, estaba calmando nuestro dolor. También estaba testificando que Jesucristo y el Padre Celestial viven y de que ésta es la Iglesia verdadera, con convenios eternos.

Más adelante, escribí lo siguiente en mi diario: “Mamá no quería que lloráramos mucho. Me siento triste, pero aún así tengo gran paz en mi interior. Lo único que tengo que hacer es ser fuerte y llevar una vida buena para poder verla de nuevo. Mi fe y mi testimonio han aumentado, así como mis deseos de servir a mi Dios y a mis semejantes en una misión de tiempo completo. Ella siempre estará cerca, ayudándome a permanecer en el buen camino. Sé que las familias pueden ser eternas. Hace 15 años, en un día como hoy, mi familia y yo nos sellamos como familia eterna en el Templo de Lima, Perú, y eso es lo que me consuela”.

Mi familia y yo seguimos pasando por muchas dificultades, pero cada vez que me flaquea el testimonio, me acuerdo de aquella vez en que el Espíritu Santo me consoló y me testificó de las verdades eternas del Evangelio.