2006
Nuestro deber a Dios: Construyendo bastiones espirituales
Agosto de 2006


Nuestro deber a Dios: Construyendo bastiones espirituales

Michael Díaz mira a través del largo tubo de un cañón pesado y recorre con la vista las aguas picadas de Portobelo, Panamá. Si se produjera un ataque por mar al bastión y al oro que allí se guardaba, los barcos atacantes tendrían que soportar el fuerte bombardeo de más de doce cañones, y los marineros tendrían que pasar inadvertidos ante los soldados que guardaban los dos fuertes a orillas del mar, incluso aquel en el que se encuentra Michael. Las batallas pasadas fueron encarnizadas y temibles.

Afortunadamente para Michael, desde hace más de 250 años no se han llevado a cabo batallas como ésas.

Las cosas han cambiado mucho desde aquel entonces. Pero mientras camina sobre los gruesos muros de piedra de las ruinas, Michael, de 15 años, no piensa en teléfonos celulares, en Internet ni en los hombres que caminaron en la luna. Él y sus amigos de la Estaca Colón, Panamá, conversan acerca del cambio que han experimentado, gracias al programa Mi deber a Dios.

“He aprendido mucho”, dice Michael. Los demás asienten con la cabeza. “Tengo más fe en mí mismo; ya no necesito apoyarme tanto espiritualmente en otras personas. Tengo el valor de hablar con los demás acerca de la Iglesia”.

Construidos para resistir

Los bastiones, que eran estructuras de fortificación, defendieron Portobelo durante más de 100 años y sus restos aún siguen en pie.

De acuerdo con estos jóvenes, lo más valioso del programa Mi deber a Dios es aprender a fijarse metas y cumplirlas. Dichas metas les están ayudando a construir bastiones espirituales que les serán útiles para sobrellevar bien todo lo que la vida les pueda deparar.

“Vives en una época de grandes desafíos”, ha dicho la Primera Presidencia. “Puedes… fortalecerte a ti mismo, edificando tu fe y tu testimonio al vivir el Evangelio mientras lo aprendes y lo compartes” (Sacerdocio Aarónico: Cumplir nuestro deber a Dios, pág. 4).

Aldo Cárdenas, del Barrio Puerto Pilón, recuerda una meta que se puso hace poco, que consistía en organizar una noche de hogar con la ayuda de su padre. “Mi papá me asignó el tema del sacerdocio y de la importancia que tiene para nuestra familia. Aprendí mucho acerca del sacerdocio. Es una gran bendición para nosotros y para otras personas, por medio de nosotros”.

Se siente agradecido por la forma en que funciona el programa. “El tener que seguir adelante y cumplir con mis metas me ha ayudado a ser más responsable”, dice.

Narcisso Garay, de 17 años, del Barrio Barriada Kuna, decidió fijarse la meta de leer el Libro de Mormón todos los días. “Mis padres me sugirieron que leyera también los otros libros canónicos. Ya casi he terminado el Nuevo Testamento. Al principio lo encontré aburrido, pero ahora he comprendido todo lo que Jesús sufrió por nosotros y sé que podemos regresar a Él”.

Isaac, el hermano mayor de Michael, dice que se ha fortalecido espiritualmente al alcanzar las metas que se ha fijado en el programa. Cuando Isaac era maestro, era el único miembro activo de su quórum. El programa Mi deber a Dios no sólo le ha ayudado a él, sino que le ha proporcionado oportunidades para lograr que asistan a actividades los tres miembros del quórum que no iban con regularidad; y uno de ellos ha asistido incluso a las reuniones de la Iglesia.

“Intenté visitar a los demás e invitarlos a ir a la Iglesia”, dice Isaac. “Ése era mi deber hacia Dios”.

Desechando el miedo

Sentado sobre un cañón en desuso desde hace mucho tiempo, Michael fácilmente se imagina defendiendo el fuerte contra el temible ataque de un enemigo. Pero mirando al mar, habla acerca de fortalecerse a sí mismo ante un tipo de ataque diferente, un ataque sin cañones ni pólvora.

“Mis amigos de la escuela a veces se burlan de mí por pertenecer a la ‘iglesia de Mormón’ ”, explica, mientras el sol se pone en Portobelo. Pero él no tiene reparos en decirles: “Pertenezco a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”.