2006
La bendición
Julio de 2006


La bendición

Evan Payne era el propietario de una gasolinera y taller mecánico en Thousand Oaks, California. Le era fácil sonreír y recordaba el nombre de las personas con todavía más facilidad. Conocía a sus clientes, a sus hijos y sus vehículos. Evan trabajaba muchas horas, seis días a la semana, y sentía un interés genuino por ayudar a la gente. Daba empleo a adolescentes con problemas familiares o que se estaban preparando para la misión o regresaban de ella. No tenía inconveniente en trabajar hasta tarde o llegar con antelación para ayudar a un cliente. Casi todos los habitantes de la población conocían a Evan Payne y lo tenían en alta estima.

Evan también se mantenía muy ocupado en la casa y en la Iglesia. Él y su esposa, Becky, tenían cinco hijos de 7 a 13 años de edad.Había prestado servicio dos veces como consejero del obispado, como obispo, y ahora como consejero de nuestra presidencia de estaca.

Evan era joven, atlético, alegre y sociable. Era de cabello oscuro y bien parecido. Le encantaba esquiar y jugar al softball y al baloncesto en la Iglesia. Por todo ello, cuando oí la noticia de que Evan sufría de leucemia, no me pareció posible.

En los meses sucesivos a su diagnóstico, hubo ayunos familiares, de barrio y de estaca. Evan se sometió a quimioterapia y radioterapia. En vista de que la enfermedad de Evan no cedía, se hicieron pruebas a sus hermanos para determinar si podrían donarle médula, pero la de ninguno de ellos era compatible. Becky y él pusieron en orden todos sus asuntos y se prepararon para lo peor; pero a pesar del dolor, Evan permaneció optimista y positivo. Siguió trabajando casi todos los días, aunque era evidente que estaba sufriendo.

Un día, Evan me llamó a la oficina y me dijo: “Joel, ¿qué planes tienes para esta tarde? Me gustaría que me acompañaras a dar una bendición a una persona de tu barrio. ¿Puedes hacerlo?”.

“Por supuesto”, respondí. “¿A quién vamos a bendecir?”

“A Sally Carlisle (se han alterado los nombres). Es una hermana anciana de San Diego. Se encuentra en la ciudad visitando a su hija, Joan Wilson, que no es activa. Debería llamar al maestro orientador de los Wilson, pero no sé quién es y la hermana necesita una bendición inmediatamente. ¿Puedes venir a recogerme?”

De repente me sentí triste y avergonzado, y me llenó un sentimiento de culpa. Hacía muchos meses que se me había asignado ser el maestro orientador de los Wilson, pero ni siquiera les había llamado una sola vez. Muchas veces me propuse llamar o pasar a verlos, pero siempre encontraba alguna excusa para no hacerlo. No había cumplido con mi deber. Le dije a Evan que iría a buscarlo a las 7:00.

Durante el trayecto, Evan me explicó que los Wilson habían sido clientes de su estación de servicio durante muchos años. Joan se había criado en la Iglesia, pero en su juventud se había alejado hasta quedar inactiva. Se había casado con Mike Wilson, que no era miembro de la Iglesia, y habían criado a sus cuatro hijos en la religión de Mike. Evan explicó que le daríamos una bendición a la madre de Joan, que tenía gripe. Joan había llamado a Evan al trabajo y le había pedido que fuera. Él era el único miembro de la Iglesia que ella conocía.

Al llegar a la casa de los Wilson, Joan nos recibió a la puerta pero se excusó mientras hablábamos con su madre. Sally nos explicó cuánto deseaba que su hija regresara a la Iglesia y lo mucho que oraba para que Mike y Joan pudieran recibir las bendiciones del Evangelio. Después de conversar unos minutos, ungí a Sally y Evan la bendijo. Fue una sencilla bendición de consuelo y salud.

Mientras llevaba a Evan de regreso a su casa, me sentí agradecido por haber presenciado aquella bendición del sacerdocio. También me sentí agradecido por haber conocido a la familia Wilson y haber pasado esos momentos con Evan Payne, que falleció sólo unos meses después.

En los años sucesivos, visité regularmente el hogar de los Wilson. Ellos me recibían cordialmente y me recordaban como el amigo de Evan. Al principio sólo hablábamos acerca de Evan y de la gran influencia para bien que había ejercido en nuestra ciudad. Seguí siendo el maestro orientador de los Wilson durante 15 años, y procuré seguir el ejemplo de Evan y ayudar a los demás en todo lo posible. Mike y Joan llegaron a ser buenos amigos míos y fueron una bendición para mí.

Aunque Joan no regresó a la Iglesia y Mike no se unió a ella, siempre atesoraré su amor y amistad. Cuando Joan falleció, yo servía como obispo. Al momento de su muerte, Mike donó una importante cantidad al fondo misional del barrio. Ese dinero sirvió para costear los gastos de un misionero de nuestro barrio que se unió a la Iglesia siendo adolescente y cuya familia no tenía los recursos que le permitieran pstar ese servicio. La aportación de Mike sirvió indirectamente para enternecer el alma de los muchos conversos que aquel joven élder enseñó.

Aunque estoy seguro de que Evan Payne no pretendió enseñarme ninguna lección aquella tarde de hace muchos años, aprendí que el atender a la obra del Señor no representa ninguna carga. Procuro, como Evan, interesarme y preocuparme de verdad por los hijos de nuestro Padre Celestial. Y como maestro orientador, procuro ser tan fiel como Evan lo fue y como el Salvador desearía que lo fuera.