2006
Echa un vistazo a los niños
Julio de 2006


Echa un vistazo a los niños

Nuestro hogar en Manti, Utah, era pequeño y teníamos una familia muy unida. Nuestros hijos, Stewart y Chandler, jugaban siempre juntos y compartían una habitación. Era pequeña y a ellos no parecía importarles compartir una cama gemela, durmiendo cada uno en un extremo de la misma. Los dedos de los pies les llegaban apenas a la mitad de la cama y a menudo se oían risitas cuando se hacían cosquillas en los pies el uno al otro.

Pronto crecieron y la cama les quedó pequeña, así que fuimos de compras y decidimos comprar una litera. No cabían de alegría mientras mi esposo, Rex, montaba las nuevas camas. Puso una tabla a lo largo de la cama de arriba para que Stewart, de cuatro años, no se cayera. Chandler era el menor y el más pequeño y se quedó en la cama de abajo. Después de la oración familiar, se subieron contentos a las nuevas camas, y podíamos escuchar sus risitas y susurros a través de la puerta cerrada. Finalmente se durmieron y la casa quedó en silencio.

Pasé el resto de la noche ocupándome de tareas domésticas, lavar los platos y la ropa sucia, y estreché la mano de Rex durante nuestra oración de la noche. Por fin nos acostamos, agotados por las labores del día. Debí quedarme profundamente dormida en cuestión de segundos.

Me desperté alrededor de las 2:00 a.m., abrí los ojos, miré el reloj y me dispuse a seguir durmiendo cuando oí una vocecita muy suave que decía: “Echa un vistazo a los niños”. Miré a Rex para ver si estaba despierto, pero estaba profundamente dormido. Cerré los ojos por segunda vez, pero oí otra vez: “Echa un vistazo a los niños”. Estaba tan cansada que no sabía con certeza si estaba despierta, y una vez más cerré los ojos para dormir cuando oí la voz una tercera vez: “Echa un vistazo a los niños”. Me vinieron a la mente varias experiencias de las que había oído hablar acerca de la voz apacible y delicada. No tenía ni idea de por qué tenía que ir a ver a los niños, pero al final me levanté de la cama y me dirigí a su habitación.

Atravesé el oscuro pasillo y la cocina. Todo estaba en silencio. Pasé por el salón y finalmente llegué a la puerta de los niños, y escuché unos débiles sollozos en el interior. Al abrir la puerta en silencio, miré la nueva litera y vi con espanto que Chandler estaba colgando de la cama de arriba. Su delgado cuerpo se había deslizado entre el colchón y la tabla, pero la cabeza no había pasado y su cuerpecito había quedado colgando. Sus sollozos casi no se podían oír, ya que tenía la cara tapada por el colchón. Stewart dormía profundamente en la cama de abajo, sin saber que su hermano se encontraba en peligro. Aparentemente, después de que los acostamos y los arropamos, se habían cambiado de cama.

Con rapidez, retiré a Chandler por el pequeño espacio y lo abracé fuertemente. Sus ojos atemorizados, llenos de lágrimas, se cruzaron con los míos. Me di cuenta de lo poco que había faltado para que perdiera la vida. Lo arrullé hasta que se durmió y lo puse en la cama de abajo junto a su hermano. La imagen de Chandler colgado de la cama de arriba seguía turbándome. Era consciente de que no habría sobrevivido más de unos minutos.

Mientras observaba a mis dos hijos durmiendo, sentí dentro de mi corazón el protector Espíritu del Señor y me di cuenta de que aquella noche se me había concedido un milagro. Al regresar a mi habitación, me arrodillé y le di las gracias a mi Padre Celestial por los insistentes susurros que recibí y por haber protegido a nuestra familia.