2005
Las ventanas de los cielos
septiembre de 2005


Las ventanas de los cielos

“…abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10).

Basado en un relato real de la historia familiar de la autora

Marcella frunció el ceño al tratar de mover los dedos de los pies dentro de los zapatos. Los zapatos eran demasiado pequeños y le dolían los pies, pero sabía que no debía quejarse. A los seis años de edad, sabía que no había dinero para comprar zapatos nuevos.

El año anterior había sido difícil para la familia Nelson. En mayo, la hermanita pequeña de Marcella había fallecido de pulmonía, y seis semanas más tarde, su padre, Eric, había muerto en un accidente del trabajo. ¡Cuánto echaba de menos a su bondadoso padre!

Ahora era su madre la que trabajada arduamente para sostener a sus dos hijas con las labores de costura. Aun cuando era una excelente costurera, no tenían dinero suficiente. Los estantes de la cocina de su pequeña casa estaban prácticamente vacíos; así que pedir que le compraran zapatos más grandes sería imposible en ese momento.

“¡El desayuno!”, dijo su madre. Marcela trató de no cojear con los apretados zapatos mientras se acercaba a la mesa.

“Ay, cariño”. Su madre se arrodilló a su lado. “Los zapatos te aprietan, ¿verdad?”. Marcella podía percibir la preocupación en la voz de su madre.

“Un poquito”, dijo Marcella, tratando de aparentar que no le preocupaba. “No te preocupes”.

“Estás tratando de ser valiente”, dijo su madre con calma, “pero me doy cuenta de que te duelen los pies. Trataré de conseguirte unos zapatos nuevos lo antes posible”.

“¡Yo también quiero zapatos nuevos!”, exclamó la pequeña Arvella.

La madre le dio un gran abrazo a Arvella. “Sabes que tus zapatos te quedan muy bien”, dijo. Arvella había heredado los zapatos de Marcella; estaban desgastados, pero por lo menos le quedaban.

Arvella hizo una mueca en señal de disgusto. “Yo también quiero zapatos nuevos”, repitió con terquedad. Marcella y su madre sonrieron. Arvella no comprendía la difícil situación de la familia y su inocencia las hacía sentirse mejor. Hablaron y rieron mientras desayunaban y hacían la limpieza.

De repente, la madre volvió a ponerse seria. “Niñas”, dijo lentamente, “debemos ir a la ciudad. Tengo 2,50 dólares”.

¡Marcella no podía creerlo! Eso era mucho dinero para Utah en el año 1905. “¡Qué alegría!”, exclamó. Se imaginó toda la comida que podrían comprar para llenar los estantes vacíos. ¡Puede que incluso le compraran zapatos nuevos!

La sonrisa de Marcella desapareció cuando vio las lágrimas en los ojos de su madre. “Debemos 2,50 dólares de diezmos”, dijo calladamente. Acercó a sus hijas y les dijo: “Sé que casi no nos queda comida, y que tú, Marcella, necesitas zapatos nuevos lo más pronto posible. Pero si queremos que el Señor nos bendiga, debemos guardar Sus mandamientos”.

Sacó la vieja Biblia y la abrió en Malaquías, donde les leyó la promesa del Señor, de que si pagaban el diezmo, se les abrirían las ventanas de los cielos.

“¿Qué quiere decir que se abrirán las ventanas de los cielos?”, preguntó Arvella.

“Significa que nuestro Padre Celestial nos bendecirá”, dijo su madre. “Aquí dice que recibiremos una bendición tan grande que sobreabundará. Sé que necesitamos la bendición del Señor más que nunca y creo en Su promesa”.

“Yo también creo en ella”, dijo Marcella.

“Yo también”, agregó Arvella.

“Son niñas muy buenas”, dijo su madre, estrechándolas contra su pecho. “Oremos juntas y luego voy a llevar este dinero directamente al obispo”.

Las niñas y la madre se arrodillaron y la madre le pidió a su Padre Celestial un medio para tener comida para su familia y zapatos para Marcella. Después de la oración, todas se secaron las lágrimas y luego, con una sonrisa, su madre les dijo: “¡Niñas, vayamos a pagar el diezmo!”.

Caminaron la corta distancia hasta la casa del obispo y le entregaron el diezmo. Aunque le dolían los pies, a Marcella le gustó el paseo y el buen sentimiento que sentía en el corazón. Sabía que su Padre Celestial las bendeciría.

Al acercarse a casa, vieron que estaban llegando el tío Silas y la tía Maud. Ambas niñas corrieron hasta el tío Silas, quien juguetonamente las levantó en vilo.

“Hola, Sarah”, dijo la tía Maud, mientras abrazaba a la madre de las niñas. “Pasamos para ver cómo estaban tú y las niñas”.

“Bien”, dijo Arvella muy seria. “A Marcella le aprietan los zapatos, pero pagamos el diezmo y todo va a estar bien”.

“¡Arvella!”. Su madre le lanzó una mirada de reproche. “Estamos bien, Maud. ¿Y tu familia?”.

Todos entraron en la casa y conversaron agradablemente. Marcella se quitó los ajustados zapatos y los guardó. Se fijó en que sus tíos observaban la casa con detenimiento; hasta la tía Maud abrió un armario durante la visita. La visita terminó antes de lo que Marcella hubiera deseado.

Bien entrada la tarde, Marcella se extrañó al ver un carro de reparto afuera. Se detuvo frente a la casa y el mozo llamó a la puerta. “Una entrega para Sarah Nelson”, dijo.

“Es mi madre”, contestó Marcella.

“Pero, si yo no he pedido nada”, objetó su madre.

De repente, el tío Silas apareció al lado del mozo. “Es para ti, Sarah”, le dijo amablemente. “Póngalo todo sobre la mesa”, le dijo al mozo.

El repartidor entró en la casa con las bolsas de comida mientras las niñas bailaban alrededor de la mesa. Abrazaron al tío Silas, quien rápidamente se disculpó por tener que volver a casa. ¡Había tanta comida! Azúcar, frijoles [habas], harina y harina de maíz, carne curada y fruta seca. ¡Los armarios estarían llenos hasta rebosar! Al final de todo, el mozo puso en la mesa un pequeño paquete envuelto en papel marrón.

Cuando se hubo ido el repartidor, las niñas se acercaron al paquete. ¿Qué habría en su interior? Lo agitaron, primero Marcella y luego Arvella. Entonces, Marcella retiró el papel con cuidado y en su regazo cayeron no uno, sino dos pares de zapatos nuevos. Marcella tomó el más grande y se lo probó. Le quedaban perfectamente y feliz movió los dedos de los pies con total comodidad.

Entonces vio la cara de Arvella. Su hermana tomó el segundo par de zapatos y se quedó mirándolos con deleite para luego mirar extrañada a su madre. “Mamá, creí que habías dicho que no necesitaba zapatos”, dijo con tono interrogador.

“Tus zapatos viejos te quedaban bien”, dijo su madre entre lágrimas. “Pero cuando nuestro Padre Celestial abre las ventanas de los cielos, nunca se sabe qué es lo que vas a recibir”.

Marianne Dahl Johnson es miembro del Barrio Wells, Estaca Elko Este, Nevada.

“¿Quieren que se les abran las ventanas de los cielos? ¿Desean recibir bendiciones hasta que sobreabunden?. Paguen siempre los diezmos, y dejen el desenlace en manos del Señor”.

Élder Joseph B. Wirthlin, del Quórum de los Doce Apóstoles, “Deudas terrenales y deudas celestiales”, Liahona, mayo de 2004, pág. 41.