2005
El despertar de un testimonio
septiembre de 2005


Entre amigos

El despertar de un testimonio

“…por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:5).

Siempre me ha fascinado el aire libre. Me encantan las montañas, el océano, los ríos y los animales. Creo que las creaciones de Dios tienen una belleza y un valor casi indescriptibles.

Cuando tenía 16 años, deseaba ver más cosas de la naturaleza, así que mi madre me dio permiso para trabajar en Alaska durante el verano. Tomé un viejo avión de motor a hélice hasta allí y conseguí empleo en una tienda de comestibles.

Trabajé con un clérigo laico que tenía mucho interés en convertirme a sus creencias. Día tras día hablábamos de las Escrituras, pero me costaba defender mi fe porque, sinceramente, no la conocía lo bastante bien. Tuve dificultades para explicar el relato de José Smith y las revelaciones que había recibido de modo que aquel ministro las pudiera aceptar.

Por fin me di cuenta de que necesitaba ayuda, así que busqué a los misioneros de tiempo completo del lugar y les pedí que me enseñaran más del Evangelio. Aquel verano solía pasar una o dos horas con los misioneros antes de hablar con el ministro, del que me había hecho muy buen amigo.

Un noche concreta me desperté, preocupado porque no sabía enseñar bien el Evangelio, aunque empezaba a saber que era verdadero.

Afuera, el sol de verano emitía los colores más brillantes sobre la cadena montañosa de Alaska. Las nubes cubrían el pie de las montañas, dejándose ver solamente una tercera parte de ellas y dando la impresión de que los macizos flotaban en el aire. Era una de las vistas más hermosas que había presenciado. Es difícil describir la belleza que vi y la reverencia que sentía por las creaciones de nuestro Padre Celestial.

Me arrodillé y le pedí a mi Padre Celestial que oyera mi oración. Deseaba saber sinceramente que el Libro de Mormón era verdadero y deseaba saber si lo que mi madre me había enseñado todos aquellos años era lo que debía creer. Deseaba saber que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días era la Iglesia verdadera de Dios en esta tierra.

Aquella noche, aunque aún había luz en aquella parte de Alaska, llegué a saber que la Iglesia es verdadera; llegué a saber que el Libro de Mormón es la palabra de Dios; llegué a saber la importancia de la relación eterna que tenía con mi madre, con mi padre ya fallecido y con mis otros familiares.

Al día siguiente me levanté como una persona diferente porque sabía que podía compartir mi testimonio, que estas cosas me habían sido reveladas por el Espíritu Santo. Al ministro le iba a ser difícil aceptarlo; podría rebatirme la doctrina, pero no podría discutir contra mi testimonio de que sabía que la Iglesia era verdadera.

Aunque recuerdo el nombre de los misioneros que me enseñaron, durante muchos años no tuve contacto con ellos. En 1998 uno de ellos fue llamado a servir como Autoridad General. El élder Stephen A. West fue una de las personas clave que me ayudaron a obtener un testimonio pleno del Evangelio. Siendo ambos Autoridades Generales, se nos ha asignado a la Presidencia del Área Norteamérica Sudeste y hemos podido hablar de aquellas experiencias ocurridas hace tantos años. Siempre recordaré la aventura que tuve cuando era un jovencito de 16 años de edad.