2005
Dediquemos tiempo a las cuestiones eternas
agosto de 2005


Dediquemos tiempo a las cuestiones eternas

Nathan Yeung, un presbítero de la Rama Victoria 1 (inglesa), Distrito Hong Kong Internacional, pasa cada día cerca de una hora en seminario matutino, siete horas en la escuela, otra hora de ida y otra de vuelta para ir a la escuela, dos o tres horas diarias haciendo deberes y otras dos o tres practicando piano, estudiando artes marciales, jugando en el equipo de baloncesto de la escuela o cantando en el coro del colegio. Si desayuna a la carrera y dedica sólo una hora para cenar, el total le deja ocho horas diarias para todo lo demás, incluido el dormir.

Pero este relato no es sobre Nathan y todo lo que tiene que hacer, pues la mayoría de los jóvenes de su barrio están atareados con multitud de cosas igual de interesantes.

Lesa Lai, una Laurel, mantiene un horario semejante, excepto que su escuela dura media hora más, tiene que viajar una hora para ir y otra para volver y practica voleibol, fútbol o atletismo en pista, dependiendo de la estación. Para Shan Singh, un presbítero, se trata del rugby y de servir como vicepresidente del consejo estudiantil.

Lo mismo sucede con Alice Andersen, Celestine Yeung, Musashi y Chihiro Howe, Chelsea y Casey Messick y los demás jóvenes y jovencitas del distrito.

Estos jóvenes se parecen a los demás jóvenes de la Iglesia en cualquier parte del mundo que parecen tener que mantener el equilibrio en la cuerda floja mientras hacen malabarismos con la actividad en la Iglesia, el dedicar tiempo a la familia, la escuela, los empleos y las actividades extraescolares. ¿Cómo pueden mantener este equilibrio sin caer en la trampa de pasar por alto lo más importante?

¿Cómo lo logran?

Ésa es la pregunta clave. “Todo tiene que ver con las prioridades”, dice Chelsea, una Laurel. “Si apartas el tiempo para lo más importante, todo lo demás encaja en el lugar correspondiente”.

Chelsea, Nathan y sus amigos del Distrito Hong Kong Internacional están aprendiendo que es más fácil hallar un equilibrio cuando se tienen los pies sólidamente asentados en los cimientos del Evangelio; han reconocido la importancia de apartar un tiempo para el Evangelio. “Ésa es la parte más importante del día”, dice Nathan. “Si no leo, ni oro, ni voy a seminario, tengo un mal día”.

“La mayoría de nuestros amigos de la escuela no son miembros”, dice Lesa. “De modo que es nuestra responsabilidad apartar un tiempo para la Iglesia. Yo trato de leer las Escrituras todos los días y escuchar música de la Iglesia”.

En ocasiones establecer prioridades significa dejar algo bueno para tener tiempo para algo más importante. “Tuve que dejar mi empleo porque estaba demasiado ocupada”, dice Chelsea. Otros compañeros han tenido situaciones semejantes.

Hacer de la familia una prioridad

Junto con el Evangelio, la familia es una prioridad principal para estos jóvenes y estas jovencitas. “La familia es importante”, dice Casey, un maestro. “Sé que siempre puedo acudir a ellos en busca de ayuda. Puedo confiar en ellos. Sé que puedo estar con ellos para siempre”.

Pero a veces es difícil encontrar tiempo para estar juntos. “No es sólo mi horario”, señala Lesa. “No pasamos mucho tiempo juntos porque mis hermanos también están fuera y mi padre viaja mucho”.

De modo que estos jóvenes también han tenido que hacer tiempo para estar juntos con sus familias. “Solía salir mucho con mis amigos durante el fin de semana, pero ahora trato de apartar tiempo para mi familia. Veo a mis amigos los días de colegio”, dice Celestine, una Damita. “Cuando mi padre está en casa, todos tratamos de acomodarnos a su horario”.

Todos los jóvenes coinciden en que el fin de semana es cuando más tiempo hay para la familia si se planea con cuidado. “Concretamente el domingo”, dice Chelsea. “El domingo es para la familia”.

“Trato de asegurarme de tener tiempo para ellos siempre que planean algo”, dice Nathan. Además, su familia siempre se esfuerza por cenar juntos. “Y la noche de hogar también es importante”.

“La noche de hogar nos permite estar juntos”, coincide Musashi, un maestro. “Los sábados tratamos de organizar actividades familiares. Es importante dedicar tiempo a la familia porque la meta es estar juntos para siempre”.

Las buenas decisiones son fuente de bendiciones

El equilibrio es sólo una de las bendiciones que se reciben al convertir el crecimiento espiritual en una prioridad.

“Dedicar tiempo al Evangelio es bueno para la faceta espiritual de la vida”, dice Musashi. “Contribuye al crecimiento de tu testimonio”.

Según Shan, también es importante porque te permite dar un buen ejemplo. “Los demás saben si vives como debieras”, dice. “A veces mis amigos me hacen preguntas sobre mi modo de vida”.

“Si no oro, ni leo, ni voy a seminario, no estaré preparado cuando se presenten las oportunidades misionales”, dice Nathan.

Para Chelsea, todo se reduce a recordar el verdadero motivo por el que estamos aquí. “Orar y leer las Escrituras es un recordatorio de que Jesucristo debe ser el centro de nuestra vida. El mero hecho de recordarlo afecta a todo lo que haces”, dice. “De otro modo, es muy fácil olvidarse de por qué hemos venido”.

Si recordamos centrarnos en el Salvador, nos damos cuenta de que la vida no tiene nada que ver con hacer malabarismos en la cuerda floja, sino con estar en tierra firme. Como dijo Helamán: “Recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento… que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán” (Helamán 5:12).

¿bueno o esencial?

“Cuando las cosas del mundo te agobian, por lo general las cosas incorrectas pasan a tener mayor prioridad. Entonces es fácil olvidar el propósito fundamental de la vida. Satanás tiene un arma poderosa que usa contra la gente buena: la distracción. Él trata que la gente buena llene su vida de ‘cosas buenas’ para que no haya lugar para las importantes. ¿Has caído inconscientemente en esa trampa?”

Élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, “Primero lo más importante”, Liahona, julio de 2001, pág. 7.