2005
Saltando cercos
junio de 2005


Entre amigos

Saltando cercos

“Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Colosenses 3:20).

De una entrevista con el élder Daryl H. Garn, de los Setenta, que actualmente sirve en la Presidencia del Área Asia; por Callie Buys.

Desde que era pequeño y vivía en una pequeña granja de Fielding, Utah, siempre quise tener un caballo. Cuando crecí lo suficiente para cuidarlo, papá me compró un caballo grande negro al que le di el nombre de Smokey.

Quería mucho a Smokey y lo cuidaba lo mejor que podía. Una mañana, cuando salí para darle de comer, encontré el corral vacío. Busqué por los alrededores y lo encontré en la pila de heno que estaba afuera del corral; había hecho un verdadero desastre al pisar el heno, arruinándolo. Todos los portones estaban cerrados, lo que indicaba que, obviamente, Smokey había brincado el cerco. En el comedero tenía comida, de modo que no había razón para que fuera hasta la pila de heno.

Días más tarde, Smokey se volvió a salir; esta vez lo encontré en la pastura. No tardó en empezar a brincar para salirse tanto del corral como de la pastura. Yo tenía que ir a buscarlo en mi bicicleta por todo el pueblo; a veces papá y yo teníamos que viajar varios kilómetros antes de que pudiésemos encontrarlo y llevarlo de nuevo a casa.

Papá decidió comprar unas maniotas para Smokey; las maniotas son cuerdas o cadenas con las que se atan las patas de los animales para que no se escapen. “Smokey ya no se escapará más”, dijo papá.

Eso ni siquiera sirvió para que andara más lento; el brincar cercos se volvió un juego para él y ya no era divertido; se volvió salvaje y ya no podía capturarlo ni tampoco montarlo. Por fin, papá dijo: “Le enseñaremos a Smokey una lección”. A las maniotas atamos pesadas cadenas de troncos para que, a dondequiera que Smokey fuera, tuviera que arrastrar una cadena de dos metros y medio de largo. Estábamos seguros de que eso lo detendría.

Pero esa noche Smokey trató de brincar el cerco otra vez; se enredó en la cadena y tropezó, cayendo contra el cerco y cortándose en el alambre de púas. Lo sacamos de allí y llamamos al veterinario, quien vino y lo curó.

Mi maestro orientador, que era mi tío Claude, era muy diestro con los caballos; a él se le ocurrió algo que hacer con Smokey, de modo que, como intercambio por él, me dio un caballo gris. Mi tío participaba en carreras de carruajes y él pensó que si combinaba a Smokey con un buen caballo de carrera de carruajes, podría quitarle los malos hábitos y ganar algunas carreras. Entonces mi tío enganchó a Smokey al carruaje y practicaron varias veces. Smokey parecía estar haciéndolo muy bien… hasta el día de la carrera. Repentinamente se desvió hacia la derecha y trató de brincar el cerco que corría paralelo a la pista. Mi tío Claude casi se mata y Smokey resultó tan herido que hubo que sacrificarlo.

Desde aquel entonces he pensado muchas veces en mi viejo caballo; no hubo razón para que brincara el cerco aquella primera vez que fue a dar a la pila de heno. Él era como algunos jóvenes que deciden que quieren ser desobedientes. Una vez que brincamos el primer cerco, se hace más fácil brincar otros —quebrantar los mandamientos y los principios del Evangelio— y dentro de poco, podemos destruir nuestra vida debido a la desobediencia.

Es importante que honren a su padre y a su madre y sean obedientes a lo que les pidan hacer. Las reglas de ellos son a veces el primer cerco. Es algo sumamente triste cuando una persona decide no obedecer a sus padres, los principios del Evangelio o a nuestro Padre Celestial. La vida de ustedes será mucho más feliz si a temprana edad deciden ser obedientes.