2005
Nuestro progreso hacia la perfección
febrero de 2005


Para el fortalecimiento de la familia

Nuestro progreso hacia la perfección

Edición seriada con reflexiones para que usted estudie y utilice “La familia: Una proclamación para el mundo”.

“En la vida premortal, los hijos y las hijas espirituales de Dios lo conocieron y lo adoraron como su Padre Eterno, y aceptaron Su plan por el cual obtendrían un cuerpo físico y ganarían experiencias terrenales para progresar hacia la perfección y finalmente cumplir su destino divino como herederos de la vida eterna. El plan divino de felicidad permite que las relaciones familiares se perpetúen más allá del sepulcro.”1

La vida premortal es la clave

Si queremos entender el propósito por el que estamos en la tierra y alcanzar nuestro potencial divino, debemos entender que vivimos como progenie espiritual de nuestro Padre Celestial antes de nacer. “Cuando llegamos a comprender la doctrina de la vida preterrenal”, dijo el presidente Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles, “comprendemos que somos hijos de Dios; que vivimos con Él en espíritu antes de nacer en esta tierra. Sabemos que esta vida constituye una prueba; pero que la vida no comienza en el momento de nacer ni tampoco termina al morir. Entonces la vida comienza a tener sentido, con un propósito definido aun en medio de los caóticos agravios que la humanidad se autoimpone”2.

La bendición de un cuerpo físico

Durante la vida preterrenal nos regocijamos por la oportunidad de venir a la tierra, obtener un cuerpo físico y lograr una experiencia terrenal. Sabíamos que ésta era la única manera de poder llegar a ser como nuestro perfecto Padre Celestial y llegar a disfrutar de la clase de vida que Él vive: la vida eterna. El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó: “No debiera haber nada más sagrado y honorable que el convenio por el que los espíritus de los hombres, la progenie de Dios en el espíritu, tienen el privilegio de venir a este mundo con un tabernáculo terrenal… El mayor castigo que se haya proclamado se decretó contra Lucifer y sus ángeles. La negación eterna de un cuerpo físico es la mayor de todas las maldiciones. ¡Esos espíritus carecen de progreso, de esperanza de resucitar y de vida eterna!… Los espíritus no pueden perfeccionarse sin un cuerpo de carne y huesos. Este cuerpo y su espíritu descienden a la vida terrenal y reciben las bendiciones de la salvación por medio de la resurrección… Los espíritus sólo pueden llegar a ser como nuestro Padre Eterno mediante el nacimiento en esta vida y la resurrección”3.

Caminar por la fe

Aunque algunos hijos de Dios sólo necesitan obtener un cuerpo físico y luego son llamados de regreso a Su presencia, el resto de nosotros viene a la tierra por diferentes motivos: para aprender fe, desarrollar cualidades cristianas en medio de la oposición y ser probados. El presidente Marion G. Romney (1897–1988), Primer Consejero de la Primera Presidencia, enseñó: “Esta experiencia mortal que estamos pasando es un paso necesario en nuestro ascenso: a fin de obtener la perfección tuvimos que dejar nuestro hogar preterrenal y venir a la tierra, y durante esa transición, se colocó un velo sobre nuestros ojos espirituales y se nos suspendió la memoria de nuestras experiencias anteriores. En el Jardín de Edén, Dios nos dotó de libertad moral y podría decirse que nos dejó solos entre las fuerzas del bien y del mal con el fin de ser probados y ver si andando por la fe alcanzaríamos nuestro elevado potencial al hacer ‘todas las cosas que el Señor [nuestro] Dios [nos] mandare’ ” (Abraham 3:25)4.

Las relaciones familiares eternas

Cuando hablamos de alcanzar nuestro potencial eterno, nuestro Padre Eterno es el ideal que tenemos en mente. Los herederos de la vida eterna entran en ese estado elevado y santo como parejas casadas que son selladas por el poder del sacerdocio y así disfrutan de una relación más allá de la tumba. “Y la misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá entre nosotros allá”, enseñó el profeta José Smith, “pero la acompañará una gloria eterna que ahora no conocemos” (D. y C. 130:2) Si bien es cierto que disfrutaremos de la hermandad eterna de nuestro amigos entrañables, la asociación que más sentido tendrá para nosotros será la de los lazos familiares que han sido sellados por la eternidad en la casa del Señor mediante las ordenanzas del sacerdocio.

Ese sellamiento no se produce de forma automática. Tenemos la responsabilidad de buscar a nuestros antepasados y emplear de manera vicaria el poder sellador del sacerdocio a favor de ellos en la casa del Señor. El presidente Brigham Young (1801–1877) dijo: “Se nos ha llamado… a redimir a las naciones de la tierra. Nuestros padres no pueden ser perfeccionados sin nosotros y nosotros no podemos ser perfeccionados sin nuestros padres. Debe existir esta cadena en el santo sacerdocio; debe estar conectada desde la última generación que viva sobre la tierra hasta nuestro padre Adán, a fin de levantar a todos aquellos que puedan ser salvos y llevarlos a donde puedan recibir la salvación y una gloria en uno de los reinos”5.

Qué gran bendición es vivir en esta dispensación. Hemos sido instruidos respecto a nuestra existencia preterrenal y las decisiones que tomamos en ese entonces, comprendemos nuestro propósito en la vida terrenal, contamos con el sacerdocio y las ordenanzas del templo necesarias para sellar a las familias por la eternidad y disponemos de los medios necesarios para hacer avanzar esta gran obra. Tal y como preguntara el profeta José Smith: “¿No hemos de seguir adelante en una causa tan grande?” (D. y C. 128:22).

Notas

  1. “La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 2004, pág. 49.

  2. Véase “El misterio de la vida”, Liahona, enero de 1984, págs. 22–26.

  3. En Conference Report, octubre de 1965, págs. 27–28.

  4. “La oración es la clave”, Liahona, octubre de 1976, pág. 1.

  5. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, 1997, pág. 326.