2004
El poder de la paz
diciembre de 2004


Mensaje de la Primera Presidencia

El poder de la paz

Me regocijo con ustedes en esta maravillosa época del año. Soy lo bastante mayor como para haber disfrutado de muchas Navidades, y a medida que envejezco parece que cada año disfruto más de esta festividad tan especial. Tal vez se deba a que hay muchas personas, aparte de nuestras familias, a las que amamos y que nos aman.

Entre las experiencias navideñas que están grabadas más firmemente en mi memoria se encuentran las Navidades que pasé lejos de casa y de los seres amados mientras servía en la misión o en el servicio militar. Cada Navidad que pasé en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial me preguntaba cuándo terminaría el terrible sufrimiento y la agonía de la guerra y cuándo regresaríamos a casa. Mientras cantábamos “¡Paz y buena voluntad!”1, me preguntaba si los alemanes y los japoneses que eran cristianos cantaban también este conocido himno con idéntico anhelo en su corazón. Todo concluyó hace 59 años con el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón. El hombre jamás había presenciado semejante poder de destrucción y en nuestro corazón anidaba la inquietud por la bestia que se había desatado.

Deseo relatarles una historia que contó Kenneth J. Brown, que se hallaba sirviendo como infante de marina en Japón tras haberse lanzado la bomba. El siguiente es su conmovedor relato sobre un japonés cristiano al que conoció una Navidad en Nagasaki.

“Lo vi doblar la calle y subir por el sendero que conducía a nuestro refugio. Iba a tientas, vacilante; estando cerca, cerró el paraguas y permaneció callado por largo rato. Su gastado abrigo quedó empapado por la fría lluvia que caía del mismo cielo que hacía escasos tres meses había causado la muerte de casi la mitad de los habitantes de su pueblo. Llegué a la conclusión de que debía requerir bastante valor el acercarse sin invitación a quienes lo acababan de conquistar. No era de extrañarse que vacilara.

“Su cortés reverencia ante mí no era una reverencia de sumisión; más bien, sus hombros y su cabeza erguidos me hicieron sentir como si fuera yo el que levantaba la cabeza para mirarle… aunque yo medía unos 30 centímetros más que él. Recuerdo que me inquietó el no haberme acostumbrado aún a los ojos casi ciegos de los que aquella mañana habían mirado al cielo en el momento en que se lanzó la bomba…

“…Respetuosamente le pregunté si podía ayudarle. [Con un inglés claro] se presentó como el profesor Iida…

“‘Soy cristiano’, dijo. ‘Me han dicho que éstas son las oficinas del capellán en jefe. ¿Es usted cristiano? Es muy agradable conversar con un seguidor de Cristo; hay muy pocos japoneses que son cristianos’.

“Lo acompañé al despacho del capellán de la división y aguardé mientras conversaban. El profesor Iida hizo su petición con brevedad. Fue maestro de música en un colegio femenino cristiano hasta que éste fue clausurado por orden del emperador… Lo habían encarcelado por profesar el cristianismo. Tras ser liberado regresó a Nagasaki y reanudó su instrucción musical en casa a pesar de que estaba prohibido. Había podido proseguir con un pequeño coro y le agradaría… [poder] tener un concierto para los infantes de marina estadounidenses.

“ ‘Conocemos algunas de sus costumbres navideñas americanas’, dijo. ‘Deseamos hacer algo para que su Navidad en Japón sea más placentera’.

“Yo estaba convencido de que el capellán le daría una respuesta negativa. Nuestra unidad estaba compuesta por soldados endurecidos que llevaban cuatro años lejos de casa y que habían luchado contra el enemigo desde Saipán hasta Hiroshima… Sin embargo, había algo en aquel hombre que manifestaba un deseo sincero de hacer una buena obra… por lo que se le dio permiso: el concierto se celebraría en Nochebuena.

“Había dejado de llover y la calma reposó sobre el hoyo atómico como un recuerdo de la tranquilidad de aquella noche lejana. Hubo excelente asistencia al concierto pues no había nada más que hacer. El teatro… estaba limpio de los escombros del tejado y los soldados se sentaban en los restos de las paredes. Se hizo el acostumbrado silencio momentáneo entre el público mientras las artistas salían al escenario…

“Lo primero que notamos era que cantaban en inglés y nos percatamos de que no entendían las palabras que decían, pero que las habían memorizado para nosotros. El profesor Iida había instruido bien a sus alumnas; cantaron hermosamente. Estábamos embelesados, como si un coro celestial estuviera cantando para nosotros… Era como si Cristo estuviese naciendo de nuevo aquella noche.

“El último número fue un solo, un aria de El Mesías . La joven cantó con la plena convicción de alguien que sabía con certeza que Jesús era en verdad el Salvador del mundo, algo que nos conmovió a todos. Después hubo un minuto de silencio seguido de un largo aplauso mientras el grupo hacía una reverencia tras otra.

“Más tarde ayudé al profesor Iida a recoger el escenario. No pude evitar hacerle algunas preguntas que el decoro prohibía pero que la curiosidad demandaba. Necesitaba saber.

“‘¿Cómo se las arregló su grupo para sobrevivir a la bomba?’, le pregunté.

“‘Ésta es sólo la mitad de mi grupo’, dijo suavemente, mas como no parecía haberle ofendido al avivar su dolor, sentí que podía hacerle más preguntas.

“‘¿Y las familias de estas jóvenes?’

“‘Casi todas perdieron a uno o más familiares. Algunas son huérfanas’.

“‘¿Y la solista? Por la manera como cantó debe de tener el alma de un ángel’.

“‘Su madre y dos de sus hermanos fallecieron. Sí, cantó bien; estoy muy orgulloso de ella. Es mi hija…’.

“El día siguiente era Navidad, la que recuerdo mejor, pues ese día supe que el cristianismo no había fracasado a pesar de que la gente no estaba dispuesta a vivir Sus enseñanzas. Yo había visto cómo el odio había dado paso al servicio, el dolor a la dicha, el pesar al perdón. Ello fue posible porque había nacido un bebé en un pesebre [y] después enseñó a amar a Dios y al prójimo. A ese grupo de japoneses les habíamos causado el mayor de los dolores, pero éramos sus hermanos cristianos y ellos estuvieron dispuestos a olvidar su dolor y unirse a nosotros para cantar ‘¡Paz y buena voluntad!’.

“Las palabras cantadas del testimonio de la señorita Iida no quedarían en el olvido. ‘Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores’. Aquel día esas palabras parecían resonar una y otra vez sobre aquella ciudad medio muerta.

“Aquel día también supe que en la tierra había un poder más grande que el de la bomba atómica”2.

Ese poder ha influido para bien a las huestes de Sus seguidores en la tierra durante más de 2.000 años. Es el poder del conocimiento de que Jesús es nuestro Redentor, nuestro Salvador, nuestro Abogado ante el Padre, el Rey de reyes, el Señor de señores y el Príncipe de Paz. Es el poder mediante el cual, por medio de la obediencia a Sus enseñanzas, podemos hallar dicha, felicidad, paz y consuelo.

Es el poder del sacerdocio mediante el cual el mundo fue creado y el plan de salvación y felicidad se estableció para bendecir nuestra vida eternamente si somos fieles a nuestros convenios. Se trata del poder que fue magnificado por Su agonía en la cruz, dando a la humanidad la bendición más importante de todas. El más grandioso de todos los actos de la historia fue el sacrificio expiatorio de nuestro Salvador y Redentor.

Recordamos dicho sacrificio en esta época del año en que celebramos Su nacimiento. Sólo por medio del sacrificio expiatorio del Príncipe de Paz podemos conocer el verdadero poder de la paz en nuestra propia vida.

Ideas Para los Maestros Orientadores

Una vez que se prepare por medio de la oración, comparta este mensaje empleando un método que fomente la participación de los miembros de su familia. A continuación se encuentran algunos ejemplos:

  1. Muestre una lámina del Salvador orando en Getsemaní, de la Crucifixión o del Señor resucitado mostrando las heridas de sus manos (véase Las Bellas Artes del Evangelio, láminas 227, 230 ó 234). Pregunte a los miembros de la familia cuál es el gran don que Jesús nos dio mediante Su Expiación. ¿Cómo nos puede brindar paz ese don?

  2. Destaque el ejemplo de perdón del profesor y pida a la familia que considere si hay alguien al que necesiten perdonar. Luego pídales que consideren si precisan el perdón de alguien y qué podrían hacer para recibirlo.

  3. Pida a los integrantes de la familia que consideren el buscar a una persona o una familia a la cual puedan bendecir esta Navidad, tal como lo hizo el profesor Iida.

Notas

  1. “En la Judea, en tierra de Dios”, Himnos, Nº 134.

  2. “A Greater Power”, en Christmas I Remember Best: A Compilation of Christmas Stories from the Pages of the Deseret News, 1983, págs. 51–53.