2004
La oportunidad de testificar
Noviembre de 2004


La oportunidad de testificar

Con… tiernos sentimientos de gratitud por todos los que han influido en mi vida en los años pasados, me comprometo al futuro.

Mis queridos hermanos y hermanas, aquí en Salt Lake City y en todo el mundo, es bueno estar con ustedes. Expreso mi amor y mi bienvenida al élder Bednar y al élder Robert Oaks en sus nuevos llamamientos. Para describir mis íntimos sentimientos, diría que me siento tan calmado como un huracán, o aún mejor, me siento feliz y asustado. En pocas palabras, necesito sus oraciones; necesito al Señor.

Tras haber recibido un llamamiento y habiéndoseme dado una responsabilidad sagrada que influirán plenamente en mi vida para siempre, mis sentimientos son delicados y mis emociones a menudo me llevan al borde de las lágrimas.

He experimentado una fuerte sensación de ineptitud y he sentido una dulce agonía tras un profundo y más bien doloroso examen de mi alma durante las horas diurnas y nocturnas que han transcurrido desde la mañana del viernes de esta semana.

Después de que el presidente Gordon B. Hinckley me hubo hecho el llamamiento de llegar a ser apóstol y miembro de Quórum de los Doce, salí de mi ocupada oficina para ir a dar esa noticia totalmente inesperada a mi amada Harriet. En estos importantísimos momentos de nuestra vida, hemos apreciado la sosegada santidad de nuestro hogar como lugar de refugio y de defensa. Cuán agradecido estoy por mi esposa, por el amoroso consuelo y el firme apoyo que me ha brindado a lo largo de mi vida. Después de la dádiva de la vida misma y del Evangelio restaurado de Jesucristo, Harriet es la mayor bendición que he tenido en mi vida. Deseo expresar mi profundo amor y agradecimiento a nuestros hijos y a nuestros nietos por sus oraciones y por su amor, y más que todo, por su ejemplo. Tanto nuestros hijos como nuestros nietos viven en Alemania y están edificando el reino de Dios en nuestra tierra natal. Las alegrías del Evangelio de Jesucristo y sus bendiciones eternas tienden un puente sobre la distancia de muchos miles de kilómetros que nos separan y brindan felicidad y consuelo a nuestra vida.

Expreso mi gratitud y mi amor a todos mis familiares y al gran número de amigos y de maestros que nos han enseñado, prestado servicio y edificado para hacer de nosotros lo que somos.

Manifiesto mis más profundos sentimientos de amor y de gratitud a los miembros de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce por su amor y su bondad. Al terminar mi mayordomía como uno de los siete presidentes de los Setenta, deseo expresar mi amor y mi admiración por los Setenta. Ellos son verdaderamente testigos especiales de Cristo. En lugar de otros, ellos son los hombres a los que los Doce llaman cuando necesitan ayuda. Doy gracias a esos dedicados hombres que dan mucho de su tiempo, así como de sus talentos y poder espiritual para edificar el reino. No hay palabras para describir cuánto aprecio los diez años y medio durante los que tuve el privilegio y el regocijo de servir en calidad de Setenta. Valoraré para siempre el ejemplo y la amistad de los miembros de los Quórumes de los Setenta.

Deseo agradecer a todos y a cada uno de los miembros de la Iglesia de todo el mundo su fidelidad, a pesar de las tentaciones, su amor y su dedicación a los principios y a la doctrina del Evangelio restaurado de Jesucristo, así como su buena disposición para seguir al profeta viviente en la labor de hacer crecer los barrios y las ramas, por los sacrificios que hacen al dar de su tiempo, de sus energías y de su sustancia emocional, espiritual y temporal. Gracias por pagar un diezmo íntegro y por no descuidar a los pobres ni a los que están solos. He visto la faz de Cristo en sus rostros, en sus obras y en su vida ejemplar. Ustedes son un milagro moderno.

Les doy las gracias por su voto de sostenimiento, tanto con la mano en alto como con el corazón, a los oficiales generales de la Iglesia. Ayer sostuvimos a los líderes generales de la Iglesia según el principio del común acuerdo. Ninguno de estos líderes de la Iglesia busca un puesto ni ninguno rehúsa el llamamiento porque todos ellos saben que éste viene por revelación de Dios.

Estamos agradecidos por sus oraciones y oramos por ustedes. Los amamos y necesitamos su amor. Nosotros los sostenemos a ustedes y necesitamos su buena voluntad para servir al Señor estén donde estén y en cualquier cargo al que sean llamados. En la Iglesia del Señor, todos los llamamientos son importantes.

El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “… estamos aquí para ayudar a nuestro Padre en Su obra y en Su gloria, que es ‘llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre’ (Moisés 1:39). La obligación de ustedes es tan seria en su esfera de responsabilidad como lo es la mía en mi esfera de responsabilidad” (“Ésta es la obra del Maestro”, Liahona, julio de 1995, pág. 80). Y nos pide que nos acerquemos con amistad a las demás personas y seamos una bendición para las que nos rodean: “Cultivemos en el corazón de cada miembro de la Iglesia el reconocimiento de su propio potencial para traer a [otras personas] al conocimiento de la verdad… Todo miembro debe orar con gran sinceridad al respecto” (“Apacienta mis ovejas”, Liahona, julio de 1999, pág. 120).

Mi vida fue eternamente bendecida por un miembro selecto de la Iglesia que extendió una mano de amistad hace más de cincuenta años. Unos días, después de la Segunda Guerra Mundial, mi abuela se encontraba en la fila para conseguir alimento cuando una hermana soltera y mayor, que no tenía familia, la invitó a la reunión sacramental en Zwickau, Alemania Oriental. Tanto mi abuela como mis padres aceptaron la invitación y fueron a la Iglesia, sintieron el Espíritu, se sintieron espiritualmente elevados con la bondad de los miembros y edificados con los himnos de la Restauración. Mi abuela, mis padres y mis tres hermanos se bautizaron. Yo tuve que esperar dos años, puesto que sólo tenía seis años de edad. Cuán agradecido me siento por la abuela y su sensibilidad espiritual, por mis padres y su docilidad para que se les enseñase, y por aquella sabia hermana de cabello canoso, soltera y mayor que tuvo la amorosa valentía de extender una mano de amistad y de seguir el ejemplo del Salvador al invitarnos a “venir y ver” (véase Juan 1:39). Su nombre era hermana Ewig, que, traducido al inglés, quiere decir: “hermana Eterna”. Estaré eternamente agradecido por su amor y por su ejemplo.

Con esos tiernos sentimientos de gratitud por todos los que han influido en mi vida en los años pasados, me comprometo al futuro. Mi corazón y mi mente rebosan de regocijo porque, durante el resto de mi vida, tendré la oportunidad de “hablar de Cristo, de regocijarme en Cristo, de predicar de Cristo y de profetizar de Cristo” (véase 2 Nefi 25:26), todo esto como un testigo especial de nuestro Salvador y nuestro Redentor Jesucristo (véase D. y C. 107:23).

Siendo consciente de mis debilidades, hallo un gran consuelo en las instrucciones que ha dado el Señor. En Doctrina y Convenios leemos:

“para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra, y ante reyes y gobernantes.

“…y para que cuando buscasen sabiduría, fuesen instruidos;

“y para que cuando fuesen humildes, fuesen fortalecidos y bendecidos desde lo alto, y recibieran conocimiento de cuando en cuando” (D. y C. 1:23, 26–28).

Y en el Libro de Mormón leemos:

“Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da mandamientos… sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha mandado” (1 Nefi 3:7).

Y en el Antiguo Testamento recibimos consuelo:

“…el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti… y serás mudado en otro hombre” y “le mudó Dios su corazón…” (1 Samuel 10:6–9).

Confío en esas maravillosas promesas. Por tanto, les prometo a ustedes, así como a éstos, mis hermanos, y al Señor, que viviré para ser digno de conocer la voluntad del Señor y actuar de acuerdo con ella.

Dios nuestro Padre Celestial nos conoce por nuestro respectivo nombre. Jesucristo vive, Él es el Mesías y nos ama. La expiación de Jesucristo es real, da inmortalidad a todos y abre las puertas de la vida eterna.

El Evangelio de Jesucristo está de nuevo sobre la tierra. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera y viviente.

El Libro de Mormón es un segundo testamento de Jesucristo y una manifestación de la veracidad del profeta José Smith. Amo al profeta José Smith. Amo al presidente Gordon B. Hinckley, que es el profeta de Dios y posee todas las llaves del reino en esta época, las cuales los profetas han tenido en sucesión ininterrumpida desde José Smith.

Sé estas cosas en mi corazón y en mi mente, y de ellas testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.