2004
Guardemos nuestros convenios
Noviembre de 2004


Guardemos nuestros convenios

Lo más importante en esta vida es guardar las promesas, o los convenios, que hemos hecho con el Señor.

Desde la antigüedad hasta los tiempos modernos, los verdaderos discípulos de Jesucristo han comprendido la importancia de hacer convenios con el Señor y de observarlos.

Cerca del año 64 a. de J.C., la nación nefita vivía momentos extremadamente peligrosos. Debido a la iniquidad, las disensiones y las intrigas, ellos se encontraban en las más críticas circunstancias (véase Alma 53:9). El gobierno se encontraba al borde del colapso. La guerra contra la nación lamanita había durado ya numerosos años. Los disidentes nefitas partían para unirse al enemigo. Muchas ciudades nefitas habían sido atacadas y capturadas.

En medio de esa situación peligrosa y caótica, se buscaban hombres justos para dirigir a los ejércitos nefitas, hombres como Moroni y Helamán. Dichos líderes nefitas comprendían que la capacidad de su nación para defenderse estaba en proporción directa con su obediencia al Señor. Ellos se esforzaban continuamente por motivar al pueblo a recordar al Señor y a guardar Sus mandamientos.

En ese momento tan crítico, tras la pérdida de muchas ciudades nefitas y con el aparente cambio en que la balanza del dominio parecía inclinarse en favor de los lamanitas, ocurrió algo milagroso. Un grupo de antiguos lamanitas, ahora conocidos como ammonitas porque se había convertido al Evangelio de Jesucristo mediante el ministerio de Ammón, mostraron su deseo de tomar las armas en defensa de la nueva tierra, del país y del modo de vida que habían recibido (véase Alma 53:13).

Los padres de los ammonitas previamente habían hecho juramento con el Señor de no volver nunca a tomar las armas. Helamán, el profeta nefita, les aconsejó que guardaran la promesa que le habían hecho al Señor (véase Alma 53:15). Él nos relata lo que ocurrió después de dar ese consejo.

“Mas he aquí, aconteció que tenían muchos hijos que no habían concertado ningún convenio de que no tomarían sus armas de guerra para defenderse contra sus enemigos; por tanto, cuantos podían portar armas se reunieron en esa ocasión, y se hicieron llamar nefitas.

“E hicieron un convenio de luchar por la libertad de los nefitas, sí, de proteger la tierra hasta con su vida; sí, hicieron convenio de que jamás renunciarían a su libertad…

“Y he aquí, hubo dos mil de estos jóvenes que concertaron este convenio y tomaron sus armas de guerra para defender su patria…

“Y todos ellos eran jóvenes, y sumamente valientes en cuanto a intrepidez, y también en cuanto a vigor y actividad; mas he aquí, esto no era todo; eran hombres que en todo momento se mantenían fieles a cualquier cosa que les fuera confiada.

“Sí, eran hombres verídicos y serios, pues se les había enseñado a guardar los mandamientos de Dios y a andar rectamente ante él.

“Y aconteció que Helamán marchó al frente de sus dos mil soldados jóvenes para ayudar al pueblo” (Alma 53:16–18, 20–22).

Helamán y sus dos mil jóvenes soldados lucharon valientemente para proteger a sus familias así como a su libertad. Su entrada en el campo de batalla cambió el curso de la guerra. Los nefitas lograron ventaja una vez más.

En una epístola a Moroni, Helamán describe la fe y el valor que esos jóvenes exhibieron:

“Y te digo, mi amado hermano Moroni, que jamás había visto yo tan grande valor, no, ni aun entre todos los nefitas…

“Hasta entonces nunca habían combatido; no obstante, no temían la muerte, y estimaban más la libertad de sus padres que sus propias vidas; sí, sus madres les habían enseñado que si no dudaban, Dios los libraría” (Alma 56:45, 47).

Hermanos y hermanas, ellos “no dudaron y Dios ciertamente los libró”. En su primera gran batalla, no perdió la vida ni uno solo de los dos mil. Después de la batalla, se unieron al pequeño ejército sesenta jóvenes ammonitas más. Helamán nos dice: “Sí, y obedecieron y procuraron cumplir con exactitud toda orden; sí, y les fue hecho según su fe” (Alma 57:21).

La segunda batalla a la que se enfrentó ese pequeño ejército fue más intensa que la primera. Helamán escribe luego que ésta terminó:

“Y aconteció que doscientos, de mis dos mil sesenta, se habían desmayado por la pérdida de sangre. Sin embargo, mediante la bondad de Dios… ni uno solo de ellos había perecido…

“Y su preservación fue asombrosa para todo nuestro ejército… Y lo atribuimos con justicia al milagroso poder de Dios, por motivo de su extraordinaria fe” (Alma 57:25–26).

Helamán y sus soldados jóvenes comprendían la importancia de concertar convenios con el Señor; además, recibieron las bendiciones que se dan a quienes los observan fielmente.

Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, también hemos tomado sobre nosotros obligaciones sagradas. Lo hemos hecho en las aguas del bautismo y en los templos del Señor. A estas obligaciones las denominamos convenios. Los convenios son promesas que hacemos al Señor. Son de carácter extremadamente sagrado. Lo más importante en esta vida es guardar las promesas, o los convenios, que hemos hecho con el Señor. Si observamos las promesas que hacemos al Señor, Él nos permitirá progresar espiritualmente.

Durante los últimos dos años, a mi esposa y a mí se nos ha asignado prestar servicio en las Filipinas. Hemos visto muchos ejemplos de familias y personas filipinas que comprenden y guardan los convenios que han hecho con el Señor. Permítanme compartir con ustedes una experiencia que hemos tenido con una de esas familias.

Hace unos meses, se me asignó presidir la conferencia de la Estaca Talisay, Filipinas. Durante la sesión general del domingo, comencé mi discurso agradeciendo a la congregación su reverencia. Mientras hablaba, miré a la izquierda y vi a una numerosa familia sentada en la segunda fila de la capilla. Sentí que debía señalarles y utilizarles como ejemplo de una familia que entiende y vive el principio de la reverencia. Los padres estaban allí sentados, rodeados de muchos, muchos niños reverentes.

Tras concluir la reunión, tuvimos la maravillosa oportunidad de conocer a la familia Abasanta. Cuanto más aprendía sobre ellos, más me impresionaba el hecho de que entendían verdaderamente lo que significa guardar los convenios y vivir el Evangelio de Jesucristo.

El hermano Lani Abasanta y su esposa Irenea se unieron a la Iglesia hace 22 años. Juntos han tenido 17 hijos. Entre ellos hay trillizos. Todos sabemos que criar una familia no es tarea fácil en ningún lugar del mundo, y las Filipinas no son una excepción. La familia Abasanta es un ejemplo viviente de que es posible hacerlo, y hacerlo de la manera correcta.

El éxito que han logrado educando a sus hijos en la Iglesia se pone de manifiesto de muchas maneras. La imagen de una familia de 19 personas sentadas con reverencia durante las reuniones es sólo un ejemplo.

Otro ejemplo se ilustra por medio del gran esfuerzo que hacen todos juntos para satisfacer sus necesidades económicas cotidianas. El hermano Abasanta es electricista. La hermana Abasanta, con la ayuda de sus hijas, elabora y vende artículos de joyería desde su casa. Trabajando juntos, consiguen proveer lo necesario para mantener la familia.

Pero, aún más importante que su ejemplo, en lo que se refiere a las necesidades financieras de una gran familia, es su manera de enseñar a sus hijos a vivir el Evangelio de Jesucristo. Las noches de hogar son una parte esencial de la enseñanza en la familia. En referencia a sus noches de hogar, el hermano Abasanta explicó: “Comenzamos hablando de cualquier problema que tengamos en la familia y de la manera de estar más unidos; después damos un pensamiento espiritual o una lección, y por último, jugamos a algo”.

En una noche de hogar reciente, el hermano Abasanta utilizó la revista Liahona para enseñar a sus hijos a pasar menos tiempo viendo la televisión y utilizar ese tiempo en una actividad más productiva, como hacer la tarea o leer las Escrituras. A través de los años, en la noche de hogar se les ha enseñado a los niños a poner en práctica la reverencia. Debido a que han aprendido la reverencia en el hogar, es más fácil para ellos demostrar reverencia en la Iglesia los domingos.

Otro ejemplo de su manera de vivir el Evangelio y guardar sus convenios es la importancia que dan al enseñar a sus hijos la seriedad de pagar un diezmo honrado e íntegro. El hermano Abasanta explicó: “Enseñamos a nuestros hijos que la comida que tenemos es el resultado directo de pagar el diezmo. Cuando ellos obtienen un trabajo, nos aseguramos de recordarles que deben pagar el diezmo. Es difícil mantener tantos hijos, pero al pagar mi diezmo fiel y honradamente, no se hace tan arduo; simplemente confiamos cien por ciento en el Señor, y en que, si pagamos un diezmo honrado, podremos comer todos los días”.

Recordarán que antes dije que el hermano Abasanta y su esposa tienen 17 hijos. Ahora les hablaré de los trillizos. Son varones los tres. Tienen 19 años. Se llaman Ammón, Omni y Omner. Ustedes ya lo han adivinado. Los tres están sirviendo al Señor como misioneros de tiempo completo, fieles y trabajadores. Ammón presta servicio en la Misión Baguio, Filipinas; Omni, en la Misión Davao, Filipinas; y Omner, en la Misión Manila, Filipinas.

No es que quiera darles la impresión de que la familia Abasanta es perfecta. Ninguno de nosotros lo es. Sin embargo, en su sincero esfuerzo por vivir los mandamientos y guardar sus convenios, esta familia disfruta de la bendición del Señor en su vida.

Hermanos y hermanas, todos anhelamos el día en que regresaremos a nuestro hogar con nuestro Padre Celestial. Para poder obtener la exaltación en el Reino Celestial, debemos obtener la confianza del Señor aquí en la tierra. Obtenemos la confianza del Señor cuando nos la ganamos, y eso se logra mediante la forma en que vivimos Su Evangelio y guardamos nuestros convenios. En otras palabras, nos ganamos la confianza del Señor haciendo Su voluntad.

Recuerden cuando el Señor advirtió a José Smith en cuanto a los que: “…con sus labios me honran, pero su corazón lejos está de mí” (José Smith—Historia 1:19).

Recuerden la admonición de Santiago: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22).

Los hechos hablan más fuerte que las palabras. En realidad, los hechos significan mucho más para el Señor que las palabras. El Señor declaró en Doctrina y Convenios: “Si me amas, me servirás y guardarás todos mis mandamientos” (D. y C. 42:29).

Helamán y sus soldados jóvenes son un antiguo ejemplo de las bendiciones que reciben los que guardan fielmente sus promesas al Señor. La familia Abasanta es un ejemplo moderno de una familia que se esfuerza al máximo por guardar sus convenios y vivir los principios del Evangelio de Jesucristo.

Todos los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días hemos hecho promesas al Señor. Hemos prometido tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, recordarle siempre y guardar Sus mandamientos (véase D. y C. 20:77). Los miembros fieles de la Iglesia guardan esas promesas.

Es mi oración hoy que todos podamos redoblar nuestros esfuerzos para hacer todo lo que esté dentro de nuestras posibilidades para ganarnos la confianza del Señor al hacer Su voluntad, vivir Su Evangelio y guardar nuestros convenios, en el nombre de Jesucristo. Amén.