2004
El comienzo de un testimonio
marzo de 2004


Entre amigos

El comienzo de un testimonio

“…nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3).

Nací en St. George, Utah, donde mis antepasados se establecieron en 1861. Mi cuarto abuelo era Erastus Snow, un apóstol cuando Brigham Young era Presidente de la Iglesia. Mis padres y mis abuelos hablaban a menudo de los pioneros y de sus sacrificios, y me animaron a honrar el nombre de mi familia, a saber quién soy y a hacer lo justo.

Mi padre era dueño de un negocio de limpieza en seco y empecé a ayudarle desde que yo tenía cinco años de edad. Barría el suelo y preparaba las perchas (ganchos) para colgar los pantalones. En verano, la temperatura en St. George muchas veces sube a más de 38º C, por lo que estar de pie frente a una plancha de vapor en agosto fue lo que me motivó a ir a la escuela de leyes. El recuerdo de aquellos días me mantuvo en mis estudios. Mis hermanos, mi hermana y yo también ayudábamos a los abuelos con las vacas, los caballos y la tienda de muebles. Aprendí a trabajar duro y a practicar deporte, en especial el béisbol y el fútbol americano.

El día siguiente a mi bautismo se me confirmó miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en una reunión de ayuno y testimonio. Decidí entonces, por primera vez en mi vida, dar mi testimonio. Mientras hablaba, mi corazón se llenó de un sentimiento cálido y maravilloso; era el Espíritu que me confirmaba que había hecho bien al unirme a la Iglesia; ese sentimiento cálido fue el comienzo de mi pequeño testimonio, el que fue creciendo a medida que yo me hacía mayor. Sé que los niños pueden adquirir testimonios propios y que hasta los testimonios más pequeños son suficientes para ayudarnos a hacer lo justo.

Ahora sirvo en el sudeste de África. Últimamente se han bautizado muchos miembros de la Iglesia en África; ellos son pioneros. Hay un testimonio que arde con fuerza en sus corazones. Es común que las familias tengan que caminar para ir a las reuniones, a veces una hora y media para ir y otro tanto para volver. Las familias que viven más alejadas ahorran dinero durante la semana para pagarse un taxi.

Los niños africanos son muy reverentes durante la reunión sacramental y en la Primaria; prestan atención a las lecciones de sus maestros y les gusta cantar canciones. Uno de sus himnos favoritos es “Te damos, Señor, nuestras gracias” ( Himnos , Nº 10). Los santos de África aman muchísimo al presidente Gordon B. Hinckley y testifican con fervor que él es un profeta de Dios y que José Smith restauró el Evangelio en la tierra.

La mayoría de los barrios y las ramas se reúnen en edificios que inmediatamente se reconocen como capillas de los Santos de los Últimos Días, pero los santos de Rustenburg, Sudáfrica, se congregaban en un almacén mientras esperaban a que se terminara su capilla. Cuando asistí a su reunión sacramental, me fijé en que el almacén tenía aberturas en el tejado y en las paredes para que entrara el aire. Al comenzar a cantar el primer himno, los pájaros entraron y se posaron en las vigas del techo y cantaron con nosotros; y cantaron de nuevo durante el himno sacramental.

Ustedes, niños de la Iglesia, son bendecidos por tener la Primaria en sus países. El asistir a la Primaria cada semana les ayuda a aprender sobre el Evangelio para que puedan tener su propio testimonio. Al asistir a la Iglesia, obedecer a sus padres, orar, leer las Escrituras y guardar los mandamientos de nuestro Padre Celestial, serán dignos de sentir el Espíritu Santo. Él les testificará, como hizo conmigo y con los santos de África, que el presidente Hinckley es un profeta de Dios y que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera.