2004
La Felicidad
febrero de 2004


Ven y Escucha la Voz de un Profeta

La Felicidad

Ya que no siempre deseamos aquello que es bueno, el que se nos concedieran todos nuestros deseos no nos haría felices.

Se cuenta la historia de Alí Hafed, un anciano persa muy rico que poseía muchas tierras.

Un viejo sacerdote le dijo que si tuviera un diamante del tamaño de su pulgar, podría comprarse una docena de haciendas. “Si encontraras un río que corre por arenas blancas, entre altas montañas, en esas arenas blancas siempre encontrarás diamantes”.

Alí Hafed dijo: “Iré”.

Así que vendió su hacienda y se fue en busca de los diamantes. Tras muchos años de buscar, había gastado todo su dinero y murió en la más absoluta pobreza.

Mientras tanto, el hombre que compró la hacienda de Alí Hafed llevó un día su camello al huerto a beber, y cuando el animal metió el hocico en las aguas de poca profundidad, el granjero se percató de un curioso reflejo en las blancas arenas del arroyo. Extendió la mano y sacó una piedra negra que reflejaba un extraño brillo. En la piedra negra había un diamante. Según el relato, eso marcó el descubrimiento de las minas de diamantes más ricas en la historia del viejo mundo.

Si Alí Hafed se hubiera quedado en casa y hubiera excavado en su propia bodega o en cualquiera de sus campos, en vez de viajar por tierras extrañas donde no halló más que hambre y ruina, hubiera tenido “acres de diamantes”.1

¿Cuántas veces buscamos nuestra felicidad en la lejanía del tiempo y del espacio más que en el presente, en nuestro propio hogar, con nuestros familiares y amigos?

Sean felices cada hora, cada día, cada mes y cada año. El camino dorado hacia la felicidad es dar amor desinteresadamente.

Adaptado de “Nuestra búsqueda de la felicidad”, Liahona, octubre de 2000, págs. 2–8.

Notas

  1. Relato parafraseado de Russell H. Conwell, Acres of Diamonds, 1960, págs. 10–14.