2004
Nuestras Elecciones Eternas
febrero de 2004


Principios del Libro de Mormón

Nuestras Elecciones Eternas

Tal como aprendemos en 2 Nefi 26:27–28, 33, cada uno de los hijos de nuestro Padre Celestial debe tener la oportunidad de elegir libremente el sendero de la obediencia y la felicidad.

Según la revelación de Juan, hubo una guerra en los cielos. “Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (Apocalipsis 12:7–9).

¿Cuál pudo haber sido la razón de dicha guerra? ¿Qué pudo haber causado tal hostilidad entre los hijos de Dios?

La rebelión es una causa común de la guerra. Nuestro Padre Celestial dio a todos Sus hijos la oportunidad de escoger el sendero de la obediencia que conduce a la felicidad eterna, pero parece que algunos eligieron el sendero del interés personal, sin importarles el albedrío de los demás.

Isaías nos enseña que Lucifer, su líder, había dicho en su corazón: “Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios… sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:13–14). Lucifer dijo al Padre de todos nosotros: “…redimiré a todo el género humano, de modo que no se perderá ni una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra” (Moisés 4:1).

La oportunidad de elegir

El plan de nuestro Padre Celestial contemplaba el que Sus hijos espirituales fueran a la tierra y contaran con la guía de un Maestro cuyo ejemplo perfecto podrían decidir seguir (véase Abraham 3:24–28). De acuerdo con este plan, el Primogénito Hijo de Dios dijo: “…Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre” (Moisés 4:2). Se escogió a Jesucristo para ser el maestro, el ejemplo y, fundamentalmente, el Salvador de toda la humanidad.

En la guerra posterior, se expulsó a un tercio de los hijos espirituales de nuestro Padre Celestial junto con Lucifer. Los otros dos tercios guardaron su primer estado y así recibieron la oportunidad de progresar al seguir el plan de salvación. A éstos dijo el Señor a través de Adán y Eva: “…Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla” (Génesis 1:28).

Lamentablemente, algunos de los hijos de nuestro Padre Celestial que vienen a la tierra pierden la guerra continua que se libra con Satanás en esta vida terrenal. Otros continúan siguiendo a Jesucristo y prevalecen sobre el maligno; mas la voluntad de nuestro Padre Celestial es que todos tengan la oportunidad de elegir y sean recompensados según el uso que hagan de su albedrío. “He aquí, el Señor estima a toda carne igual; el que es justo es favorecido de Dios”, escribió Nefi. Pero añadió que cuando la gente ha rechazado toda palabra de Dios y maduran en la iniquidad, están listos para sentir “la plenitud de la ira de Dios… sobre ellos” (1 Nefi 17:35).

Debemos llegar a todos Sus hijos

¿Qué sucede con aquellos que no han recibido la palabra de Dios en esta vida? ¿Tienen alguna esperanza?

Sí. En Su infinito amor y misericordia, nuestro Padre Celestial preparó el modo de que todos Sus hijos puedan conocer Su doctrina y decidan seguirle. El salmista escribió proféticamente que todos tendrían la oportunidad de creer y ser salvos: “Jehová ha hecho notoria su salvación; A vista de las naciones ha descubierto su justicia. Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel; todos los términos de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios” (Salmos 98:2–3).

El Señor Jesucristo resucitado dijo a Sus apóstoles: “…Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Marcos 16:15–6). Por medio de una instructiva visión concedida al apóstol Pedro, el Señor dejó bien claro que no se debían negar las buenas nuevas del Evangelio a ninguno de los hijos de nuestro Padre Celestial (véase Hechos 10:9–16). “…En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas”, dijo Pedro, “sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:34–35).

El presidente Joseph F. Smith (1838–1918) vio en visión que a aquellos que fallecen sin tener la oportunidad de oír el Evangelio en esta vida, éste les será predicado en el mundo de los espíritus, donde se les enseñarán todos los “principios del evangelio que les [son] menester conocer, a fin de habilitarse para que [sean] juzgados en la carne según los hombres, pero [vivan] en espíritu según Dios” (D. y C. 138:34).

Otros testigos

Esa doctrina de que todos tendrán la oportunidad de conocer y de elegir el sendero de la salvación y la vida eterna aparece repetidas veces en el Libro de Mormón. Por ejemplo: “…ha dado [la salvación] gratuitamente [a] todos los hombres… todo hombre tiene tanto privilegio como cualquier otro, y nadie es excluido… y él invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios, tanto los judíos como los gentiles” (2 Nefi 26:27–28, 33).

Y otra vez: “…vemos que su brazo se extiende a todo pueblo que quiera arrepentirse y creer en su nombre” (Alma 19:36), enseñó Mormón. Ammón explicó: “Ahora bien, hermanos míos, vemos que Dios se acuerda de todo pueblo, sea cual fuere la tierra en que se hallaren; sí, él tiene contado a su pueblo, y sus entrañas de misericordia cubren toda la tierra. Éste es mi gozo” (Alma 26:37).

Este mensaje se ha repetido también en nuestra época: “…la voz del Señor habla hasta los extremos de la tierra, para que oigan todos los que quieran oír” (D. y C. 1:11). El mismo Señor que mandó a los apóstoles de la antigüedad que fueran hasta los extremos de la tierra, explicó que en los últimos días daría a conocer Su palabra por conducto del profeta José Smith “para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra, y ante reyes y gobernantes” (versículo 23).

Se advierte a los que puedan oír Su palabra que no la tomen a la ligera, sino que renieguen del pecado y le sirvan: “No obstante, el que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado… Y de nuevo, de cierto os digo, oh habitantes de la tierra: Yo, el Señor, estoy dispuesto a hacer saber estas cosas a toda carne; porque no hago acepción de personas” (versículos 32, 34–35).

Vemos que el Evangelio debe ir a toda la tierra porque nuestro Padre Eterno y Su Hijo, el Señor y Salvador del mundo, lo han decretado. Así que, los que en el concilio preterrenal “se regocijaban” (Job 38:7) cuando supieron del plan de su Padre, tienen una vez más la oportunidad de regocijarse al recibir el Evangelio por medio del poder de Dios y de Su Hijo, Jesucristo.