2003
Seguir con fe
julio de 2003


Seguir con fe

Todos podemos servir en el reino de Dios.

Por el Élder Joseph B. Wirthlin

En 1846, más de diez mil miembros dejaron la próspera ciudad de Nauvoo que habían edificado a orillas del río Misisipi. Con fe en sus proféticos líderes, esos primeros miembros de la Iglesia abandonaron su “Ciudad Hermosa” y se aventuraron por el yermo de la frontera americana. No sabían exactamente hacia dónde iban, cuántos kilómetros tenían que recorrer, ni cuán larga sería la jornada, ni siquiera lo que les depararía el destino. Pero sí sabían que los guiaban el Señor y Sus siervos. Su fe les dio sustento y tenían puesta su esperanza en “cosas que no se ven, y que son verdaderas“ (Alma 32:21). Como el Nefi de la antigüedad, iban “guiado[s] por el Espíritu, sin saber de antemano lo que tendría[n] que hacer” (1 Nefi 4:6).

Por temor a más violencia del populacho que había tomado las vidas del profeta José y de su hermano Hyrum el 27 de junio de 1844, Brigham Young, que guiaba la Iglesia como Presidente del Quórum de los Doce, anunció en septiembre de 1845 que los santos saldrían de Nauvoo en la primavera de 1846. La mayoría de los que vivían en Nauvoo creyeron plenamente que, cuando Brigham Young anunció que debían salir, estaban escuchando lo que el Señor deseaba que hicieran. Respondieron con fe a la instrucción del Señor. Durante los meses del otoño y del invierno de 1845–1846, los miembros de la Iglesia trabajaron arduamente para prepararse para la jornada.

Cuando Newel Knight informó a su esposa Lydia que los santos debían abandonar Nauvoo y mudarse una vez más, ella respondió con fe tenaz: “Está bien, no hay nada que discutir. Nuestro hogar está con el reino de Dios. Empecemos ahora mismo a hacer los preparativos para irnos”1. El hermano Knight ya se había mudado con su familia varias veces, al igual que muchos santos se habían trasladado de Nueva York a Ohio, de allí a Misuri y luego a Illinois. La devota sumisión de Lydia Knight a lo que ella sabía que era la voluntad de Dios representa de manera poderosa la fe de los heroicos santos de esa época.

La partida de la “Ciudad Hermosa”

Aun cuando lo frío del invierno aún no había pasado, el temor a los ataques del populacho, junto con los rumores de la intervención del gobierno, obligaron al presidente Young a poner en marcha los preparativos para la partida de los santos. El 4 de febrero de 1846, un frío día de invierno, Brigham Young dirigió a la primera compañía de familias que abandonaron Nauvoo. Condujeron sus cargados carromatos y su ganado a lo largo de la calle Parley hacia un embarcadero donde el trasbordador los llevaría a Iowa, al otro lado del río. Los trozos de hielo que flotaban en el agua se estrellaban contra los lados de la embarcación y de la barcaza que llevaba los carromatos a través del Misisipi. Unas semanas más tarde, la temperatura bajó aún más y los carromatos pudieron atravesar el río con más facilidad sobre una especie de puente de hielo.

La hermana Wirthlin y yo visitamos Nauvoo a principios de marzo de 1996. El clima era terriblemente frío. Mientras nos encontrábamos allí, azotados por un viento helado, miramos la extensión del ancho río Misisipi y tuvimos un sentimiento más profundo de agradecimiento y gratitud por aquellos santos que abandonaron su amada ciudad. Nos preguntamos cómo sobrevivieron. ¡Qué sacrificio el dejar tanto atrás por un futuro incierto! Con razón se derramaron tantas lágrimas mientras los pioneros que escapaban conducían sus carromatos con estruendo a lo largo de la calle Parley para luego atravesar el río, sin la esperanza de regresar jamás a su “Ciudad Hermosa”.

Una vez que estuvieron al otro lado del río, acamparon provisionalmente en Sugar Creek antes de empezar el trayecto hacia el oeste, en dirección a las Montañas Rocosas. La jornada había empezado.

La fe de los padres y de las madres

Cuando el presidente Brigham Young se unió a los pioneros en el campamento de Iowa el 15 de febrero de 1846, el Señor le reveló que empezara a organizar un “Campamento de Israel” moderno. El 1º de marzo la compañía de avanzada comenzó su empuje hacia el oeste a través de Iowa. Las dificultades causadas por el frío, la nieve, la lluvia, el barro, las enfermedades, el hambre y la muerte pusieron a prueba la fe de aquellos valientes pioneros; pero ellos estaban decididos a seguir a sus líderes y a hacer, costara lo que costara, lo que creían fervorosamente que era la voluntad de Dios. La fe de ellos se puso a prueba, y aun cuando para algunos flaqueó en momentos de grandes dificultades, esa fe no les falló. A muchos los sostuvo la seguridad que les daba el haber recibido las ordenanzas efectuadas en el Templo de Nauvoo.

Unas de las dificultades más grandes que enfrentaron muchas de las hermanas fue el dar a luz a sus bebés a lo largo de la ruta en condiciones sumamente extremas. Eliza R. Snow escribió que, a medida que los pioneros “seguían adelante, las madres daban a luz en casi todas las variadas circunstancias imaginables, menos aquellas a las que habían estado acostumbradas; algunas en tiendas de campaña, otras en los carromatos bajo tormentas de lluvia y de nieve”. La hermana Snow prosiguió a registrar en su diario personal que ella había “oído de un nacimiento ocurrido en el rudimentario refugio de una choza, cuyos lados habían formado con mantas atadas a estacas enterradas en el suelo y con el techo hecho de cortezas de árboles, por el cual se filtraba el agua. Las buenas hermanas sostenían platos para recoger el agua… para que [el pequeño] y su madre no se mojaran [al entrar] en este mundo”2.

¡Qué sacrificio hicieron aquellas buenas hermanas! Algunas madres perdieron su propia vida al dar a luz; muchas criaturas no sobrevivieron. La abuela de mi esposa, Elizabeth Riter, nació en Winter Quarters en la parte trasera de un carromato cubierto, durante una tormenta. Felizmente, tanto la madre como la recién nacida sobrevivieron. Con mucho amor por la mujer que le dio la vida, Elizabeth a menudo recordaba que habían sostenido un paraguas sobre su madre durante el alumbramiento para protegerla de las goteras del techo del carromato.

Jamás olvidemos la fe de nuestros antepasados y el sacrificio desinteresado de nuestras madres, aquellos santos pioneros que nos dieron este inspirado ejemplo de obediencia. Recordémosles a media que nos esforzamos por ser siervos valientes en nuestra obra de “invitar a todos a venir a Cristo” (D. y C. 20:59) y a “perfecciona[rnos] en Él” (Moroni 10:32).

Nosotros, que hemos sido bendecidos al conocer la plenitud del Evangelio restaurado, tenemos una deuda de gratitud con los que nos han precedido, que han dado tanto para edificar el reino y convertirlo en el milagro mundial que es hoy día. Nuestra deuda de gratitud para con nuestros antepasados es una “deuda cuya mejor forma de pagar es la de prestar servicio a esta gran causa”3.

Gente común y corriente

No importa quiénes somos, no importan nuestros talentos, nuestras habilidades, nuestros recursos económicos, nuestra educación o experiencia, todos podemos servir en el reino. Aquel que nos llama nos preparará para la obra si servirnos con humildad, oración, diligencia y fe. Quizás nos sintamos inadecuados; tal vez dudemos de nosotros mismos pensando que lo que tenemos para ofrecer al Señor es tan insignificante que pasará desapercibido. El Señor conoce nuestra capacidad mortal y nuestras debilidades; entiende los desafíos que enfrentamos cada día; es consciente de las grandes tentaciones de los apetitos y las pasiones terrenales. En su epístola a los hebreos, el apóstol Pablo escribió que el Salvador puede “compadecerse de nuestras debilidades” ya que “fue tentado en todo según nuestra semejanza” (Hebreos 4:15).

El presidente Thomas S. Monson, Primer Consejero de la Primera Presidencia, enseñó la importancia de estar dispuestos a servir en esta gran causa cuando preguntó: “¿Estamos en una armonía tal con el Espíritu que cuando el Señor nos llame, podamos oírle, como le oyó Samuel, y responderle: ‘Heme aquí’? ¿Tenemos la entereza y 1a fe, sea cual fuere nuestro llamamiento, para servir con resuelta valentía y firme determinación? Si las tenemos, el Señor puede obrar Sus poderosos milagros por medio de nosotros”4 (véase 1 Samuel 3:4).

El presidente James E. Faust, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, nos ha asegurado que cualquiera sean nuestras habilidades, el servicio fiel no es sólo aceptable ante el Señor, sino que nos prepara para obtener grandes bendiciones de Él, bendiciones que enriquecen y ensanchan nuestra vida. El presidente Faust explicó que “esta Iglesia no atrae precisamente a grandes personas, pero en cambio hace grandes a las personas comúnes…

“Una razón principal del crecimiento de la Iglesia desde sus humildes comienzos hasta la solidez actual es la fe y devoción de millones de humildes y devotos [miembros] que sólo tienen cinco panes de cebada y dos pececillos que ofrecer al servicio del Maestro”5.

El asombroso crecimiento mundial de la Iglesia ha centrado nuestra atención en el glorioso futuro que se ha profetizado del reino. Al mismo tiempo que miramos adelante con optimismo debemos detenernos y volver la vista a la fe de nuestros humildes antepasados pioneros. Su fe edificó el cimiento sobre el que sigue floreciendo la Iglesia.

Dediquémonos a hacer la obra del Señor de acuerdo con nuestras mejores capacidades. Honremos la fe de nuestros antepasados prestando fiel servicio a esta gran causa. Mi ruego es que sigamos al profeta y que al hacerlo “[vayamos] a Cristo, y… [participemos] de la bondad de Dios” (Jacob 1:7).

Adaptado de un discurso de la Conferencia General de abril de 1996.

Notas

  1. Citado en R. Scott Lloyd, “Commemorating 1846 Exodus”, Church News, 10 de febrero de 1996, pág. 3.

  2. Citado en B. H. Roberts, A Comprehensive History of the Church, 3:45.

  3. Joseph L. Wirthlin, A Heritage of Faith, compilación de Richard Bitner Wirthlin, 1964, pág. 47.

  4. “El sacerdocio en acción”, Liahona enero de 1993, pág. 54

  5. “Cinco panes de cebada y dos pececillos”, Liahona, julio de 1994, pág. 5.