2003
Ámense unos a otros
junio de 2003


Ven y escucha la voz de un profeta

Ámense unos a otros

Conozco a una familia que llegó a los Estados Unidos de Alemania. El idioma inglés les resultaba difícil y no poseían muchos bienes materiales, pero cada uno en la familia fue bendecido con la voluntad para trabajar y con amor por Dios.

El tercer hijo que nació vivió sólo dos meses y murió. El padre, que era ebanista, hizo un hermoso ataúd para el cuerpo de su precioso hijo. El día del funeral fue sombrío, lo que reflejaba la tristeza que sus seres queridos sentían ante la pérdida sufrida. Al caminar hasta la capilla, el padre llevando el pequeño ataúd, se había congregado un pequeño número de amigos; sin embargo, la puerta de la capilla estaba cerrada con llave. El ocupado obispo se había olvidado del funeral, y los intentos que se hicieron para ponerse en contacto con él fueron inútiles. No sabiendo qué hacer, el padre se colocó el ataúd bajo el brazo y, junto con su familia, lo llevó a casa, andando bajo una lluvia torrencial.

Si los miembros de esa familia hubiesen tenido menos carácter, hubiesen culpado al obispo y hubiesen albergado malos sentimientos. Cuando el obispo descubrió la tragedia, visitó a la familia y se disculpó; y con el dolor todavía evidente en su semblante, pero con lágrimas en los ojos, el padre aceptó la disculpa y los dos se abrazaron con espíritu de comprensión. No quedó ninguna cuña escondida que causara más sentimientos de enojo. Prevalecieron el amor y la tolerancia.

…En muchas familias hay sentimientos heridos y una renuencia a perdonar. No importa cuál haya sido el problema, no puede ni debe permitirse que siga causando daño. El seguir culpando a los demás mantiene abierta la herida; sólo el perdonar la cicatriza. George Herbert, poeta de principios del siglo 17, escribió: “Quien no perdona a los demás destruye el puente por el cual debe pasar si desea alcanzar el cielo, puesto que todos tenemos necesidad del perdón”.

Ruego que seamos un ejemplo en nuestros hogares y seamos fieles en guardar todos los mandamientos para que, de esa forma, no guardemos cuñas escondidas sino que, en cambio, recordemos la admonición del Salvador: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”1.

Adaptado de un discurso de la conferencia general de abril de 2002.

Nota

  1. Juan 13:35.