2003
Palabras de Jesús: La humildad
marzo de 2003


Palabras de Jesús: La humildad

“…aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29).

En muchas ocasiones, el Salvador empleó sólo unas pocas palabras o un acto sencillo para hacer hincapié en un maravilloso principio eterno. Por ejemplo, tras alimentar a los 5.000, dijo a Sus discípulos. “…Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada” (Juan 6:12), y así les enseñó a ellos y a nosotros a no ser desperdiciados. Cuando los Apóstoles regresaron de sus misiones, Jesús se los llevó en la barca y “se apartó de allí… a un lugar desierto y apartado” (Mateo 14:13) para descansar un poco, lo que nos recuerda que todos necesitamos descansar de vez en cuando de las demandas de nuestra labor.

Las enseñanzas de Jesús sobre la humildad son igualmente concisas y poderosas. Los cuatro Evangelios, escritos con claridad y belleza excepcionales, nos llevan a aquellos días en los que el Hijo de Dios caminaba entre los hombres. Su vida sublime demuestra una carencia total de orgullo, de arrogancia y de vanidad. De igual modo, Sus palabras reflejan un reconocimiento constante de Su dependencia del Padre.

Sus palabras sobre la humildad

La humildad es uno de los principios predominantes que el Señor enseñó en las Bienaventuranzas. Él dijo a Sus discípulos congregados en el Sermón del Monte y más tarde a los nefitas del continente americano:

“…bienaventurados son los que… desciendan a lo profundo de la humildad y sean bautizados…

“Sí, bienaventurados son los pobres en espíritu que vienen a mí, porque de ellos es el reino de los cielos…

“Y bienaventurados son los mansos, porque ellos heredarán la tierra…

“Y bienaventurados son todos los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (3 Nefi 12:2–3, 5, 9; véase también TJS, Mateo 5:4–5, 7, 11).

Cuando Sus discípulos le preguntaron: “…¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”, Jesús pidió a un niño pequeño que se acercara, y les reprendió, diciendo: “…cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:1, 4).

“…porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande” (Lucas 9:48).

Jesús siempre indicaba que Su Padre era la fuente de Su poder y conocimiento. Durante la Fiesta de los Tabernáculos, Jesús fue al templo y enseñó: “…Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió… El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan 7:16, 18).

Más tarde, Jesús testificó: “…nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo… porque yo hago siempre lo que le agrada… Pero yo no busco mi gloria” (Juan 8:28–29, 50; véase también 12:49–50).

El Gran Maestro con frecuencia advertía contra el orgullo. Durante una cena en casa de uno de los principales de los fariseos, Jesús discernió cómo los que estaban sentados a la mesa se consideraban mejores que los demás (véase TJS, Lucas 14:7), así que les enseñó una parábola y luego dijo: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14:11; véase también 18:14).

Cuando la madre de Santiago y Juan pidió a Jesús que concediera a sus hijos el privilegio de sentarse el uno a Su derecha y el otro a Su izquierda en el día de Su gloria, Jesús le explicó que no estaba autorizado a conceder tal privilegio, y percibiendo que había contención entre Sus discípulos, dijo: “…el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir…” (Mateo 20:27–28; véase también 23:11–12; Lucas 22:24–27).

Jesús enseñó a Sus discípulos sobre la humildad divina durante los momentos finales que pasaron juntos mientras caminaban hacia el monte de los Olivos poco antes de Su arresto y crucifixión: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador… el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:1, 5).

Poco después, declaró en Su gran oración intercesora:

“…Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti…

“Yo te he glorificado en la tierra…

“La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:1, 4, 22).

Su ejemplo de humildad

Desde el momento de Su nacimiento, el Salvador enseñó sobre la humildad mediante Sus hechos. El Gran Creador de todas las cosas (véase Juan 1:3) condescendió a nacer en la más humilde de las circunstancias. Comenzó Su vida terrenal en un refugio para animales en donde lo acostaron en un pesebre, y Sus primeros visitantes fueron unos humildes pastores (véase Lucas 2:7–20).

Cuando Jesús empezó a realizar milagros en Galilea, Su fama se extendió por toda la región. Muchas personas acudieron a Él, algunas deseando ser sanadas, otras movidas por la curiosidad. Con frecuencia decía a los enfermos y afligidos: “Tu fe te ha salvado”, destacando el papel de la persona sanada más que el del Sanador en el milagro de la curación1. Cuando se le acercó un leproso diciendo: “…Si quieres, puedes limpiarme” (Marcos 1:40), Jesús le curó y le dijo: “…no digas a nadie nada” (Marcos 1:44). Jesús repitió esta instrucción después de muchos de Sus milagros, lo que refleja el profundo deseo que tenía de que Sus milagros se hicieran y recibieran con humildad y, principalmente, en privado2.

Tras la milagrosa alimentación de los 5.000, algunos de la multitud querían hacerle rey. Tal popularidad y poder habría tentado o corrompido gravemente a la mayoría de las personas, pero Jesús hizo caso omiso de la intoxicadora influencia de la alabanza del mundo y se fue a un monte para estar solo (véase Juan 6:15). En otra ocasión de gran aclamación pública, Jesús entró triunfante en Jerusalén. Las multitudes le gritaron palabras de alabanza y extendieron ante Él sus mantos y ramas de árboles (véase Mateo 21:8–9). Sin embargo, Jesús escogió esa ocasión para ir montado en un pollino, un reconocido símbolo mesiánico de la humildad (véase Zacarías 9:9).

El servicio es siempre una oportunidad para cultivar la humildad, algo que Jesús demostró cuando se arrodilló y lavó los pies de los Apóstoles. “…¿Sabéis lo que os he hecho?”, les preguntó. “…ejemplo os he dado [de que] …El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió” (Juan 13:12, 15–16).

Finalmente, en las horas de Su mayor sufrimiento, Jesús se sometió al Padre y, quizás en Su mayor acto de humildad, permitió que se le colgase de la cruz. Sus últimas palabras en la vida terrenal ejemplifican Sus enseñanzas sobre la humildad. Después de pronunciar las palabras: “Consumado es” (Juan 19:30), declaró también que se había cumplido la voluntad de Su Padre (véase TJS, Mateo 27:54). Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu.

Nuestras palabras y hechos

El Señor Jesucristo, nuestro Maestro perfecto, nos ha enseñado el significado de la humildad por medio de la palabra y el ejemplo. Los cristianos verdaderos y fieles desean que sus palabras y hechos reflejen un sentimiento interno de humildad, contrición y sumisión a la voluntad divina.

El 2 de noviembre de 1995, después de un año de fiel preparación, Antonio y Roseli Berrocal, de la Estaca Franca, São Paulo, Brasil, emprendieron el viaje, junto con sus cinco hijos, al Templo de São Paulo, Brasil, para sellarse. Por el camino, un accidente trágico y fatal segó la vida de la hermana Berrocal y de todos los hijos. El día 22 de ese mismo mes, el hermano Antonio entró solo en el templo para sellarse a su amada familia. Para mí, mi entrevista con él fue una lección increíble e inolvidable sobre la humildad. Con palabras llenas de emoción, expresó su gratitud a su Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo por el consuelo que había sentido en aquellos momentos de tristeza y dolor. Estaba agradecido por las sagradas ordenanzas que se iban a realizar. El hermano Antonio es un hombre manso y humilde de corazón.

También me resulta sorprendente el humilde servicio de los matrimonios y de los jóvenes misioneros de todo el mundo; crece más cada día el número de ellos. Ellos se sacrifican, trabajan mucho, ahorran para poder costearse sus propias misiones y dedican sus vidas a Dios con corazones puros y espíritus humildes. También me siento inspirado por los humildes y fieles santos que, cada mes, entregan a los obispos sus diezmos y ofrendas de ayuno, obtenidos por medio del trabajo honrado y arduo.

Los discípulos del Nuevo Testamento testificaron de la vida extraordinaria del Salvador y de Sus palabras y ejemplo de humildad. Los profetas y apóstoles modernos han testificado que “Su vida… es fundamental para toda la historia de la humanidad… Gracias sean dadas a Dios por la dádiva incomparable de Su Hijo divino”3.

Tan humilde al nacer,

Cristo viene con poder…

Antes aguantó dolor;

hoy vendrá con esplendor.

El que rechazado fue

hoy será del mundo Rey4.

Él vive; Él ha sido y siempre será el gran ejemplo de humildad a lo largo de nuestra jornada para seguir Sus pasos.

El élder Athos M. Amorim fue relevado en octubre de 2002 como miembro del Segundo Quórum de los Setenta.

Notas

  1. Véase Mateo 9:22; véase también 15:28; Marcos 10:52; Lucas 17:19.

  2. Véase Mateo 9:30; Marcos 7:36; 8:26; 9:9; Lucas 8:56.

  3. “El Cristo viviente—El testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, págs. 2–3.

  4. “Tan humilde al nacer”, Himnos Nº 120, estrofas 1, 3.